Los últimos acontecimientos políticos recordaron a esta veterana pluma la advertencia enunciada, ya en el siglo XVI, por el escritor español Francisco de Quevedo: “Poderoso caballero… don Dinero”; asertiva sentencia que los barbilampiños personeros de este gobierno han validado con sus conductas contrarias a la probidad, la honradez y la moral púbica.
Lo que en un principio se consideró como desprolijidades, dada su total inexperiencia en el campo de la administración y gestión, demostró ser una práctica recurrente, dando la impresión que no vinieron a “hacer la revolución”, sino que a enriquecerse con el mínimo esfuerzo… Vinieron tras el poderoso caballero don Dinero.
Los casos que confirman lo anterior son muchos: han copado la administración pública con más de 90.000 nuevos cargos; han hecho de la corrupción, el amiguismo, el nepotismo y la inmoralidad, una constante. La codicia se ha apoderado del gobierno en un deseo de hacer cualquier cosa por lograr dinero, poder y control.
No se requiere ser muy erudito para concluir que, lo que estamos viviendo, no es distinto a lo vivido en las sociedades donde la izquierda ha llegado al poder; baste revisar lo que ha pasado en Brasil con Lula, en Argentina con los Kirchner, Chávez y Maduro en Venezuela, los Castro en Cuba… Nosotros no íbamos a ser la excepción.
Es válido preguntarse entonces: ¿nuestra democracia no estará girando hacia una “cleptocracia”?, ese modelo político donde la prioridad es abusar de los recursos públicos para el enriquecimiento de quienes gobiernan, sus parientes y amigos… Así de simple, total la revolución puede esperar, primero hay que beneficiar a “los compañeros” y hacer “vista gorda” a la advertencia que reza: “a mayor corrupción, mayor pobreza”.
Habrá quienes piensen que, como todo tiene “de dulce y agraz”, en esta ocasión “lo dulce” estaría representado por la idea que, así como están las cosas (encuestas, adhesiones, acusaciones, etc.), este gobierno no tiene futuro, no percibiendo que la izquierda está privilegiando el hacerse de un “jugoso botín” y ubicándose en posiciones estratégicas para más tarde, arremeter con fuerza.
La situación es compleja. Por lo tanto, la Sociedad Política (léase: partidos, parlamento, dirigentes nacionales regionales y locales), y la Sociedad Civil (gremios, instituciones académicas y religiosas, centros de pensamiento, etc.) no tienen muchas opciones, deben actuar con prontitud y firmeza evitando ser seducidos por discursos retóricos, promesas sugestivas, disculpas o afirmaciones hipócritas… Son los valores y principios de la Sociedad Libre los que están amenazados.
En síntesis, para esta curtida pluma, el problema no se corrige de otra manera que por la reacción “severa y oportuna” de las instituciones republicanas. Quienes crean que las condiciones y soluciones son similares a las de hace 50 años, se equivocan; hoy no hay revolución, hay corrupción. Por lo mismo, hay que acallar, de cualquier forma, el “ratero grito” de la izquierda que llama… ¡A robar, a robar, que el gobierno se va a acabar!
Por Cristián Labbé Galilea
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