El peronismo tiene por delante ocho meses al frente de la Casa Rosada. Todo indica que será un largo via crucis. Dividido y sin armas para revertir la peor crisis económica en 20 años, la popularidad de sus dirigentes está por los suelos. La imagen negativa del presidente, Alberto Fernández, roza el 70%, según un sondeo publicado durante el fin de semana por la consultora Opina Argentina. La crisis se aceleró esta última semana y hundió las posibilidades electorales de la que hasta ahora era la principal apuesta del partido, el ministro de Economía, Sergio Massa. El desconcierto es tal que ha vuelto al centro de la escena Cristina Fernández de Kirchner, la dirigente del Gobierno mejor posicionada en las encuestas, pero autoexcluida de cualquier candidatura electoral desde diciembre, cuando fue condenada por corrupción.
La inflación interanual está en el 104%, las reservas líquidas del Banco Central apenas superan los 2.000 millones de dólares y el peso perdió desde el lunes el 10% de su valor ante el dólar en los mercados no regulados por el Estado. El golpe de gracia lo ha dado la sequía, la más grave en 60 años. Los ingresos por exportaciones se reducirán este año en 20.000 millones de dólares, la mitad de lo que Argentina le debe al Fondo Monetario Internacional (FMI). Massa tiene un trabajo ingrato: debe evitar una devaluación del peso que dispare aún más el hambre y la pobreza, que en el segundo semestre de 2022 alcanzó el 39,2%. El índice del primer semestre de 2023 será mucho peor. La única esperanza del ministro es que el FMI adelante los desembolsos acordados hasta diciembre, unos 11.000 millones de dólares; y que el campo acelere la liquidación de sus ventas al exterior gracias al “dólar soja”, con una cotización casi 50% por encima de la oficial.
El plan para llegar hasta diciembre encuentra al peronismo sin candidato para las presidenciales de octubre. Alberto Fernández se bajó de la reelección el viernes pasado, luego de que el kirchnerismo lo presionara de todas las formas posibles para que lo haga. Pero ahora que lo ha logrado, no tiene a quien poner en su lugar. Por primera vez desde el regreso a la democracia, en 1983, el peronismo no logra encontrar la puerta de salida y pone a prueba, como nunca antes, su capacidad de gestión.
El partido fundado hace ochenta años por Juan Domingo Perón lleva desde hace más de 30 años puesta la chapa de salvador. En 1989, el recién elegido Carlos Menem asumió antes de tiempo cuando el Gobierno del radical Raúl Alfonsín se hundía en el mar de la hiperinflación. En el año 2001, tras la salida anticipada de otro radical, Fernando de la Rúa, el peronista Eduardo Duhalde se puso al frente de la peor debacle económica de la historia reciente y salió a flote. En 2019, Fernández recibió de manos de Mauricio Macri una economía con más del 50% de inflación y prometió resolver el problema. Cuatro años después la ha más que duplicado.
Fernández es sin duda el presidente peronista con menos poder. Cristina Kirchner lo ungió como candidato en 2018, convencida de que necesitaba una figura disruptiva que sumara los votos de esos peronistas que no la soportaban. La jugada de ajedrez le dio el triunfo al Frente de Todos ante Macri, que buscaba la reelección, pero pronto se volvió profundamente disfuncional. A medida que la economía se hundía, las diferencias en el binomio presidencial se agrandaban. Fernández quedó solo y el kirchnerismo pronto hizo oposición desde dentro mismo del Gobierno. Ahora han llegado al punto en que deben buscar un candidato a presidente antes de junio y no tienen un nombre.
La pelea pasa ahora por cómo elegir al sucesor. En el video de su renuncia, Fernández se erigió como garante de una elección primaria abierta y transparente en agosto para votar un candidato en las urnas. El kirchnerismo había defendido hasta ahora la idea de participar en una interna electoral, pero sin Fernández en la contienda pretende que sea Cristina Kirchner quien elabore la estrategia del Frente de Todos.