Estoy gratamente sorprendida y agradecida por la invitación de Daniel. Tengo que confesar con mucho pudor que no había leído ninguno de tus otros libros. Como historiadora interesada desde hace mucho tiempo en la búsqueda y comprensión de aquellos procesos y hechos que han marcado nuestro pasado reciente, es casi como confesar un pecado.
Pero ahora, que me he reivindicado, quiero agradecerte sinceramente la oportunidad que me has dado, ya que leer “Salvador Allende, la izquierda chilena y la Unidad Popular” nos permite no sólo ampliar nuestras perspectivas y puntos de vista, ensanchar nuestros conocimientos y percepciones sobre este período, sino que sobre todo -como estoy segura de que le pasará a quienes lo lean- nos ayudará a ser mucho más conscientes y estar mejor preparados para entender y enfrentar el Chile de hoy.
Debo decir además, que me siento muy honrada de compartir esta mesa con Ascanio (Cavallo) y Alfredo (Joignant), grandes y reconocidos profesionales y analistas políticos, que, sin duda, enriquecerán con sus respectivas miradas esta presentación.
Soy poco dada a los halagos y menos aún dentro del mundo académico, donde, en general, se valora mucho más la crítica, las carencias y los vacíos en que incurre un autor a la hora de presentar su ideas y reflexiones. Sin embargo, quiero decir sin ambages ni rodeos que este libro me encantó: ¡qué libro más bueno, más inspirador y fascinante! Creo que instruye y debiera ser lectura obligatoria para nuestra dirigencia política, poco dada a sacar lecciones de la historia y a meditar sobre sus errores.
Felicito a Daniel, en primer lugar, por su gran esfuerzo intelectual porque no sólo ha sintetizado en alrededor de 350 páginas el que a mi juicio fue uno de los períodos más duros y aciagos de nuestra historia contemporánea, sino porque ha penetrado con maestría y profundidad en la contradictoria y enigmática personalidad de Salvador Allende; en la ambigüedad ideológica y desastre operativo de su gobierno y en el nudo gordiano que ha significado para la izquierda, mantener y promover su legado después de su trágica muerte.
Un punto interesante a destacar es que el autor ha realizado dicho esfuerzo desde una “doble militancia” intelectual: como filósofo y como historiador, es decir, reflexionando a partir de incisivas e incómodas preguntas y desentrañando las posibles verdades a través de un riguroso uso de fuentes.
El resultado es muy atrayente: una obra que analiza desmenuza e interpreta el contexto en que se desarrollaron los acontecimientos, a los actores más importantes que participaron en la trama y, a su protagonista principal, cuyo pensamiento, acción y muerte siguen siendo motivo de polémica y un verdadero enigma. A su juicio, la falta de comprensión de su figura ha sido la piedra de tope que -todavía, después de 50 años, nos impide vislumbrar adecuadamente lo ocurrido en 1973.
Destaco también que su rigor intelectual lo lleva a realizar un relato exento de todo maniqueísmo. Si bien es crítico a la hora de acercarse a la figura política de Allende, sus planteamientos son empáticos con el hombre y sus circunstancias. No hay odiosidad ni juicios valóricos ni morales a su conducta, sino deseos de comprender su rol histórico desde una vereda ideológica y política que claramente no es la suya. Quizás aquí, y más allá de las propias y originales concepciones y reflexiones del propio Daniel, le haya influido en algo, la lectura y análisis del excelente libro de Gonzalo Vial, “El fracaso de una ilusión”, quien valora, analiza y explica a Allende en varias dimensiones, sin denostaciones ni cargas que nublen la reflexión. ¡Ojalá la izquierda comience a escribir de sus adversarios políticos sin tantos resquemores y con esta libertad!
En este libro nada es desechable. Cada uno de sus capítulos merece ser leído y reseñado con mucha atención, aunque aquí me detendré en destacar sólo los dos aspectos que me parecieron más novedosos y que permean toda su reflexión.
Primero, la idea que hay dos Allende. No me refiero a la clásica dicotomía entre el Allende demócrata y el Allende revolucionario, el Allende parlamentario vs el impulsor de OLAS, el táctico o el estratega y así sucesivamente… No. Eso es más o menos conocido, las contradicciones son evidentes y la ambigüedad de moverse entre esos dos mundos, una característica de su personalidad política. Lo novedoso, al menos para mí, son los otros dos Allende que Daniel aborda: el Allende del martes 11, vs el Allende de los mil días.
La diferenciación es importante y un gran acierto del autor porque esos dos Allendes que presenta, el que se suicida en La Moneda y el que gobierna por mil días no sólo son distintos, sino que dejan un legado contrapuesto difícil de compatibilizar. El primero es el Allende hombre que se encuentra con su destino a través de un gesto moral y que es, en definitiva el que se convirtió en mito; el segundo es el Allende político quien, al no darle conducción ni continuidad a su gobierno, dejó un proyecto inconcluso. Este último Allende, es el que ha sido más difícil de procesar por parte de la izquierda porque, en definitiva, está marcado por el signo del fracaso.
