En circunstancias normales, el llamado del Presidente Boric, desde París, a los demócratas del país a tener “un momento de encuentro… sin verdades oficiales” para la conmemoración de los 50 años del quiebre de la democracia en Chile no debiera haber sido ni polémico ni necesario. Pero en el contexto de una coalición que llegó al poder gracias a la construcción de una narrativa falsa sobre la realidad de Chile, repitiendo mentiras y propagando fake news, el llamado de Boric no es ni creíble ni afortunado.

Mientras el gobierno no pida perdón por su engañosa defensa a los retiros de 10% de los fondos de las AFP, y por propagar mentiras sobre los 30 años de la democracia, la declaración de Boric en pro de la amistad cívica representará sólo un triste contraste con su extenso historial de propagación de imprecisiones y falsedades que utilizó para construir su carrera política.

La conmemoración de los 50 años del quiebre de la democracia debió haber sido una oportunidad para que el país reafirma su compromiso con la democracia y con la defensa de los derechos humanos. Pero la impericia del gobierno y esa obsesión por convertir el gobierno de la Unidad Popular -y al propio Salvador Allende- en un santo laico, negándose a aceptar que tuvo luces y sombras, han hecho del quincuagésimo aniversario del golpe militar un campo de lucha ideológica excesivamente coyuntural.

En vez de invitar a pensar en el futuro del país y a aprender lecciones que ayuden a profundizar y fortalecer la democracia, este especial momento se ha convertido en una oportunidad para cobrar viejas deudas y en una ocasión para ejercer cacería de brujas. Es más, para muchos ha devenido en una fiesta de intentos por cancelar a los que piensas distinto o se atreven a hacer afirmaciones factuales que, cual complejas exégesis bíblicas, son mañosamente leídas como ejemplos de negacionismo, relativización o reivindicaciones del golpe. Hay una minoría que parece más interesada en acallar a los que no piensan igual que ellos que en defender la verdad y educar sobre los hechos que ocurrieron antes, durante y después de ese suceso trágico.

Hace unas semanas, la renuncia forzada del encargado oficial de organizar las celebraciones, el ex convencional Patricio Fernández, dejó en evidencia que la conmemoración se estaba convirtiendo en una nueva inquisición más que en una oportunidad para fortalecer y profundizar la democracia. Escritor con una reconocida trayectoria en medios -incluyendo el irreverente The Clinic, periódico que fundó y dirigió por varios años- Fernández fue víctima de aquellos que promueven una historia oficial que convierte a Allende en incuestionable héroe y a sus opositores en inexcusables villanos.

A Fernández lo obligaron a renunciar los que además son incapaces de aceptar que alguien pueda hablar de los múltiples errores y fallas del gobierno de Allende sin repetir el rito -cual católico persignándose al entrar a una iglesia- de explicitar una condena al golpe de 1973. Incluso cuando alguien sólo quiera recordar, por ejemplo, que, bajo el gobierno de Allende, Chile tuvo la inflación más alta en la segunda mitad del siglo XX, no aclarar que uno condena al golpe equivale, para esa horda de inquisidores, a practicar el negacionismo -o, lo que es aún peor, justificar el golpe.

De ahí que el llamado del Presidente a buscar un reinicio del proceso de conmemoración del golpe pudiera ser una gran oportunidad para revisitar tanto las luces y sombras del gobierno de Allende como para reafirmar el compromiso con la democracia y la defensa de los derechos humanos.

Pero lamentablemente parece improbable que se produzca ese reseteo precisamente porque el Presidente que invita a hacerlo es el líder de un gobierno que tiene una relación compleja con la verdad y que, repetidas veces, cayó en la difusión de noticias falsas para avanzar su agenda de reformas de izquierda radical -que, por cierto, ha ido abandonando en los últimos meses.

Muchos de los líderes del Frente Amplio y del Partido Comunista repitieron hasta el cansancio eso de “no fueron 30 pesos, fueron 30 años”, insistieron en la mentira de que la desigualdad en Chile había aumentado en democracia (sugiriendo que Chile era el país más desigual de América Latina, sino del mundo), y defendieron la nefasta política pública de los retiros parciales de los fondos de pensiones.

Las mentiras sobre las que construyeron su plataforma política electoral se convierten ahora en enormes pasivos que debilitan la fuerza del llamado a la cordura y el diálogo y alimentan los cuestionamientos a la honestidad y buena fe de los que hacen ese llamado. Si estuviste tanto tiempo intentando convertir mentiras en verdades oficiales, no te sorprendas cuando la gente no crea en tu llamado a un encuentro sin verdades oficiales.

Ahora que faltan sólo unas semanas para que se conmemore el quincuagésimo aniversario del quiebre de la democracia en Chile, la complicada relación que ha tenido el Frente Amplio con la verdad y su inclinación a promover verdades oficiales basadas en la mentira y las noticias falsas hacen que el llamado del Presidente Boric a convertir esta conmemoración en una oportunidad para la reflexión y la unidad nacional suene como poco creíble. Si tu trayectoria ha mostrado que tienes una relación compleja con decir la verdad, no esperes que, de pronto, la gente crea a pies juntillas lo que ahora dices.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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