El gobierno de Gabriel Boric se ha transformado en uno de los íconos más relevantes de la decadencia y mediocridad que nos afecta como país, no sólo por el retroceso acelerado en la gran mayoría de los índices de calidad de vida, sino que también porque constituye una de las representaciones más notables del deterioro cultural o crisis moral que estamos sufriendo desde hace varios años.

Los ejemplos abundan, revisemos sólo algunos de ellos:

Primero, el Presidente Boric ha convertido la política exterior de Chile en una chambonada permanente, metiéndose al bolsillo décadas de una política exterior seria que era destacada por las democracias y economías más importantes del mundo. El gobierno ha reemplazado la política exterior de Chile por la opinión cambiante del Presidente Boric, provocando una serie de consecuencias económicas, de seguridad y estratégicas negativas para el país, entre ellas, por ejemplo, el conflicto y desencuentro entre las comunidades chilenas israelí y palestina después de los atentados de Hamás a Israel en 2023.

En segundo lugar, el gobierno de Boric se ha caracterizado por un estilo grosero, irreflexivo e irresponsable para abordar problemas serios. ¡Cómo no recordar el viaje de la ex ministra del interior Izkia Siches a Temucuicui, en donde fue recibida a balazos! ¡Cómo olvidar las distintas explicaciones de los ministros por no informar como lobby las comidas en la casa del señor Zalaquet! Por otro lado, me preocupa también esa especie de tolerancia ciudadana incomprensible, que parece infinita, con la torpeza de las decisiones del gobierno.

En tercer lugar, en distintas decisiones del gobierno de Boric es posible constatar la dilución de los conceptos de lo correcto y lo incorrecto, de lo que esta bien y lo que está mal. Es decir, muchos ya hemos perdimos la noción de cuántos errores ha cometido el gobierno por -según ellos- “amateurismo”. Sin embargo, pienso que varias de esas decisiones no son calificables de meras equivocaciones, sino que más bien de resoluciones fundadas en su incapacidad de distinguir entre el bien y el mal, como lo fue la determinación de indultar a delincuentes con un vasto prontuario delictivo a pesar del dolor que eso causó a las víctimas y a los chilenos en general.

En cuarto lugar, se ha vuelto común que parte de las autoridades de gobierno se comporten como si a ellas no les aplicara la ley, tradiciones y costumbres, partiendo por el Presidente. Es decir, sólo un Mandatario que piensa que no le aplican las mismas normas que a los demás, no viste corbata en instancias importantes, tal como no vistió corbata en el funeral de estado del ex Presidente Sebastián Piñera.

La verdad es que en varias oportunidades el Presidente Boric se ha destacado por tener una mala presentación personal, una que la gran mayoría de los trabajadores chilenos no podría tener en sus respectivos trabajos. Resulta inexplicable que estemos obligados a tolerarlo en el Presidente de la República.

Por último, el gobierno y sus partidos se han caracterizado por actuar con frivolidad, por ejemplo, al cerrar escuelas para dar paso a funerales narco, al defender con orgullo la dictadura sangrienta de Maduro mientras millones de venezolanos sufren tanto dentro como fuera de Venezuela y al inaugurar “caletas con perspectiva de género” mientras la violencia en contra de las mujeres ha ido en aumento sostenidamente los últimos años.

El gobierno de Boric es uno de los símbolos más notables de la decadencia que nos afecta, pero -la verdad- es que nos guste o no, fue electo por la mayoría de los chilenos, aunque hoy día cueste encontrar a alguno de sus electores que todavía lo defienda. Urge cambiar el rumbo drásticamente, tal vez un primer paso en ese sentido sea precisamente volver a tratar a los ciudadanos como adultos.

Por Paz Charpentier, abogado, académica y directora ejecutiva de Voces por Chile, para El Líbero

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