En escenarios globales
“Los juegos del hambre”, en eso estamos. La idea no es mía sino de los editores de GZero media, el canal de análisis internacional ligado a Eurasia Group, pero resume bien la maniobra del Kremlin esta semana, al decidir suspender su participación en el acuerdo para exportar granos a través del Mar Negro. “Cientos de millones de personas se enfrentarán al hambre y los consumidores, a una crisis mundial del costo de la vida”, apuntó el secretario general de Naciones Unidas Antonio Guterres. Volvimos a los temores de los primeros meses de la guerra. Una guerra que esta semana repercutió también por acá con el llamado de Boric en la Cumbre Celac-UE a los países de la región a condenar la invasión rusa y que tuvo respuesta de su par brasileño. Es “joven” y “ansioso”, dijo Lula… con algo de sangre en el ojo.
Ya lo adelantaba Ascanio Cavallo en su columna del domingo pasado: “para variar, América Latina llega a la cumbre dividida y sin un propósito común”. Y así fue. En el caso de Ucrania fue aún más evidente, porque como recordaba el propio Cavallo, “Lula no solo no ha condenado la agresión de Putin, sino que hasta ha pretendido mediar en el conflicto”, mientras que “las dictaduras Nicaragua, Cuba y Venezuela, además de los gobiernos antiliberales –México, Colombia, Bolivia y Argentina- han mostrado poco interés en defender a Ucrania”. Y la pregunta que enfrentaba Boric era inmensa, agregaba en su columna: aclarar ¿dónde se ubica Chile? Y la respuesta la dio el propio Presidente en el plenario de una cumbre donde, además, el país llegaba con un TLC en proceso de ratificación, bajo el brazo.
Pero si en Bruselas satisfizo a unos y molestó a otros, en Madrid el escenario fue distinto. El privilegio de contar con el TLC con la UE, decía Cavallo, Chile lo ganó “manteniendo una política exterior consistente, en manos profesionales y lejos de esas consignas que nunca se hacen cargo de la complejidad del mundo”. Pero precisamente eso fue, para algunos, lo que falló en la capital española con el reconocimiento a Baltasar Garzón. “Si hay un ámbito en el que el Presidente de la República confunde emocionalidad con interés del país, es en política exterior”, apuntaba Juan Ignacio Brito el jueves pasado. Según él, Boric parece creer que “su postura es indistinguible de la del Estado”. Pero “se equivoca”. Las cosas siempre son más complejas de lo que parecen.
Y si de complejidad se trata, la política internacional en estos tiempos cambiantes no se queda atrás. Vivimos un nuevo “Gran Juego”, como el que vivió Asia Central en el siglo XIX. Es el renacer de la geopolítica y la lucha por los recursos. Pero esta vez, el asunto es global, como dice Pablo Ortúzar, citando el libro de Daniel Yergin, The New Map, Energy, Climate and the Clasih of Nations. Con cobre, litio y tierras raras, esa “disputa (…) pone a nuestro país bajo una enorme presión de intereses internacionales”. Pero en lugar de que eso sea “fuente de motivación” para discutir “cómo aprovechar este aparente nuevo superciclo”, estamos sumidos en una “lucha brutal entre élites de izquierda y de derecha” que nos termina paralizando. Y los poderes que desean controlar los recursos sabrán explotar “cada una de nuestras características autodestructivas”.
El devenir de la política
La revista estadounidense New Republic, en su última edición, eligió las 100 mejores películas políticas. Es una selección arbitraria, es verdad, y algunos podrán alterar el orden o incluir a cintas que los editores de esa publicación no consideraron, pero siempre es una referencia interesante. Ahí está La Batalla de Argel, liderando la lista y The Manchurian Candidate (la original, no la copia) en segundo lugar –hay que reconocer que la obra de John Frankenheimer ha adquirido especial actualidad en estos tiempos, donde muchas cosas no son lo que parecen. También está Todos los hombres del presidente sobre el escándalo de Watergate. Una lista recomendable para las viejas y, especialmente, las nuevas generaciones políticas, en estos “tiempos interesantes”.
