Los primeros tiempos fueron críticos para la naciente ciudad de Santiago y las autoridades de la municipalidad (que entonces se denominaba “cabildo”) debieron adoptar medidas extremas para reunir fondos que les permitieran ejecutar las obras más indispensables.
La situación económica no les dejó otra alternativa para superar la crisis económica que vender la mitad de la casa donde funcionaba el ayuntamiento.
Así, lo indica el acta del 23 de mayo de 1575:
«Este día acordaron los dichos señores justicia i rejimiento que se venda a censo la mitad del solar de las casas de cabildo como parte a la casa de Juan Hurtado, quedando el medio solar de la plaza para esta ciudad; e que se pregone nueve días, al cabo de los cuales se remate en dicho tiempo, si así pareciere a sus mercedes. I lo firmaron de sus nombres sus mercedes; Juan de Cuevas, Marcos Veas, Alonso de Córdoba, Francisco de Gálvez. Antonio Carreña, Agustín Briceño, Alonso Álvarez Berríos, Rami Yáñez de Saravia”.
Previamente, el 11 de abril de 1575, los integrantes del Cabildo mandaron pregonar, durante nueve días, el remate de otra propiedad municipal, una placeta ubicada detrás del cerro Santa Lucía, la cual daban a perpetuidad al que más diera por ella.
Pero a pesar de todas las dificultades económicas, el cabildo decretó el 27 de mayo de 1575 dos medidas importantes. La primera, relacionada con el río Mapocho, para hacer los trabajos convenientes, que permitieran precaver inundaciones y facilitar el riego de los predios. A cargo de dichas obras nombraron a los capitanes Juan de Cuevas, corregidor, y Marcos Veas, alcalde.
La segunda obra propuesta fue el empedrado de Santiago. Las calles se hallaban en pésimo estado, llenas de polvo y basuras. Encargados de dichas obras nombraron a Alonso de Córdoba, alcalde y Alonso de Álvarez Berríos.
Ambos proyectos dan cuenta de la voluntad de gestión que inspiraba a las autoridades de la época cuya idea era hacer ciudad como un servicio a Dios y al Rey y para ello utilizaban todos los recursos que tenían a su disposición, las piedras que proporcionaba el rio y los indios a quienes sometían a trabajos forzados recibiendo como retribución seguramente la comida con que contribuían los vecinos.
Por Juan Medina Torres.-