La proximidad de las elecciones en Chile ha catalizado una serie de evaluaciones técnicas por parte de actores financieros clave, como LarrainVial y el BICE, que trascienden el mero pronóstico para adentrarse en un complejo ejercicio de prospectiva política. Sus informes no se limitan a anticipar un triunfo opositor, sino que diseccionan la calidad de esa victoria, argumentando que la gobernabilidad —y no solo la orientación ideológica del próximo gobierno— será el determinante fundamental del desempeño macroeconómico.

La tesis central, articulada por el BICE, postula una paradoja: la oposición podría alcanzar la presidencia y una mayoría nominal en el Congreso, pero la «alta dispersión» y fragmentación de dicha mayoría convertiría la formación de consensos en un proceso lento y laborioso. Este «escenario base» pinta un panorama de incertidumbre política persistente, donde la victoria electoral no se traduce automáticamente en capacidad de implementación. En este contexto, si bien los activos locales experimentarían un alivio inicial —con una apreciación del peso y una compresión de las primas de riesgo—, el crecimiento económico quedaría cautivo de la parálisis legislativa, limitándose a un modesto 3.0% en 2026 ante la imposibilidad de materializar reformas promercado con la celeridad que el mercado espera.

Frente a esta proyección cautelosa, se erige un «escenario alternativo» que representa el óptimo para los inversionistas: una oposición no solo victoriosa, sino cohesionada, con un parlamento que facilite la implementación ágil de un programa de reformas. Este escenario, caracterizado por una clara capacidad de gobierno, proyecta un círculo virtuoso de confianza, reactivación de la inversión y un crecimiento que superaría el 3.0%. Aquí, las políticas focalizadas en la reducción de impuestos y la desregulación impulsarían una apreciación más pronunciada del peso y una fuerte caída en las tasas de interés de los bonos soberanos.

Sin embargo, el análisis de LarrainVial introduce una perspectiva más sofisticada y menos binaria. Plantea que un resultado de equilibrio en el Senado —un empate técnico que obligue al diálogo—, lejos de ser un obstáculo, podría fomentar la estabilidad a largo plazo. En este marco, la consolidación de los «checks & balances» institucionales y la necesidad de buscar consensos con la centroizquierda podrían derivar en políticas de Estado más sólidas y menos volátiles. No obstante, la firma es realista: a corto plazo, esta misma incertidumbre sobre la capacidad de concertación podría gatillar una reacción negativa en los mercados, con caídas inmediatas en el peso y la bolsa, evidenciando la aversión del capital a la ambigüedad.

El análisis se profundiza al incorporar la variable de los candidatos. La internalización de un gobierno opositor por parte del mercado no es homogénea. El repunte de figuras como Johannes Kaiser introduce un nuevo cálculo: la estrategia del «voto útil» a favor de José Antonio Kast, percibido como un mal menor frente a una sorpresa libertaria que, al polarizar el balotaje con Jeannette Jara, reintroduciría una dosis de incertidumbre que los mercados castigarían.

Finalmente, las proyecciones sobre el dólar y los bonos operan como un termómetro de estas expectativas. Un triunfo contundente de la derecha tradicional podría llevar el tipo de cambio hasta los $850, mientras que un escenario de polarización o empate legislativo lo impulsaría hacia los $950. Esta banda de fluctuación, entre $850 y $950, no refleja solo variables económicas fundamentales, sino el precio concreto que el mercado asigna a la incertidumbre política y a la futura capacidad de gobernar de la próxima administración. En esencia, el mercado no vota, pero sí cotiza en tiempo real las probabilidades de que Chile logre, o no, reconstruir los acuerdos necesarios para su estabilidad y crecimiento.

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