La nueva realidad

Con huelga de guionistas o sin ella, seguimos en el mundo donde la realidad se parece cada vez más una serie de Netflix. Es como ese manido dicho de que la realidad supera la ficción, el asunto es que ahora parece que la realidad se volvió ficción. Ahí está, por ejemplo, Mr. X, o perdón Elon Musk, que parece inspirado en los villanos de James Bond –mató por simple maldad, dirán algunos, el inofensivo pajarito de Twitter. O el ahora ex canciller chino que sigue desaparecido y fue reemplazado sin explicación alguna mientras Europa padece la “era de la ebullición global”, como la llamó el secretario general de Naciones Unidas. Y cómo no, los robos “no habituales” que afectaron por acá al Ministerio de Desarrollo Social y otras oficinas públicas. Inspiración no falta.

 

 

“La realidad es una simple ilusión, pero una muy persistente”, decía Albert Einstein, pero a veces sucede que es la ilusión la que se pretende hacer realidad, o siendo más precisos, “el discurso”, como apunta Pablo Ortúzar. De eso está hecha la vida política, a fin de cuentas, “de la tensión entre hechos y representación”. El problema, agrega, es que “desde hace varias décadas viene validándose, entre las clases que viven de dominar discursos, la idea que la realidad es sólo discursiva”. Todo depende del poder, el que lo tiene “dicta los hechos”… y escribe el guion. Y en Chile, dice “hemos vivido una intoxicación discursiva que incluso llevó al poder a dirigentes universitarios que piensa que la política es declarativa”. Pero al final, «los hechos se están abriendo camino».

 

 

Y si de hechos vs discursos se trata, algo de eso hay, según Ascanio Cavallo, en lo sucedido en la reciente gira por Europa. Según él, el Presidente ha arrastrado por el viejo continente “sus propios mitos y fantasías, (…)  sin que nadie le advirtiera que había algo excéntrico en ese trasiego”, porque al final, como en Chile, “en otros países las cosas tampoco fueron tan simples”. Y si bien, por un lado, el mandatario se muestra como líder afrontando con una mirada fresca los problemas nuevos del orden mundial”, cuando “empieza a ingeniar una política exterior sobre hechos del pasado que conoce mal, esa figura se desvanece para dejar paso a un simple fan”. O peor, “a un hombre joven haciendo de viejo”.

 

 

“La negociación con el pasado es un trabajo diario”, decía hace unos días en una entrevista a la revista Letras Libres el reciente ganador del Booker International, el escritor búlgaro Gueorgui Gospodínov, por Tempestálidas, una novela que precisamente juega con el pasado y la ansiedad del presente. Y si bien, por acá, con el pasado más lejano esa negociación sigue abierta, con el más cercano se parece estar cerrando, al menos, a la luz de los datos de la reciente encuesta Cadem. Como apunta Mauricio Morales, no sólo “un 14% denomina Plaza Dignidad a la Plaza Italia”, sino que “hoy por hoy el apelativo octubrista genera más vergüenza que orgullo”. Solo queda “reconstruir la amistad cívica”.

 

 

La política de la desconfianza

Pero si de amistad cívica se trata, esta no ha estado muy presente en las últimas semanas. Más allá de los “con qué cara” que han ido y vuelto, el ambiente se ha enrarecido, al menos en la relación entre la UDI y La Moneda. De partido opositor eje del diálogo con el gobierno pasó a ser el más duro del vecindario. Un asunto de tácticas políticas, dirán algunos -al final tiene a republicanos respirándole en la nuca-. Mientras del otro lado, como decía Ricardo Brodsky a LT Domingo, tampoco hacen mucho por cambiar el asunto. “Un gobierno es evaluado por las cosas que logra, no por las que prometió”, apuntaba. Por eso, no puede decir que “no hay reforma tributaria, no hay PGU (…), no hay nada”. Son ellos “los que tienen que resolver esos problemas no pasárselos a la oposición”.

