Al gobierno le está “entrando agua” por todas partes: inundado de denuncias de corrupción; el gabinete con el agua al cuello; la adhesión con flotabilidad mínima; el capitán intentando infructuosamente encantar, a cualquier precio (literalmente) a sus pasajeros… y de pronto… ¡un torpedo!, bajo la línea de flotación, le bota al responsable de dirigir la orquesta encargada de animar actos conmemorativos de los 50 años del Pronunciamiento Militar de 1973.

La situación es patética. Cualquier analista podría suponer que se está en presencia de un barco fantasma, dirigido por lémures o brujos, desafiando las escarpadas aguas de la política nacional, semejante a una sórdida versión del mítico navío chilota (Caleuche). Pero, lamentablemente, el entorno nos advierte que es algo real… estamos ante peligro inminente de zozobra.

Los últimos acontecimientos así lo indican. La izquierda dura, el Partido Comunista y las agrupaciones de Derechos Humanos, parecieran haberse hecho cargo del timón, y han terminado tirando por la borda al asesor presidencial encargado de la citada conmemoración. Está claro que a este gobierno nada les resulta bien. Lo que pretendía ser “un caballito de batalla” le terminó corcoveando al punto de desmontarle obligadamente a su avezado jinete de las comunicaciones, y a suspender una serie de actividades programadas para reivindicar a Allende y a la Unidad Popular.

Todo es tan distante de lo que la opinión pública quiere y necesita: simplemente, solución a los problemas que le afectan. Tan ajeno es este circo a las necesidades de la gente, tan profunda es la desilusión de la política y los políticos, que para nadie es extraño el aumento diario de la visión positiva que se tiene del gobierno militar.

Si las encuestas y estudios de calificados politólogos ratifican lo anterior, es difícil explicarse porqué las dirigencias de partidos, supuestamente afines a los principios de una Sociedad Libre, son tan lábiles a la hora de defender ideas políticas básicas y elementales contenidas en sus manifiestos partidarios, como libertad, familia, propiedad, seguridad, orden, emprendimiento privado…

Vivimos tiempos donde no caben ambigüedades: la ciudadanía busca en sus representantes consecuencia, claridad y decisión. Son tiempos para políticos definidos y resueltos, que no cedan ante lo políticamente correcto o ante cualquier iniciativa que dé tregua a los inescrupulosos. Son tiempos donde no hay espacio para “salvavidas políticos” que intenten salvar la corruptela, porque, lo quieran o no, terminan siendo “salvavidas de plomo” para los políticos honestos y honrados.

Lo que es obvio para esta pluma, para muchos contertulios no lo es tanto; a diario ven “canibalismo político” entre dirigentes de partidos opositores, enredados además en cálculos electorales; no trepidan en fagocitarse mutuamente, dando un triste espectáculo que, sin duda, será castigado en las próximas elecciones.

Por último, así como están las cosas en el gobierno y en la oposición política, no se puede descartar que, en esta incierta travesía, se produzca un levantamiento espontáneo de la sociedad civil, o que se agudice aún más el motín en curso al interior del oficialismo.

Por Cristián Labbé Galilea

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