¿Qué hacer?, se preguntaba Lenin en 1901 para avanzar con éxito la revolución. La respuesta era inequívoca: desmantelar el Estado burgués. ¿Cómo? Creando condiciones de caos que comporten su deslegitimación. En el I Congreso de la Internacional Comunista el padre del terror rojo afirmaba: «Sería la mayor torpeza pensar que la revolución más profunda de la historia de la humanidad […] puede sobrevenir dentro del viejo marco de la vieja democracia parlamentaria burguesa, [que] puede sobrevenir sin introducir los cambios más radicales, sin crear nuevas formas de democracia, nuevas instituciones que encarnen las nuevas condiciones de su aplicación”.
¿Se entiende por qué en Chile continúa un proceso constituyente de corte refundacional? Basta tener a la vista tres de los bordes pactados: Estado social y democrático de derecho, sumisión de las FF.AA. al gobierno de turno y la insinuación de un cambio de régimen en la medida que se habla de jefe de gobierno.
“Suponiendo” que estemos siendo gobernados por una élite de inspiración marxista, ¿cómo leer los indultos si no es en clave octubrista, es decir, como una acción más en la ruta de desmantelamiento del Estado neoliberal burgués cuya legitimidad se funda en una concepción de justicia según la cual los malos son quienes hacen daño y los buenos, aquellos que lo sufren?
Los indultos a los octubristas transvaloran y deconstruyen las estructuras morales en que se asienta el apoyo popular del Estado transformando en víctimas a los victimarios. El discurso oficial nos habla de “jóvenes”, entre los cuales tenemos a Jorge Mateluna, un ex frentista de 44 años. Ellos no son delincuentes, sino víctimas del Poder Judicial.
En suma, el gobierno del Presidente Boric está creando un ambiente de darwinismo social en cuyo marco los incentivos institucionales operan en contra de las instituciones y a favor del proyecto octubrista. De ahí que el caos se imponga ya no desde la calle, sino, como resultado de un juego entre la captura del aparato estatal por miembros de la extrema izquierda, la impotencia de la clase política y el quiebre deliberado del Estado de derecho.
Un botón de muestra del darwinismo social que describo parecen ser las declaraciones del ex Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, Davor Harasic, quien afirmó que se había hecho justicia con la liberación de Mateluna, terrorista que en 2004 se había acogido a la Ley de Indulto para ex subversivos recuperando su libertad tras 12 años de cárcel.
Otro ejemplo parece ser el reciente sobreseimiento de 19 jueces por el delito de prevaricación tras ser acusados de revocar una resolución -sin recurso de por medio- que involucraba a los miembros de la Primera Línea. Se suman el sesgo judicial del Ministerio Público en contra de carabineros y militares, acusado por la abogada Nubia Vivanco, el desprestigio de Carabineros por parte del Presidente quien afirmó, sin ni una sola prueba, que miembros de la institución habían cometido abusos sexuales en los convulsionados días tras el 18- O.
En el mismo marco hermenéutico observamos que el espacio de «memoria» para las víctimas del estallido revolucionario ya ha sido elegido: la estación de Baquedano donde no existió el centro de torturas denunciado. Pero, como a los revolucionarios la verdad no les importa, es muy probable que se instale el mito y, del mismo modo que se celebra al peor Presidente que ha tenido Chile como un héroe- Salvador Allende-, se termine por instalar un ritual violento que arrase todos los años con Plaza Italia en memoria de las víctimas imaginarias de un centro de torturas imaginario.
Así las cosas, hoy ser octubrista paga bien. Esa es la causa del comportamiento reñido con la ética básica que observamos en parte del Poder Judicial, del gobierno, algunas universidades, de miembros de la clase política y de muchos medios de comunicación. Este proceso de darwinismo social durará mientras las arcas fiscales tengan recursos y los octubristas dispongan de posiciones de privilegio para ofrecer en el mercado a esos “homo economicus” que Hannah Arendt llamaba filisteos, para referirse a quienes se mueven únicamente por sus intereses mezquinos.
Sin embargo, como es muy posible que la plata no alcance para profundizar las dinámicas del darwinismo social que hoy juega a favor de la extrema izquierda, el Presidente y su gabinete deben haber caído en la cuenta de que, llegado el momento, será necesario recuperar la calle como medio de presión para consumar el proyecto. De ahí la importancia de los indultos, puesto que inflaman nuevamente la lealtad y el espíritu revolucionarios de aquellas huestes siempre listas para funar a quienes defienden la democracia, destruir la paz y, por qué no, rodear la nueva Convención.
Una última arista que vale la pena considerar es el lamento general por las consecuencias que los indultos tuvieron en el naciente plan de seguridad gestionado por la ministra Tohá. Quienes comentan el hecho manifiestan su estupefacción ante la sandez del Mandatario. Sin embargo, leídos en clave octubrista, los indultos satisfacen la necesidad de destruir el Estado burgués planteada por Lenin y jamás abandonada por la extrema izquierda. ¿Y qué mejor manera de lograr dicho objetivo que prescindiendo de la capacidad del Estado para protegerse del crimen organizado, el terrorismo y los vándalos de siempre? La izquierda es tan inteligente que, de ahora en adelante, incluso puede culpar a la derecha de la crisis de seguridad que ella misma promueve.
Si le interesa saber cómo continuará esta historia, más vieja que el hilo negro, revise la noticia publicada en portada por el diario Las Últimas Noticias el jueves pasado: “Guardia municipal cayó preso por tacklear a asaltante que huía”. En breve, se indulta a criminales mientras se neutraliza la capacidad de defensa del Estado “neoliberal” y de la democracia burguesa no solo metiendo presos a militares y a carabineros que cumplen sus funciones.
La neutralización se está extremando al punto de castigar a los guardias municipales y promover el desarme de los ciudadanos respetuosos de la ley cuyas armas están inscritas. Este escenario nos conduce a un solo derrotero posible: la emergencia de la convicción ciudadana de que el Estado neoliberal ha fracasado. Se habrá preparado así el fértil terreno para el fin de la democracia “burguesa” y la emergencia de un régimen autocrático cuyo símbolo desconocemos, aunque las dinámicas del darwinismo social imperante lo presagien.
Escrita para El Líberp porVanessa Kaiser, directora de la cátedra Hannah Arendt, Universidad Autónoma de Chile.