Para Daniel, “el mejor Allende, por decirlo de alguna manera, fue el de las últimas horas”. Su suicidio -nos dice- no fue improvisado. Sus discursos y conversaciones a partir de octubre de 1972 dan prueba de ello. Inmerso en un laberinto sin salida, se ve en la inevitable necesidad de darle un sentido a su muerte. A juicio del autor, lo que pretendió Allende al inmolarse fue “intentar zanjar un dilema político con un gesto moral”, elevándose por encima de sus adversarios y del “colosal equívoco que él mismo había construido”. Dicho de otro modo, su radical decisión no fue sino su singular manera de asumir su fracaso.
Este planteamiento no lleva a una segunda idea fuerza del libro, que, a mi entender, es clave para comprender nuestra historia política después del 11 y la persistente resistencia de un sector de la izquierda actual para asumir las lecciones de la historia.
El autor realiza un interesante contrapunto en el modo en que las izquierdas han leído lo que pasó el 11. El bombardeo a La Moneda y la muerte de Allende -los principales símbolos del quiebre de la democracia- ¿fueron consecuencia de un fracaso o de una derrota?
Su punto de arranque para plantearse esta pregunta fue la bestial, dura y dolorosa autocrítica que -poco después del golpe- hicieron de los mil días, dos reconocidos intelectuales de izquierda -Tomás Moulian y Manuel Antonio Garretón. Es admirable, -nos señala el autor- porque fueron ellos, dos Mapus comprometidos con el proceso, los primeros que se atrevieron a poner el dedo en la llaga.
El tema no es baladí porque de esta percepción -si fue derrota o fracaso- se derivan una serie de efectos para el futuro político del país.
A modo de síntesis e intentando con ello interpretar el análisis que hace Daniel en el libro, a un sector de la izquierda le resulta más fácil -y aquí yo agrego políticamente más conveniente- calificar lo sucedido el 11 como una derrota. Argumentos no faltan: aplastante superioridad militar del adversario, fuerzas desestabilizantes externas al propio proceso, conspiraciones, intervención norteamericana, una oposición fascista, etc., etc. Sin duda, hay un poco de todo ello, pero creo entender que el planteamiento central de Daniel es que enfocar las causas del desastre en situaciones y agentes externos, conlleva un serio problema: las derrotas así entendidas, minimizan los errores propios, convierten a los derrotados en víctimas y, peor aún, exime a sus actores y protagonistas de responsabilidades.
Para Daniel está claro que el gobierno de Allende fracasó. En el capítulo “Los errores de la UP” da cuenta de los factores que incidieron en dicho fracaso, señalando que los principales fueron su relación con las capas medias y el desprecio por la trayectoria del Estado chileno en el siglo XX. Al final de cuentas, la izquierda en el poder ignoró dos puntos esenciales: la imposibilidad de llevar a cabo un cambio de estructuras política, social y económica en democracia, sin contar con una mayoría, la que la UP nunca tuvo y, segundo, -dicho ahora con mis palabras- la ceguera ideológica que les hizo desconocer la fuerza de los sectores medios y del centro político, tensionando al máximo su relación con la Democracia Cristiana que la representaba. Si a ello agregamos la disputa interna entre las dos vías y la incapacidad de Allende para ejercer su autoridad y liderazgo, estamos frente a la tormenta perfecta.
Sin duda para la izquierda ha sido difícil procesar esta realidad. Detrás del análisis de Daniel está presente la persistente contradicción entre dos realidades que podríamos expresar a través de la pregunta que traspasa todas las páginas de su libro: ¿Cómo conciliar que quien gracias a su trágica muerte se convirtió en la figura sagrada, el símbolo de identidad de la izquierda sea a su vez el protagonista y principal responsable de un proceso fracasado?
La izquierda se ha movido en la ambigüedad y no ha logrado ni sabido encajar las piezas de este puzzle. Con todo, fue su capacidad de autocrítica la que permitió, a juicio del autor, que una parte de ella pudiera repensar un nuevo ciclo político para Chile: la Concertación. Fue un gran esfuerzo ya que permitió -y con éxito- el entendimiento entre una izquierda renovada, consciente del fracaso, y la Democracia Cristiana, firme opositora del proyecto marxista que éstos habían querido imponer.
Sin embargo, Daniel nos hace ver que hay una nueva generación, la del Frente Amplio, que ha tomado como fuente de inspiración a Allende. El discurso de Boric al asumir la presidencia y otros posteriores -nos dice- no deja dudas sobre el manifiesto deseo de ser su continuador, su heredero. El problema está en saber cuál es el Allende que se reivindica.
Como se puede advertir, el libro de Daniel es de una actualidad plena. Su mejor virtud es que más allá que nos entrega elementos de análisis y una inteligente y sagaz interpretación de este período, impele al lector a reflexionar y a sacar sus propias conclusiones.
Me temo que si bien estamos en otro contexto, el Allende que hoy la izquierda en el poder quiere redimir, no es ese del martes 11, el del gesto moral, sino el Allende políticamente fracasado de los mil días. ¿Qué los puede llevar por este camino? ¿la ignorancia y desconocimiento histórico de nuestro pasado o el rasgo utópico que permea sus creencias que los lleva a pensar que es posible terminar con el proyecto inconcluso de hace cincuenta años?
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