La semana pasada el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, celebró sus primeros 100 días de gobierno con el lema “Brasil ha vuelto”. Sin embargo, según la prensa brasileña, estos tres primeros meses de su tercer mandato han sido poco concluyentes en el frente interno. Sobre todo, aún no está claro que rumbo tomará la economía, verdadero parámetro de cualquier país, especialmente en América Latina, para reducir la brecha entre los ricos y los pobres y disminuir la injusticia social. Lula quiso sustituir el techo fiscal por el llamado “arcabouço”, noble en las intenciones pero de momento muy difícil de aplicar, declaró la guerra al Banco Central y a su autonomía y se opuso a la privatización de las empresas estatales. Y sobre la cuestión del saneamiento básico (cloacas y limpieza de aguas), verdadera divisoria de aguas de la pobreza en Brasil, quiere restaurar un sistema fallido del pasado sin ningún control sobre la ejecución de los proyectos. En resumen, como escribió la economista Elena Landau en un duro editorial del diario “O Globo”, “Lula promueve un atraso que castiga a los pobres”, que eran también el punto fuerte de sus eslóganes electorales.

Si en el frente interno no sabemos qué tipo de Brasil será el de Lula, si un país económicamente estable o uno destinado a una inflación galopante libremente desatada para seguir extravagantes teorías económicas como la Teoría Monetaria Moderna, en el frente de la política exterior parece claro que papel quiere dar Lula a Brasil. El viaje a China que acaba de finalizar, la visita a Brasilia en estas horas del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, pero sobre todo las recientes declaraciones del presidente brasileño no dejan lugar a dudas. Lula ha abrazado el eje chino-ruso y ha extendido una alfombra roja a un mundo multipolar en el que los dos polos principales son en realidad dos dictaduras, las de Pekín y Moscú. El pasado mes de marzo, Brasil no firmó la declaración de la ONU que condenaba al régimen de Daniel Ortega en Nicaragua – gran aliado de Putin – por violar los derechos humanos. Entre los firmantes estaban también Colombia y Chile.

Al final de su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, de regreso de Pekín, sobre el conflicto ruso-ucraniano Lula declaró que Ucrania también es responsable de la guerra, que en realidad fue desencadenada por una invasión de Moscú. “La decisión de la guerra fue tomada por los dos países”, dijo Lula, haciéndose eco de otras declaraciones chocantes que hizo en enero, cuando dijo durante la visita del canciller alemán Olaf Schol que “cuando dos no quieren, no pelean”. En realidad, desde mayo de 2022, en una entrevista con Time, su posición había sido muy clara. Refiriéndose al presidente ucraniano Volodmir Zelenski, había dicho que era “tan culpable como Putin”. El periodista brasileño Mario Sabino, en un tuit mordaz, escribió: “Lo entiendo, la decisión de Adolf Hitler de invadir Polonia en 1939 también fue tomada por polacos. Igual que la decisión de perpetrar el holocausto también fue tomada del mismo modo por judíos”. Sobre Putin lo recordamos pesa una orden de detención emitida por la Corte Penal Internacional por ser “responsable del crimen de guerra de deportación ilegal de miles de niños de las zonas ocupadas de Ucrania a Rusia”. En los Emiratos Árabes, Lula repitió lo que había dicho en China, a saber, que “Europa y Estados Unidos contribuyen a la continuación de esta guerra”. Sin embargo, en cuanto a su intención de actuar como mediador de paz en el conflicto ucraniano junto con China, al margen de la OTAN y las Naciones Unidas, basta con escuchar su larga entrevista en la televisión estatal china CGTN para comprender que no hay ningún plan detrás de estas declaraciones. “Es una guerra que molesta a los que no participan en ella. No tengo un plan específico, no tengo nada preparado. La propuesta saldrá de muchas conversaciones entre muchas personas”, dijo Lula.

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