Nuevamente Chile está en llamas. No es espontáneo, nunca lo ha sido. Como siempre los chilenos de bien lamentan las desgracias ajenas, pero esta vez nuevas voces se han sumado al coro de las condenas. Estas voces eran aquellas que llamaban a quemarlo todo y que justificaban el fuego como un modo de renovación país. Hablaban de incendios espontáneos en algo que evidentemente no lo era.
Algo cambió y eso fue la contundente derrota del proyecto refundacional el 4 de septiembre. Esa derrota que ha hecho que quienes buscaban fragmentar el país y renegar de la historia y los emblemas, hoy tomen los tres colores de Chile y agreguen el copihue.
Hoy son todos “patriotas”, amantes de la patria. Pero, el fuego consume una vez más el sur de Chile y gracias a los videos de individuales, ha quedado más que claro que todo es intencional. Entonces frente a las condenas a viva voz la pregunta es que harán con los responsables.
Chile desde hace mucho se convirtió en un país en la que el crimen puede ser justificado y los criminales caminan en impunidad. Eso en toda escala. En cosas mayores y en cosas menores. Asesinos confesos se enorgullecen de sus crímenes a viva voz, porque se justificaban por una causa. Es decir, lo malo, deja de ser malo al tener una explicación que lo justifique. El fin justifica los medios.
Eso que se ve en asesinos de senadores y activistas que queman vivos a un matrimonio en el sur, se ve también en otros casos. Esas acciones para ellos no son malas, sino necesarias. Lo mismo aseguraron tras el 18 de octubre.
La diputada de Revolución Democrática, Catalina Pérez, justificaba las acciones violentas y las quemas diciendo: “En Chile la vida de un pobre no vale nada. ¿Cómo quieren que no lo quememos todo?”, mientras la hoy senadora Fabiola Campillai, al conocer la determinación de la justicia, que evidentemente no compartía, hizo abiertamente un llamado: “Donde estemos, salgamos a las calles y destruyamos todo y quememos todo”. Nunca le importó el sufrimiento de personas y sueños.
Pero esto venía en Chile desde mucho antes. Los secundarios marcaron la pauta de la impunidad. María Música cometió una falta contra una autoridad, lanzándole un jarro de agua en la cara a la entonces ministra de Educación y ya fallecida Mónica Jiménez, y nadie hizo nada. La elevaron a nivel de “ídola” y no lo es. Su acción denosta a una persona y a un cargo de la república y merece siempre el repudio público.
Cuántos semáforos, paraderos, señalética y bienes públicos y privados han sido destruidos y los responsables caminan impunes sin mayores consecuencias.
Esos jóvenes crecieron sin tener noción de lo que implica la responsabilidad individual y la necesidad de una civilización en la que el respeto por lo privado y lo público implica “rompe paga”. ¿No puede pagar? Pagan los padres que son los responsables legales de las acciones de sus hijos menores de edad. ¿Los padres no pueden pagar? Bueno, entonces deberán conmutar la pena pecuniaria por trabajo personal comunitario. Nada de eso nunca pasó, en Chile “paga Moya”, es decir, nadie… o más bien usted. Todo lo paga usted con sus impuestos. Ellos destruyen y usted paga, eso es insostenible.
El 2017 Chile estuvo en llamas y también fueron incendios provocados. ¿Qué pasó con esos responsables? Nada. Por otra parte al israelí que accidentalmente quemó parte del parque Torres del Paine, una tragedia sin duda, para él fueron las penas del infierno. ¿No eran ecológicos? ¿No les importaba siempre la naturaleza? No era así, ya que el 2017 cuando Lucy Aviles gratuitamente quiso ayudar, muchos se opusieron ya que era un privado y no el Estado. La ideología era más que el amor por la naturaleza, la propiedad y las personas.
Hoy Chile nuevamente está en llamas, los incendios son provocados y el Estado no estaba nuevamente preparado. Otra vez los privados y los voluntarios han puesto el hombro. Muchas familias lo han perdido todo. Grupos se han adjudicado los atentados y el Gobierno, que por naturaleza se niega a condenar la violencia porque la necesita, es temeroso en las condenas y las acciones.
No nos olvidemos que entre los indultados estaba el joven que había quemado la sede de la Universidad Pedro de Valdivia, el remodelado y bello Palacio Schneider.
El punto es muy simple, quemar siempre es malo y no hay fin bueno que pueda ser alcanzado con medios perversos. El mal trae el mal, no el bien. Por eso, sería bueno tener coherencia. Se condena siempre y se castiga a los responsables de las acciones que perjudican a otros. Eso es la diferencia entre la civilización y la barbarie.
Por Magdalena Merbilháa, historiadora y periodista, para El Líbero
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