Desde hace varias semanas (¿meses?) se ha venido tramitando, sin avance alguno, la solicitud realizada a la Universidad de Santiago (USACH) de hacer públicos los antecedentes académicos de la profesora Elisa Loncón, que le habrían hecho merecedora de un “año sabático”, completamente pagado. Y es verdad que en los últimos días esta noticia ha pasado piola, porque la agenda se la han comido otros temas, harto más sabrosos (el genial plan piloto para un gas a “precio justo”, la bullada salida del subsecretario de Previsión Social, el macabro manual de educación sexual que incluye ejercicios de tocamiento entre niños de edad pre-escolar, y así un largo etcétera), pero no por eso es un tema que debamos guardar en el cajón del olvido.

Lo de Loncón es algo sumamente grave, y tiene implicancias que van mucho más allá que el financiamiento de viajes para quejarse de la sociedad chilena y su negativa a aprobar un paupérrimo texto constitucional.

Primero que nada, no se entiende el abrumador secreto frente a registros que siempre debieran ser públicos. Quienes trabajamos en la academia sabemos que se ha avanzado un montón en esa materia en los últimos años: se han fortalecido los protocolos, se han creado comités de ética, se han establecido mecanismos de revisión como los “dobles ciegos” y se han transparentado muchas decisiones que antes se tomaban entre cuatro paredes. ¿Para qué? Para terminar con los plagios, los abusos y los padrinazgos. En un plaza que mueve lucas -muchas veces públicas- según decisiones que podrían ser arbitrarias, y en una industria en la que hay una eminente asimetría de poder, entre profesores y alumnos, es clave que exista la más absoluta transparencia. ¿Qué nos ofrece la USACH, en cambio? Penumbra propia de un sistema totalitario.

Por otro lado, la negativa de informar los pergaminos de la señora Loncón, deja un manto de dudas sobre su actuar académico en estos últimos años. Si hay una verdad en esta vida es que a los docentes les encanta alardear de sus triunfos (es cosa de mirar los CV de profesores gringos… pueden llegar a tener más de 10 o 15 páginas, porque siempre agregan los congresos en los que participan, los capítulos de libros que han enviado, etc. Todo lo contrario al CEO de una compañía, cuyo CV generalmente no supera una sola plana).

A decir verdad, no es mucho lo que sabemos de la vida de Loncón como profesora e investigadora. Sí sabemos que tiene dos doctorados, uno en la UC y otro en Leiden, que habla inglés fluido y no mucho más que eso. ¿Cuántos artículos ha publicado en revistas indexadas? ¿Cuántas ponencias en conferencias internacionales? Google Scholar nos entrega algunas pautas, pero no muchas; la Dra. Loncón no tiene perfil propio. Sí tiene en el sistema Orcid, y en Academia.edu, donde incluso la destacan como autora o co-autora de 43 papers. Nada de mal… si esto es tan así, ¿por qué no hacerlo público?

Este asunto no es baladí. La institución de los “años sabáticos” es una de las tradiciones más importantes de la vida académica, y por tanto, hay que cuidarla. No puede ser una arbitrariedad y menos una gratificación por haber servido a la Patria en la anterior Convención Constitucional. No estoy diciendo que el año sabático de la Dra. Loncón lo sea, pero al menos podemos coincidir en que la negativa a informar al respecto refleja un manto de dudas.

El problema, a fin de cuentas, no es de Elisa Loncón. El problema es nuestro; somos nosotros los que ayudamos a construir ese mito. Desde los comienzos de la fracasada Convención, fueron muchos los que vieron en Loncón un personaje sobrehumano, un ser más allá del bien y el mal, casi una divinidad, a la que prontamente les habría gustado proponer como candidata al Nobel de la Paz (lo siento Michelle, pero esta te la ganaron). Y, dicho sea de paso, la convencional mapuche tenía mucho potencial para haber cumplido con ese rol: como mujer, de ascendencia indígena y académica, podría haber colaborado con hacer de la Convención el espacio de todos, y haber ayudado a tener un texto lo más integrador posible. Sin embargo, en pocas semanas salió a la luz su verdadero perfil: Loncón se fue convirtiendo en una activista preocupada sólo de agradar a su gente, y su rol de presidenta terminó siendo tan intrascendente que a nadie le sorprendió que se terminara abruptamente su mandato.

De hecho, es ese mismo perfil de activista el que ha figurado estos días, cuando le ha tocado referirse a la negativa de su universidad a publicar los antecedentes que estamos describiendo. La señora Loncón ha alegado discriminación y persecución política y xenófoba. Pero nada de eso es cierto. Tal cuña no es más que una falacia para sacarnos de lo realmente importante: la igualdad ante la ley. Aun cuando sea una ley académica.

Por Roberto Munita, abogado, sociólogo y master en Gestión Política George Washington University, para El Líbero

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