La sequía de 1968 produjo cortes de energía en el país e impulsó al gobierno de Eduardo Frei Montalva a decretar el primer cambio de hora por temporada, pero sólo en 1971 se aprobó la ley estableciendo que “en cada año la hora oficial se adelante en 60 minutos”. Con adecuaciones, la medida sigue vigente y cuestionada por quienes advierten cierto perjuicio para la salud. Los especialistas analizan sus efectos y, por ejemplo, logran determinar que, generalmente, “el cambio de hora afecta más a niños, niñas, adolescentes, adultos mayores y personas con discapacidad psíquica o cognitiva. Debido a las etapas del ciclo vital en que se encuentran y las características de cómo funciona su sitema nervioso, sus emociones y todos los procesos de regulacion a nivel cerebral”, según explica la psiquiatra del Instituto de Salud Mental y Bienestar (www.ismyb.cl), Nadia Guajardo Moreno.
“Al pasar al horario de invierno retrasamos una hora el reloj, lo que significa que debemos, levantarnos una hora más temprano y dormirnos también una hora antes. Esto afecta nuestro ritmo circadiano, que se va programando en la medida que día a día nos acostamos y levantamos a la misma hora. Al disminuir la luz solar al anochecer se libera la hormona melatonina desde la glándula Pineal, que nos permite comenzar a sentir sueño o cansancio y disponer nuestro sistema completo para dormir cuando empieza a caer la noche”, explica la doctora Guajardo.
Luego indica que en el tema “hay diferencias personales, porque algunos no sienten tanto el cambio, pero hay muchos que sí lo hacen. Certos subgrupos que se ven mucho más afectados,como los niños pequeños, los adultos mayores, y quienes tienen algún grado de discapacidad intelectual o psicológica, que son personas que por su condición tienden a tener mayor reactividad a los cambios y se ven más afectadas. También aquellas personas que presentan ciertas características en su personalidad que hace que también que les cueste mas la adaptación”, añade.
El impacto en los niños de la casa
La psiquiatra sostiene que “estos grupos etarios son más sensibles a los cambios. Les cuesta adaptarse, son más sensibles a las alteraciones de los ritmos circadianos, por ejemplo, y a las alteraciones de las necesidades básicas, como por ejemplo la necesidad del sueño, tanto de las horas totales como de los cambios en los horarios del sueño”.
En su análisis sobre la incidencia de la medida, la doctora Nadia Guajardo también puntualiza que “hay otro subgrupo, de las personas con alguna discapacidad psíquiaca o cognitiva, que presentan algún trastorno de salud mental, como por ejemplo trastornos del ánimo o ansiosos. Ellos presentan la característica de que, en general, les cuesta adptarse y son más sensibles a los cambios ambientales. Lo mismo aquellas personas con cuadros de esquizofrenia, psicosis o trastornos más deteriorantes de su salud mental, que los hace ser menos independientes. Les cuestan los cambios y requieren rutinas bastante más rígidas y estructuradas. Esos subgrupos de la población se ven más afectados”.
Asimismo, la especialista del Instituto de Salud Mental y Bienestar advierte que “para adaptarse a los cambios hay un tiempo estimado, y la gran mayoría nos demoramos aproximadamente dos semanas en promedio. Los niños duermen más y la modificación les provoca irritabilidad, somnolencia, cansancio, falta de concentración, más problema para
dormirse en la noche y despertar en la mañana. Les pasa también a los adultos, aunque es más marcado en los niños y adultos mayores”.
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