Como en el poema de Jorge Teillier: bosques de crepitantes pasos y agonizantes chillidos. Eso somos en estos días en que las imágenes sólo exhiben llamas que convierten al sur en cenizas. Lenguas de fuego que se extienden y abrazan, dejando a su paso humanos y animales muertos, árboles y vegetación arrasada. Destellos que develan nuestra precariedad frente a la naturaleza y, sobre todo, ante nosotros mismos; hijos de la indolencia, del descuido, y de una cultura donde las llamas purifican las almas.

“Cómo no vamos a querer quemarlo todo” nos dijeron hace un tiempo atrás. Y eso han hecho: quemaron estaciones de metro y escuelas, iglesias y supermercados, micros, museos y cafés literarios. Pero no sólo “cosas materiales”; han quemado también la convivencia, el respeto a las normas y a los desacuerdos, el estado de derecho y el orden público. Los que apenas ayer maldecían los estados de excepción y los toques de queda, a los militares impidiendo el paso a los inmigrantes, ahora los decretan. “Adora lo que has quemado y quema lo que has adorado”, dijo Clodoveo a fines del siglo IV.

Pero no es gratis: quemar y destruir para obtener ciertos fines hace que el fuego se extienda y que, una vez logrado el objetivo, no sea fácil extinguir las llamas. Ahora, frente a la extraña coincidencia de múltiples focos incendiarios tenemos el descaro de preguntarnos si son intencionales. Seamos políticamente correctos: aquí nada ha sido “intencional”; nadie ha prendido jamás una mecha, el fuego ha sido sólo un daño colateral. Los procesos humanos son así; la violencia es desde siempre la partera de la historia. Podemos dormir tranquilos.

Carlos Peña dijo hace un tiempo atrás: “Chile está convertido en un desastre. Yo no sé cómo no lo advierten.” Obvio que no lo advierten, porque hacerlo implicaría tener que asumir responsabilidades. Y eso no lo van a hacer nunca. Chile creció en promedio sobre el 4% desde 1990 hasta el 2019. Para la actual década el crecimiento tendencial es de 2,1%, o sea, la mitad. Se supone que vamos a financiar cada día más derechos sociales creciendo a la mitad, un caso de libro. La realidad es otra: en tres años se ha duplicado la gente que vive en campamentos. Los terrenos los lotean los narcos y después ellos mismos hacen “política social” con la gente que los habita. Este año hubo sólo un liceo fiscal entre los doscientos mejores en la prueba de selección universitaria. El Instituto Nacional y el Carmela Carvajal, entre otros, pasaron a la historia. ¿Incendios intencionales? No, daño colateral.

Las imágenes pavorosas de estos días, las llamas que consumen vastas zonas de Chile reflejan muchas cosas; entre ellas, las decisiones que hemos decidido tomar o no tomar, cosas que hemos optado por hacer o no hacer. El fuego y la tierra arrasada son de algún modo un espejo, una metáfora, la imagen atroz de un país donde muchos decidieron que había buenas razones para quemarlo todo. O parar guardar silencio, que es lo mismo.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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