Tienen razón, olvidar 30 años, nubla el entendimiento. El capitalismo, Pinochet, el neoliberalismo, sirvieron como referente discursivo. Pero el real enemigo a vencer era esa otra izquierda, la democrática, que buscaban desplazar políticamente. La han atacado sin piedad. Para eso nacieron los de Apruebo Dignidad. Confluyeron en ella los que acumulaban muchos fracasos, con otros que aún no se habían probado, pero coincidían en deseos refundacionales y menosprecio a la democracia.
En estos 30 años, la izquierda democrática ha sido más exitosa y popular en su acción. La que optó por la lucha armada para derrocar a Pinochet fracasó y debió sumarse a regañadientes a la inscripción electoral y el plebiscito de 1988 de la vencedora. Luego cuestionó a la Concertación; y con el éxito de ella creció su resentimiento. Calificó de “continuista” y más tarde de “neoliberal” una política económica y social que se hizo cargo de los 5 millones de pobres que le legó la dictadura y al tener éxito en sacarlos de ella, probó que su modelo era la antítesis de aquel dictatorial. Fue también derrotada su red ideológicamente afín en el mundo y no es rara su inquina hacia el “modelo chileno” de elocuente contraste con “sus modelos” de Venezuela o Cuba: descalificarlo, desmantelarlo, reconfortaba su resentimiento e inspiraba sus apuestas para esta vez vencer.
Parecía que lo lograban. El “estallido” y la victoria presidencial se lo prometían. Pero el espectáculo grotesco de la Convención Constitucional y la impresentable “obra transformadora” de los primeros meses de gobierno, hicieron caer el tupido velo que ocultaba a ojos ciudadanos afanes no democráticos e inepcias, anunciantes de un país peor. La aprobación a sus pretensiones entró en caída libre y el llamado de “amarillos” y otros al voto Rechazo fue acogido masivamente por la ciudadanía identificada con el reformismo democrático, distante de refundaciones autoritarias y de complicidades con la violencia.
El sentido común ciudadano dictaminó que había llegado la hora de criticar y condenar lo que se vive y sufre ahora; no lo hecho con anterioridad, que además gana valor frente a un presente y un futuro amenazantes.
La opción de los que se subieron al carro -creyendo ganancioso renegar de la obra pasada y aceptar ser comparsa de otros con más convicción o carentes de un pasado por el cual rendir cuentas- comenzó a hacerse penosa. Muta entonces el penitente flagelante que clamaba perdón por su obra anterior; comienza a valorarla y a alardear sobre ella: “háganse a un lado, nosotros sabemos hacer las cosas”. Parece terminar así el síndrome de Estocolmo en esa parte de la izquierda democrática que se enamoró de aquella otra, su torturadora. Ahora, la amenaza un descalabro electoral. Unos rechazan la lista única, otros la dudan. Ojo, no son dos listas, son 30 años de indisimulable desencuentro.