En la medida que la gente perciba que la aprobación de la nueva Constitución es un tema prioritario para las élites políticas y económicas del país, aumentará el apoyo a la opción de rechazar el nuevo texto en el plebiscito de diciembre.

Precisamente porque la causa del estallido social de 2019 fue el rechazo a los privilegios de la élite y al abuso al que era sometido el resto de la población, en la medida que la gente perciba que el nuevo texto constitucional está hecho a la medida de la élite, crecerá el apoyo al rechazo. La mejor forma de evitar un nuevo fracaso en el proceso constituyente es centrar el mensaje en que el nuevo texto constitucional permitirá una cancha pareja, sin abusos, con iguales oportunidades para todos y con una estructura institucional que termine con los privilegios que históricamente ha tenido la élite política y económica.

Aunque muchos quisieron llevar agua a su propio molino después del estallido social de 2019, el tiempo nos ha dado la razón a los que siempre argumentamos que el descontento popular no era contra el modelo económico, sino que se producía por la frustración de una población que quería que el modelo funcionara para todos y no para la misma élite minoritaria que siempre ha sido privilegiada en el país. Los chilenos querían entrar a la fiesta, no querían una nueva fiesta.

Pero la clase política de izquierda hábilmente convenció al torpe y ciego gobierno de Sebastián Piñera de que el descontento era con la Constitución. Piñera, incapaz de entender que la gente quería terminar con los privilegios de esa élite que su propia trayectoria personifica (esa perjudicial combinación de élite política y económica), pensó que entregando la Constitución que él juró defender, podría salvar su propia cabeza y, de paso, proteger los intereses de esa élite que históricamente se niega a abrir las grandes alamedas para construir una sociedad con igualdad de oportunidades.

Hoy, ya cercanos a que se cumpla el cuarto aniversario del estallido social, el país sigue atrapado en el pantano del proceso constituyente en el que nos metió esa clase política que carece del coraje necesario para terminar con las granjerías y los privilegios de la élite.

Esa falta de valentía para profundizar el modelo de libre mercado con igualdad de oportunidades para todos ha hecho que la gente termine asociando el agotador proceso constituyente a un mecanismo de defensa de esa estructura de privilegios que dificulta el desarrollo económico y ralentiza la inclusión social. Los escándalos de corrupción en el gobierno actual han transformado al Frente Amplio, un grupo que nació para luchar contra los privilegios y la corrupción, en el nuevo símbolo de las injusticias y el abuso.

La elite política y económica ahora parece obsesionada con lograr cerrar este proceso constituyente que la propia elite ayudó a abrir por razones equivocadas. Pero en ese esfuerzo por cerrar este agotador camino, la elite ahora se encuentra con una opinión pública desconfiada que reacciona apoyando lo opuesto de lo que la elite quiere impulsar. Por eso, mientras más se asocie la aprobación del nuevo texto a la elite política y económica, mayor será el apoyo a las posiciones en contra de esa nueva constitución.

No importa lo que diga el texto. Ya quedó claro que los chilenos no se tomaron la molestia de leer la propuesta de nueva Constitución -por más que el gobierno malgastó recursos en imprimir millones de copias que fueron a llenar basurales. La gente tampoco leerá el nuevo texto. Habrá muy poco tiempo para poder revisar el texto entre el día que se termine de redactar y el momento en que toque votar, pocos días antes de la Navidad.

Una de las razones que explicarán el voto en diciembre será la aprobación presidencial. Mientras menos gente apruebe a un gobierno que deberá llamar a votar a favor, más difícil será que se apruebe el texto. También importará quiénes sean los rostros del Apruebo. A menos que haya voceros creíbles que logren convencer a la población que el texto de la nueva Constitución ayudará a terminar con los abusos y con los privilegios de la élite, se fortalecerá la inclinación a votar en contra en esa población que sigue molesta y descontenta porque el modelo todavía no funciona bien para ellos.

Los chilenos nunca quisieron un nuevo país. Siempre han querido que el país que ya tenemos funcione para todos en igualdad de condiciones. La gente no quiere privilegios, quiere una cancha pareja. A menos que el proceso constituyente logre convencer a la ciudadanía que la nueva Constitución logrará brindar iguales oportunidades para todos, la opción de que gane el voto a favor se diluirá. Si la nueva Constitución es percibida como una prioridad de esa élite en la que la gente no confía, no nos sorprendamos si vuelve a fracasar el proceso constituyente.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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