Aunque algunos todavía esperan ilusionados que eventualmente el Gabriel Boric de la campaña de segunda vuelta se manifieste de forma permanente en La Moneda, ahora que Boric va a cumplir un año tomando decisiones presidenciales, queda claro que la inclinación natural del joven e inexperto mandatario es ser el líder estudiantil radical e irreflexivo de la campaña de primera vuelta.
En los 12 meses que lleva tomando decisiones presidenciales, Boric ha sido más feliz, ha actuado de forma más natural y se ha sentido más cómodo cuando se manifiesta su personalidad de Presidente de izquierda radical, que se opone al libre comercio, que indulta a delincuentes y que insiste en su sueño de implementar políticas estatistas fracasadas.
Las pocas veces que Boric ha actuado como un estatista maduro y pragmático, el treintañero se ha visto visiblemente incómodo y conflictuado. Aunque es capaz de actuar como el Boric que hizo campaña para segunda vuelta, su verdadera personalidad es la del joven universitario despeinado, que cree que los malos son la policía cuya obligación profesional es imponer el orden, y que los buenos son los manifestantes que marchan rompiendo todo lo que encuentran a su paso.
Es verdad que Boric también ha tenido destellos de responsabilidad y sentido común. El nombramiento de ministros experimentados en Hacienda y Vivienda antes de asumir el poder, contrastó dramáticamente con su torpe e inmadura decisión de poner una neófita y especialmente torpe política Izkia Siches en Interior, y al conflictivo y autorreferente Giorgio Jackson en Segpres (un ministerio en que la principal habilidad que se requiere es tener buenas relaciones con los legisladores, cuestión que Jackson demostró ser incapaz de hacer en los 8 años que fue miembro de la Cámara de Diputados).
El nombramiento de Carolina Tohá y Ana Lya Uriarte también demostró que Boric, cuando se esfuerza, puede tener sentido de la realidad. Pero los momentos de lucidez de su administración son escasos cuando se comparan con los de obstinado izquierdismo setentero estatista, y con más referencias a poemas de Neruda que a la cruda sensatez de Maquiavelo en el arte de gobernar.
Aunque es capaz de reconocer que perdió decididamente el plebiscito constitucional de septiembre, Boric sigue convencido de que la opción que él defendía—aquella de la refundación insensata y la resurrección de ideas fracasadas y de proyectos tan ilusorios como imposibles de materializar—era la correcta para el país.
Incluso hoy, que el proceso constituyente parece avanzar con camisa de fuerza, bozal y múltiples chaperones, Boric sigue hablando de la necesidad de construir un nuevo país y no mejorar el país que ya hemos construido, a punta de esfuerzo y construcción de grandes acuerdos.
La más reciente de las decepciones a las que nos sometió Boric—que en realidad no debieran serlo, en tanto esas actitudes han sido más la regla que la excepción—, fue su decisión de indultar a 13 condenados por distintos delitos de violencia y terrorismo antes de que acabara el 2022.
Aunque el Presidente insista en que esas personas no son delincuentes, todos ellos han recibido condena por delitos de violencia—, incluido homicidio frustrado y quema de iglesias.
Incluso, en los casos de personas que pudieron haber sido condenadas injustamente—como el caso del ex frentista Jorge Mateluna, cuya condena ha sido cuestionada por respetados abogados, incluido un ex decano de la facultad de derecho de la Universidad de Chile—, la decisión de juntar esos casos con condenados cuya culpabilidad está más allá de toda duda dejan en claro que, para Boric, cometer delitos tan deleznables como quemar iglesias no resulta inaceptable.
A más de un año de haber ganado la segunda vuelta de la elección presidencial, ya sabemos qué tipo de persona es Gabriel Boric, y cuál será el legado de su gobierno.
Más que un Presidente que vele por el bienestar de todos los chilenos y que tenga como norte el estado de derecho y la protección de los más vulnerables, este Presidente aspira a ser el compañero Gabriel. Boric se siente mucho más cómodo siendo el líder estudiantil accidentalmente devenido en Presidente.
Lamentablemente para Chile, quedan todavía tres años de gobierno. Es cierto que en tanto el Congreso controla el proceso constituyente, y el Senado se ha convertido en el guardián de las instituciones y el freno a las malas ideas del gobierno, el daño que va a hacer Boric será limitado.
Pero los errores, desaciertos y desatinadas improvisaciones a las que nos someta el gobierno en los tres años que quedan no serán gratis.
La buena noticia es que ya pasó un año, y que el tiempo pasa volando. Pero hay que prepararse para decenas de tragos amargos como el de la noticia de los indultos presidenciales de la semana pasada.
Por Patricio Navia, Doctor en Ciencia Política y profesor de la UDP, para El Líbero
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