El resultado de la elección no admite interpretaciones creativas. Transcurrido un año y dos meses de la llegada de Boric a la Presidencia, fue un categórico pronunciamiento contra su gestión y el rumbo de su gobierno. Está en línea con el Rechazo del 4 de septiembre, cuando se hundió el proyecto de Constitución por cuya aprobación él hizo hasta lo indebido.

Dos derrotas en 8 meses son excesivas para cualquier gobernante, pero con mayor razón para uno como Boric, con menguado capital político. Y ambas han sido el precio de su distorsionada visión de la realidad, como ha quedado en evidencia una y otra vez en el tiempo que lleva en La Moneda. Si se hubiera aprobado el proyecto de Constitución que él quería para Chile, la crisis habría sido de tal magnitud que habría desbordado a su gobierno.

La elección del 7 de mayo fue consecuencia directa de la ilusión de Boric de que un nuevo experimento constituyente iba a borrar el Rechazo y se convertiría en la revancha de las izquierdas. Parece que Álvaro Elizalde y Vlado Mirosevic pensaban igual, porque en su condición de líderes del Congreso corrieron a La Moneda a mostrarle al mandatario el acuerdo de los partidos del 12 de noviembre casi como si fuera el Acta de la Independencia. Como que lo llamaron “Acuerdo por Chile”.

¿Pensaban acaso que el oficialismo triunfaría en la elección del Consejo Constitucional? ¿O se volvieron generosos y no les importaba que ganara la oposición? En uno u otro caso, es evidente que en La Moneda no abunda la perspicacia política. Y mejor ni hablar del sentido de Estado

Boric volvió a equivocarse, y además en contra de sus propios intereses. Lo que menos necesitaba su gobierno era buscarse otra derrota, y fue exactamente lo que hizo. Se confirmó que no cuenta con colaboradores que sean capaces de advertirle de los errores catastróficos. Después del plebiscito, debió actuar con prudencia y, por lo menos, no embarcarse en una nueva aventura constituyente, pero siguió adelante. como si cumpliera una manda religiosa.

La elección permitió apreciar que el Rechazo del plebiscito representó mucho más que la oposición al proyecto de Constitución que el gobierno quería para Chile. Entonces y ahora, se manifestó una corriente muy vigorosa de desacuerdo con el rumbo que lleva el país bajo el gobierno izquierdista.

¿Qué va a pasar ahora en el gobierno? Probablemente, se acentuará la pugna por la hegemonía. Habrá que ver si Tohá, Marcel, Elizalde, y quizás Van Klaveren, consiguen gravitar los suficiente como para convencer al mandatario de que necesita actuar con espíritu de supervivencia si no quiere agravar su situación. No hay espacio para porfiar con propuestas que no tienen ninguna posibilidad de prosperar.

Los partidos del Socialismo Democrático tendrán que reflexionar seriamente sobre el sentido de su participación en el gobierno. El PS, en particular, tiene que definir qué quiere representar ante el país. En los tiempos que vienen, se jugará su propio lugar en el mapa político en un contexto en el que existe el riesgo de seguir retrocediendo.

Si la llegada de Boric a La Moneda representó “algo”, asociado principalmente a la promesa de nuevos derechos sociales y al aire fresco que parecía representar su generación, ese algo ya no existe. El mandatario está en vías de convertirse en un actor secundario, y en ello influirá la partida de la competencia presidencial. Es muy probable que en la campaña municipal del próximo año ya haya candidaturas presidenciales desplegadas.

La izquierda ha tenido siempre dificultades para comprender el principio de acción y reacción. La pasión revolucionaria, que tiende a confundir lo real y lo imaginario, provoca habitualmente la pasión contrarrevolucionaria. No puede sorprender, por lo tanto, que Republicanos se haya convertido en el mayor partido del país. Capitalizó, sin duda, el rechazo al extremismo octubrista y a la línea seguida por el gobierno. Será, sin duda, un actor gravitante en los próximos años.

No es claro cómo va a evolucionar el proceso constituyente. Hay señales que sugieren que las izquierdas podrían levantar alguna excusa para desembarcarse. Y quizás la victoria opositora lo aliente. En cualquier caso, el proceso debe desarrollarse según lo establecido, aunque todos sabemos que el asunto constitucional ha encubierto una confrontación crudamente política sobre el futuro del país. Esperemos que no se produzcan nuevos enredos en una materia que ya provoca fastidio en amplios sectores, lo que el Congreso pudo haber evitado si no hubiera aplicado la doctrina de Poncio Pilatos.

Se tiende a consolidar la corriente que se expresó en el Rechazo el año pasado. Fue muy nítido lo rechazado entonces, y se vuelven más nítidos los elementos de coincidencia sobre lo que el país necesita. No se trata únicamente de las fuerzas de derecha, sino de mucha gente sin filiación que quiere que Chile avance sin convulsiones ni demoliciones. Las fuerzas emergentes de centro Amarillos y Demócratas pertenecen a esa corriente, la cual, ayer y ahora, manifestó su anhelo de que terminen el desorden y la inestabilidad, y se ponga freno a la delincuencia y el terrorismo.

Esa mayoría está convencida de que, para progresar de verdad, hay que recuperar la seguridad pública, aplicar la ley en todo el territorio, asegurar que el Estado proteja de verdad a la población. Ese es el punto de partida, y será definitorio en las próximas elecciones. Se necesitará una gran convergencia de fuerzas en el futuro para que el país recupere el sentido de orientación y el optimismo.

Por Sergio Muñoz Riveros para ex-ante.cl

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