 

Que no es fácil gobernar, nadie lo pone en duda, pero si a ello se agregan “una serie de eventos desafortunados”, como el título de esa novela juvenil de Daniel Handler, la cosa se complica aún más. Y “eventos desafortunados” no han faltado, como el citado robo al Ministerio de Desarrollo Social que convirtió, para algunos, al ministro Jackson en la concentración de todos los males. Volvemos a eso de que la realidad supera a la ficción. El problema es, según Max Colodro, que “si vivimos en un país donde una persona puede simular la voz de un ministro… y con ese sólo hecho lograr que los funcionarios de su ministerio y los guardias de seguridad dejen a cualquiera salir con una veintena de computadores y una caja fuerte… todos los demás estamos en tierra de nadie”.

Atravesamos tiempos de desconfianza. Cómo recordaba Daniel Matamala citando a Esquilo, “la primera víctima de la guerra es la verdad” y “cuando la política se entiende como una guerra sin cuartel (…) entonces la verdad ya no importa”. Y si bien, apunta, “el robo (a Desarrollo Social) es sospechoso y debe ser investigado”, “los políticos de lado y lado” en vez de esperar el resultado de la indagación “actúan como si hubiera evidencia de un complot (…) generando consecuencias políticas a partir de hechos que, al menos hasta ahora, sólo existen en sus fértiles imaginaciones”. Al final, todos somos guionistas frustrados dirán algunos, pero según Matamala “al usar la mentira como arma política, la conspiranoia está convirtiendo la democracia en una guerra”.

Y cuando eso sucede, uno podría agregar, el sistema entra en crisis. Lo apunta también el ex presidente del Partido Liberal Patricio Morales esta semana. La desconfianza, dice, va aparejada con la crisis de la democracia. “La gente ya no confía en las élites políticas y duda de su capacidad para producir soluciones”, apunta. Para revertir eso, agrega, es necesario “comprender y respetar… las preocupaciones del legítimo otro” y “desprendernos de una historia donde redituaba más la impugnación que el escuchar” -una referencia, esta última dirigida a su propio sector. Bertrand Russell decía con su cuota de ironía, “nunca moriré por mis ideas porque puede que esté equivocado”. Un punto que vale siempre recordar.

 

 

Tiempos frágiles

Como la vida está hecha de contrastes, de yin y yang, de positivos y negativos, en medio de las secuelas del escándalo por Democracia Viva y el robo al Ministerio de Desarrollo Social, el ministro Giorgio Jackson pudo al menos sonreír con los resultados de la Casen que mostraron el mejor momento del país en cuanto a niveles de pobreza se trata desde 1990, registrando una baja de más de cuatro puntos, de 10,7% en 2020 a 6.5%. No todo son malas noticias. Pero si eso alivió al gobierno, no pasó lo mismo con las cifras de la encuesta CEP que instalaron al Partido Republicano como la colectividad con la que más se identifican los chilenos y mostraron una sociedad más inclinada a la derecha.

Es parte del juego pendular de la sociedad chilena, dirán algunos. Lo importante es ver donde se equilibra finalmente el asunto. Por ahora, según Sebastián Izquierdo, al menos en lo que al consejo constitucional se refiere el equilibrio es delicado. Y para asegurarlo, dice, el único camino es, por una parte, que los republicanos dejen “de instalar enmiendas imposibles de asumir para la izquierda porque puede generar una impresión de boicot”, y, por otra, que la izquierda y centroizquierda eviten “las amenazas” y tiendan “a los acuerdos”. ¿Serán capaces de lograrlo? Está por verse, pero al menos, para él, una cosa está clara: “el proceso anterior debería recordarnos la fragilidad de las mayorías circunstanciales”.

Y si de mayorías frágiles se trata no es posible obviar lo sucedido en las elecciones de España –seguidas con especial atención por estos lados-. Porque como apuntaba el ex director de El País Antonio Caño en una columna el lunes pasado lo que produjeron los comicios fue un verdadero “calvario” que amenaza seriamente “la gobernabilidad de España” al no dejar «un claro ganador”. “Fue el peor resultado posible», decía en otra columna el periodista español Fernando Jáuregui. Pero volviendo a Caño, lo sucedido hace que un país “cuya transición de la dictadura a la democracia fue hace años un modelo se vea ahora condenado a una crisis política que se venía fraguando hace años”. Y en esto, cualquier semejanza con la realidad local es pura coincidencia.

Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias

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