Alergias, catarros, resfriados… Los estornudos están asociados a una gran variedad de problemas de salud. Se trata de un acto reflejo que escapa de nuestro control consciente y que tiene por objetivo expulsar sustancias irritantes y nocivas de las vías respiratorias superiores. A pesar de ello, puesto que se manifiesta segundos antes de producirse, es posible aplicar técnicas para reprimirlos. Por ejemplo, presionar las fosas nasales con los dedos.

Hay personas que sienten la necesidad de hacerlo cuando experimentan largos episodios de estornudos sucesivos. Sin embargo, según la ciencia, nunca es buena idea. En primer lugar, porque durante su transcurso se genera una presión sobre las vías respiratorias 150 veces superior a la experimentada al realizar ejercicio de alta intensidad. Además, el aire expulsado puede alcanzar una velocidad de 40 m/s, es decir, en torno a 150 km/h.

Esta presión generada por el estornudo en las vías respiratorias puede ser entre cinco y 20 veces mayor si se cierra la boca o se aprieta la nariz con el propósito de reprimirlo. Además, al no tener escapatoria a través de una o ambas vías, puede llegar a transmitirse a otras zonas. Principalmente, a los oídos, los ojos y los vasos sanguíneos de la cabeza. Por ello, siempre es mejor tener un pañuelo a mano y pedir disculpas a quienes nos rodean que tratar de evitarlo.

Lesiones graves por reprimir un estornudo

No es habitual, pero hay casos documentados de problemas graves de salud originados por aguantarse un estornudo. Los más leves tienen que ver con el sangrado a través de la nariz, mientras que los más graves están relacionados con aneurismas cerebrales y desgarros en el esófago y la faringe (la garganta). Incluso hay quienes han sufrido colapsos pulmonares con consecuencias mortales.

| Hay casos documentados de lesiones graves originadas al reprimir un estornudo

Un estornudo es un reflejo que, a nivel fisiológico, resulta mucho más complejo de lo que parece. Se desencadena cuando el cerebro recibe una cantidad elevada de señales irritantes procedentes de la nariz. A continuación, provoca una inhalación profunda de aire que eleva notablemente la presión de las vías respiratorias y una consecuente contracción del diafragma y de los músculos de las costillas.

En ese momento, los ojos se cierran y la lengua se eleva hasta el paladar, lo que tiene por objetivo que la mayor parte del aire sea expulsado a través de la nariz. Ahí se produce la exhalación destinada a eliminar las sustancias que han provocado la irritación. Sin duda, un mecanismo evolutivo en el que normalmente no pensamos demasiado y que se resume con en ese sencillo ‘achís’ con el que todos estamos familiarizados.

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