En medio siglo los chilenos han elegido cuatro veces a presidentes marxistas (cuento también a Bachelet I y II). Ahora, tras haber elegido al último y peor, están haciendo un tremendo escándalo por incurrir Boric en algo que Aylwin hizo en mucho mayor medida y número en 1990 y que casi todos aplaudieron: indultar terroristas. Al único que se opuso en 1991 (Guzmán) lo mataron los favoritos comunistas, a quienes el mismo Aylwin además llenó de plata y de prebendas.

Y fue peor todavía, porque los demás presidentes, y en particular Piñera, se dedicaron a perseguir a los militares que derrotaron a la guerrilla. En 1990 Aylwin mostró haber olvidado lo que había opinado y hecho veinte años antes, cuando había motivado a las FF. AA. a dar el golpe y defendía a los uniformados. ¡Y casi la unanimidad de la opinión pública se puso de pie a aplaudir sus indultos a terroristas! Ni una sola crítica. Allamand (RN) decía que era su político más admirado.

Y ahora, porque Boric indulta a apenas trece canallas, la mayoría protesta y hasta se habla de una acusación constitucional. ¿Quién entiende a los chilenos? Para responder habría que distinguir: ¿a cuáles chilenos?

Hay una izquierda violenta, audaz y jugada, que no se anda con chicas y goza de impunidad, pero que al menos no abandona a su gente. Perpetra la revolución violenta, se hace de muchos millones y después rescata a sus «caídos tras las líneas enemigas «.

Hay una derecha miedosa que, salvada por los militares, después los traiciona, los persigue, acepta todo lo que les hacen y le da al enemigo lo que más quiere: otra Constitución. Piñera pudo haber luchado y vencido, pero no tuvo coraje político. Si hubiera aplicado en 2019 lo que decían los artículos 19 N° 15 y 60 de la Constitución, habría obtenido la declaración de inconstitucionalidad de los 14 partidos que se alzaron por la fuerza y conseguido la inhabilitación de todos sus parlamentarios y su inhabilidad para cualquier cargo público. Pudo decir «adiós Boric y todos sus parlamentarios». Pero levantó los brazos, entregó la Constitución y quiso treparse al buque enemigo para que hubiera otra con su firma. Todo por ese inmarcesible amor a sí mismo que profesa.

Chile se ha vuelto miserable, dividido entre una izquierda audaz y violenta, pero que al menos rescata a sus hombres; un centro que va y viene, según dónde calienta el sol; y una derecha cobarde que abandona a los caídos por salvarla del comunismo. Si tuviera un mínimo de nobleza, al menos pediría que el indulto se hiciera extensivo a ellos. Pero no lo hará porque, como Aylwin y como Piñera, tiene miedo, no ha aprendido nada, ha olvidado a Prat y se ha vuelto adicta a arriar la bandera ante el enemigo.

/Por Hermógenes Pérez de Arce