En vez de preocuparse por la amenaza electoral que pudiera representar el Partido Republicano, los partidos tradicionales de la derecha chilena debieran aprender lecciones del éxito que ha tenido el partido liderado por José Antonio Kast. Porque el Partido Republicano tiene principios simples y claros, y no tiene temor a defenderlos, mucha gente de derecha ha decidido dar su apoyo a ese partido, aunque no necesariamente comulguen con todos los principios que ese partido defiende.

En las elecciones para miembros del Consejo Constitucional del 7 de mayo, los chilenos que se molesten en ir a votar y que opten por no anular o dejar en blanco su voto, tendrán varias opciones en caso de que deseen dar un espaldarazo al Gobierno o que quieran castigarlo por pensar que el país avanza en la dirección equivocada.

Para aquellos que quieran expresar su descontento e insatisfacción por la forma en que el Gobierno ha hecho su tarea, hay tres opciones claras. La gente puede votar por la coalición Chile Seguro (RN, UDI y Evópoli), por el Partido Republicano o por el Partido de la Gente. La Coalición Chile Seguro -que antes se llamó Alianza, Vamos Por Chile y Chile Vamos- debiera recibir la votación más alta, en tanto esa coalición está compuesta por los partidos que tradicionalmente han representado al sector.

Pero desde la propia coalición derechista tradicional se escuchan rumores y temores de que el Partido Republicano podría dar una sorpresa al recibir una votación más alta que el 11,2% que obtuvo en la elección de diputados de 2021. Aunque pocos esperan que la votación del Partido Republicano alcance el 27,9% que recibió José Antonio Kast en la primera vuelta de la elección presidencial de 2021, el partido parece encaminado a celebrar ese día mientras que la coalición Chile Seguro, al menos ahora, aparece más preocupada que entusiasmada.

Resulta difícil entender por qué los tres partidos de derecha optaron por cambiar el nombre de la coalición, nuevamente. Como si estuvieran avergonzados por lo que representa Chile Vamos o Vamos Chile, los partidos de la derecha tradicional parecen determinados a camuflarse detrás de un nombre nuevo y, por cierto, bastante oportunista.

En la Región Metropolitana, uno de los candidatos que más entusiasmo parece generar en la coalición tradicional de derecha es Jaime Ravinet, un político que tuvo una destacada carrera como militante del PDC y que luego, como independiente, fue ministro en el gobierno de Piñera. Ravinet nunca se definió como derechista. Siempre ha sido un PDC tradicional. Ravinet ya no milita en el PDC porque el partido se corrió muy a la izquierda, no porque Ravinet haya empezado a ser de derecha.

El hecho que muchos en la derecha vean a Ravinet como su mejor alternativa electoral refleja el problema real que tienen los partidos de derecha: les avergüenza defender los valores tradicionales de la derecha.

Por su parte, el Partido Republicano no se avergüenza de defender los valores de la derecha. Incluso defiende algunos valores más propios del autoritarismo dictatorial que de la derecha democrática. Pero como la derecha tradicional parece avergonzarse de sus valores y principios, el Partido Republicano ha tomado ese lugar al punto que bien pudiera darse una toma hostil de la derecha por parte de ese partido emergente que probablemente nunca soñó en crecer tan rápido en tan poco tiempo.

Parte del problema de la derecha tiene su origen en los dos gobiernos de Sebastián Piñera. Si bien Piñera defendió algunos de los valores tradicionales del sector, el Presidente derechista también dejó un complejo legado.

En cada uno de sus gobiernos, Piñera hizo crecer la burocracia estatal, creando nuevos ministerios. Aunque defendió los valores de la libertad, no empujó con fuerza la defensa del libre mercado ni combatió con suficiente fuerza los oligopolios y la falta de competencia que existe en muchas industrias en Chile. Aunque habló de meritocracia, Piñera gobernó siempre con el llamado club de amigos de Cachagua. Aunque habló de ley y orden, le tembló la mano cuando debió hacer valer la ley y el orden durante el estallido social.

Aunque hizo campaña prometiendo que no reemplazaría la Constitución de 1980 (sino que la reformaría), cuando estuvo a punto de ser obligado a renunciar, prefirió entregar la Constitución que juró defender. Hoy, a tres años y medio del estallido social, el país todavía sigue atrapado en el túnel del proceso constituyente que el ex Presidente impulsó en los días posteriores al estallido social.

De poco sirve llorar por la leche derramada, pero es importante aprender lecciones de los errores cometidos. La derecha chilena no tuvo el coraje moral para defender con fuerza los principios de la libre competencia, la igualdad de oportunidades, la meritocracia y la ley y el orden.

El Partido Republicano ha tomado esas banderas -y otras menos loables- y ha logrado atraer el entusiasmo y el apoyo de muchas personas de derecha. No es que los derechistas en Chile se hayan puesto más autoritarios y conservadores, el éxito del Partido Republicano radica en que la derecha tradicional dejó un tremendo vacío al no atreverse a defender los principios que la derecha democrática siempre ha defendido en todo el mundo.

Por Patricio Navia, socióloo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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