Tres horas y media de una cuenta presidencial llena de logros, promesas y giros retóricos. Sobreabundancia, cuyo objeto no podía ser otro que ocultar lo obvio: en su primer año de gestión, el gran “legado” de este gobierno y de las fuerzas que lo sustentan fue haber conducido a sus representados a la más humillante derrota política de los últimos 30 años. Una derrota de alcances todavía incalculables, sellada por partida doble en eventos electorales que terminaron con el oficialismo apabullado por el 62% de los votos válidos.
Y respecto de este maremágnum, el Presidente Boric simplemente no dijo nada; no hubo un análisis, una reflexión, una mínima autocrítica; nada sobre el fracaso rotundo de un proceso y una propuesta constitucional que fue apoyada por La Moneda de manera entusiasta y que, según decían, era la columna vertebral del proyecto político de toda una generación. Un gobierno que no tuvo pudor para utilizar recursos públicos e imprimir y regalar 900 mil ejemplares de esa Constitución; texto que, Bachelet dixit, era lo que más se acercaba a lo que simplemente soñaron. Y sobre lo que su derrota implicó para el gobierno, para el oficialismo y el país, ni una sola palabra en más de tres horas y media.
Además, respecto del corolario de este fracaso, reafirmado en las urnas el 7 de mayo recién pasado, también un silencio total. Como si el gobierno y sus partidos no tuvieran responsabilidad alguna en haber conseguido el “milagro” de que uno de cada dos chilenos votara por la derecha y uno de cada tres lo hiciera por el Partido Republicano. Como si nada de esto hubiera ocurrido, o para el gobierno y el Presidente fueran una simple anécdota, o no existieran voluntades devotas e insistentes detrás de ello.
Pero, seamos sinceros: nada de este ímpetu virtuoso habría sido imaginable y posible si les hubiera ido bien. Si no hubieran perdido el plebiscito de manera colosal, si los republicanos no hubiesen arrasado en la elección de consejeros, el escenario sería complemente otro, mucho menos patriótico y constructivo. En realidad, este clima de moderación y apertura no es más que el síntoma de un fracaso del que nadie quiere hacerse responsable, cuyos autores intelectuales y materiales han decidido pasar olímpicos. Como si fuera el resultado de un desastre natural, algo que cayó del cielo, similar al meteorito que extinguió a los dinosaurios.
Pero no. Cuando has sido el máximo líder de una generación que terminó sepultando todo lo que representaba, para entregarles las riendas de tu gobierno a aquellos que denostaste y haciendo las cosas que siempre criticaste; cuando decidiste ser el jefe de campaña de lo que terminó siendo la mayor derrota política de tu sector en décadas, no puedes guardar silencio y hacer como que vives en una realidad paralela. Simplemente, no puedes.
/Escrito por Max Colodro para La Tercera