Justo cuando se conmemoraba el Día Internacional de la Mujer y el ministro de Educación, Marco Antonio Ávila, no encontró peor forma para celebrarlo, agrediendo a una diputada de su propia coalición que terminó descompensada en la enfermería. Según la propia víctima, el ministro se salió de su rol, le faltó el respeto, perdió el control y se expresó en un tono no adecuado a su investidura. ¿Cuál fue la reacción del Presidente frente a este grave hecho y de la ministra Orellana, siempre ágil para condenar este tipo de violencias contra las mujeres? Ayer no dijeron nada y hoy, solo respuestas ambiguas y no una condena frontal del gobierno, menos del Presidente.
Un gobierno que se declara feminista pero que en realidad solo se preocupa de las mujeres cuando le conviene y que, a la hora de condenar la violencia, siempre se olvida de la transversalidad si ello no les beneficia. Un feminismo a la medida, lleno de contradicciones y parcialidades; un feminismo de cartón, que se dobla y que se esconde, dependiendo del día.
Ocurrió durante la campaña, cuando el entonces candidato Boric fue acusado de acoso sexual por una ex compañera de universidad. “Es un cerdo que me acosaba cuando trabajé con él”, fue el mensaje que posteó la víctima y que ella misma calificó como “hechos de violencia” cometidos por Boric en 2012. Tuvieron que pasar casi 10 años para que el Presidente reconociera parcialmente el hecho, en medio de la segunda vuelta, luego de una conversación con la víctima que habría sido facilitada por la actual ministra de la Mujer. ¿Por qué la indignación feminista de Boric solo se manifestó una vez que el hecho fue público y notorio? ¿Por qué nunca se investigó ni aclaró verdaderamente este incidente?
Ocurre también, cuando hace pocos días, las ministras Orellana y Uriarte salieron raudas a defender a Maite Orsini del bullying que sufría en redes sociales, luego de que se revelara su relación con una persona de “alto conocimiento público” y las gestiones que habría realizado para “defender” a Carabineros de una posible querella. ¿Por qué no salieron a defender a la esposa de la persona de “alto conocimiento público” cuando a los pocos días ella denunció que había sido víctima de maltrato psicológico, verbal y físico? ¿Por qué este trato privilegiado hacia la diputada Orsini en contraste con una denuncia muchísimo más grave en medio de este inesperado triángulo político farandulero?
La propia ministra Orellana ha evidenciado este doble estándar en otras materias, como el caso de los deudores de pensiones alimenticias. Muy dura con Franco Parisi, criticándolo cada vez que puede, pero guardando un silencio cómplice respecto de otros casos igual de emblemáticos como el de Michelle Bachelet, la abuelita corazón, que hoy es recibida con emoción en La Moneda, pero que no tiene tiempo para comparecer al juzgado a enfrentar la justicia por las deudas de su hijo con sus nietos. ¿Acaso Sebastián Dávalos no merece un reproche igual de estridente?
Hay presidentes, gobiernos y partidos que se declaran feministas y que buscan redituar, electoral y públicamente, su cercanía y sensibilidad hacia las temáticas impulsadas por la visión que ellos tienen del feminismo. Es legítimo, pero lo mínimo que se pide es que haya coherencia y consistencia entre lo que se dice y lo que se hace, no importando las circunstancias o la afinidad ideológica de las víctimas o personas involucradas. Algo que este gobierno no ha conciliado adecuadamente, al impulsar un feminismo de cartón cuyas contradicciones son cada vez más evidentes.
/Escrito por Cristián Valenzuela para La Tercera