En julio de 2019, luego de dos intensas corridas cambiarias, con tarifas en proceso de normalización, cambio flotante y con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ya en la Argentina durante meses, la inflación fue de 2,2%. Fue un mes antes de las internas que ganó Alberto Fernández, el regente –”la mascota” suena algo indigno– del poder real, o sea, de Cristina Kirchner. El proyecto electoral ideado por la vicepresidenta, que ratificó que no será candidata, orilla hoy una inflación de dos dígitos por mes.

La suba de precios es el principal problema de los argentinos en todas las encuestas de opinión pública. En su carta, Cristina asumió dos situaciones que pasaron desapercibidas. En la primera pareció tirar la toalla. Dijo que “resulta imposible para cualquier gobierno”, incluido el que hoy comanda, controlar el duro impacto en los más pobres de la inflación. Un dato: la Fundación Capital proyectó que ya espera un aumento de precios de entre el 130% y el 145% este año. Una tragedia.

La vice, como una espectadora, volvió a repetir luego la necesidad de tener “un programa de gobierno que vuelva a enamorar a los argentinos”. El actual, que ella avaló, ¿está terminado? En la política hay una máxima: los candidatos con posibilidades reales de ganar una elección no se bajan. Pese a que ella ya dio “todo”, como sugirió públicamente, los votos no serían los suficientes.

Ambas directrices hacen sonar las alarmas en el Ministerio de Economía, la única terminal de poder político en el Gobierno. Sergio Massa empieza a observar cómo la vicepresidenta profundiza su corrimiento del plan económico que audita el FMI y que se ofrece a la Casa Blanca para poder conseguir adelantos de deuda en dólares o fondos frescos.

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