Y si de política se trata, por acá las cosas andan revueltas tanto en el oficialismo como en la oposición –aunque siendo sinceros, no es algo nuevo-. No por nada esta semana hubo reuniones, cenas y almuerzos entre unos y otros para intentar limar asperezas. Pero lo cierto, según Max Colodro, es que al menos en la centroderecha lo que los últimos hechos han demostrado –y especialmente la fallida acusación al ministro Ávila- “es su brutal pérdida de hegemonía frente a republicanos y la inocencia de creer que con posiciones más duras frente al gobierno y más conservadoras en lo valórico se podrá recuperar algo del electorado perdido”. Pero en los hechos, apunta, “se mueve en una lógica similar a la que en la última década hizo sucumbir a la centroizquierda”.
Una centroizquierda a la que, según Carlos Ominami, le “faltó defender con más convicción” su obra. Según él, “el conflicto mal resuelto entre ‘autocomplacientes’ y ‘autoflagelantes’ estrechó el espacio para la defensa de lo realizado”. Por eso, dice, la “revalorización de los 30 años” hecha por el Presidente Boric en su visita a España, más que como una nueva voltereta, como lo denuncian algunos, “debiera tomarse más bien como una invitación a un debate que permita generar una lectura más ecuánime de ese período”. “En momentos en que priman la polarización y las descalificaciones un análisis sereno de los… avances que fuimos capaces de realizar” en ese periodo “puede ser un aporte a la conmemoración de los 50 años del golpe”.
Pero el “divide y vencerás” de Julio César parece permear en estos tiempos la política –no sólo en Chile sino en el mundo. Prima la división. Como señalaba un artículo del sitio español Eldiario.es, el mundo se divide incluso entre quienes prefieren Barbie y aquellos que se inclinan por Oppenhaimer. Razones para armar bandos no faltan. ¿Será culpa de ese “nerviosismo crónico” que domina las sociedades contemporáneas, según Peter Sloterdijk, y del que escribe Diana Aurenque? Para ella sí y para “salir de ese péndulo maniqueo que divide al mundo entre ‘amigos’ y ‘enemigos’, hay que “identificar aquel nerviosismo crónico” y “reconocer las amenazas urgentes que nos afectan a todos y, por lo tanto, nos congregan”. Habrá que ver si en esta época eso es posible.
De vuelta al ruedo… constitucional
Y si de divisiones se trata, pareciera también que el país se reparte entre los 30 y los 50 años. Estamos esclavizados por las cifras y los aniversarios. Aunque como diría Roland Barthes, todo tiene significado y si mientras los 50 años, por estos días son sinónimo de discordia, los 30 se han vuelto símbolo de acuerdos y consensos. Lo apuntaba hace un tiempo César Barros. “La democracia”, decía, “es acuerdo, es diálogo, y en Chile ese sistema nos dio los treinta años de mayor progreso de nuestra historia”. Por eso, es lamentable que ahora “se sientan ruidos de aplanadoras y retroexcavadoras”. “Uno esperaría”, apuntaba, “algo distinto de un profesor católico de Derecho Constitucional”, en clara referencia a la figura republicana del Consejo constitucional.
Y si del Consejo se trata, esta semana encendió los ánimos -lo que no es menor considerando la apatía constitucional- con las acusaciones a republicanos de que buscan pasar la maquina con sus enmiendas. Suena a historia repetida. Es “una afirmación identitaria que excluye otras miradas y cierne la posibilidad de que se proponga, nuevamente, un texto desbalanceado que no convoque a las mayorías”, escribía Claudia Sarmiento sobre los cambios propuestos. “Un retroceso preocupante”, agregaba Yanira Zuñiga, en referencia a la enmienda que propone acabar con la supremacía de los tratados internacionales. Un déjà vu rebatido por Cristián Valenzuela para quien no es posible “igualar al Consejo con la Convención, porque… son absolutamente incompatibles”.
Sea así o no, lo cierto es que lo que se inicia ahora no es fácil. Están los que apuntan, como Julieta Suárez-Cao, que “el principal desafío para el Consejo Constitucional (…) es el de la democracia” y su capacidad de “elaborar un proyecto de Constitución a la altura de la democracia del siglo XXI” -cosa que según ella no está tan clara-. Y los que insisten, como Jaime Bellolio, que «necesitamos dotarnos de reglas comunes para poder imaginarnos un futuro compartido y entonces planear individual o familiarmente nuestra vida en comunidad” y no convertir la política «en una guerra entre profetas y barras bravas». Queda por ver si la segunda es la vencida o terminamos sumidos en un loop eterno constitucional. Detenidos en el tiempo y el espacio… en espera.
Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
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