Como decía el protagonista de El Perseguidor, ese inolvidable cuento de Julio Cortázar, algo pasa con el tiempo. Es flexible. A veces se alarga y otras se acorta. “¿Cómo puede transcurrir un cuarto de hora en un minuto y medio?”, se preguntaba, al comentar todo lo que había recordado entre una estación y otra del metro de París. Y algo de eso pasa por estos días con el gobierno. Parece haber transcurrido mucho más que un año y medio desde aquel 11 de marzo de 2022 en que asumió. Y, qué decir, desde el 18 de octubre de 2019. Chile cambió varias veces. Hoy por hoy, no sólo florecen autocríticas en sectores del oficialismo sobre su actuar el 18-O, sino, como decía Max Colodro, el país que emergió de la reciente encuesta CEP es casi “irreconocible”.
Dejamos atrás, dirán algunos, la “edad de la inocencia”, recordando el título de esa novela de Edith Wharton -magistralmente adaptada por Martin Scorsese-, para entrar en la del realismo. Algo de eso hubo, según dicen en La Moneda, en la decisión del gobierno de cambiar estrategia frente al llamado “pacto fiscal” –que por ahora de pacto tiene poco. Pero más allá de ello y volviendo a Colodro, en menos de cuatro años pasamos de la sociedad de los derechos a la del miedo. A pocas semanas del estallido, el 57% “era contrario a que Carabineros hiciera uso de la fuerza”, recuerda. Sin embargo, hoy “la gente quiere un gobierno firme” y está dispuesta “a que se supriman libertades” para vivir más seguros. El tiempo todo lo cambia.
Y si de miedo hablamos, dicen que en política lo que comienza con miedo termina en fracaso. Sea así o no, al menos para Hugo Herrera, fracasos han habido y varios, al menos, en lo que a este gobierno se refiere. Desde “el primer proceso constituyente” hasta la insistencia “a mantener al ala más dogmática en primera línea” o autolesionarse “con la conmemoración de los 50 años”. Y si bien, muchos dudan de que esto tenga salida –“especialmente los ex concertacionistas que han desplegado un ataque en toda línea”-, según él, al menos una existe: pasa por “bajar el ímpetu doctrinario” y abrirse “a ideas más flexibles”.
Pasamos del Chile octubrista al Chile Republicano –del partido, no del ethos- a la luz de lo que revelan las encuesta Bicentenario y la más reciente CEP. Como plantea Diana Aurenque, pese a que en la actualidad, “articular alternativas políticas que cohesionen grandes mayorías es cada vez más difícil”, por lo “atomizada y segmentada” que está la sociedad civil, “el partido Republicano lo logra”. Y la razón, agrega, va más allá de los temas de seguridad, sino a que “su discurso se sostiene en una legitimidad más grande que proporciona arraigo a buena parte de los chilenos: patria, familia y Dios”. Algo que le ha faltado, dice, a “la centroizquierda y la izquierda”.
Todo fue distinto… alguna vez
Pero volviendo al tiempo, las cosas no fueron siempre así. Cambia todo cambia, decía Mercedes Sosa. Y como Barbie está de moda, basta pensar en el color rosado. En el siglo XIX, por ejemplo, estaba asociado a la masculinidad e incluso en 1914, como recordaba hace unos días la revista italiana L’Espresso el periódico estadounidense Sunday Sentinel recomendaba a las jóvenes madres vestir a sus hijos recién nacidos de rosado y a sus hijas de celeste si querían respetar las tradiciones. Todo sería distinto algunos años después y en eso Mamie Eisenhower, la primera dama de Estados Unidos tuvo mucho que ver.
Pero esa es otra historia. El asunto es que las sociedades van mutando, la única diferencia, ahora, es que esas transformaciones las estamos viendo en directo.
“Vivimos un cambio de época que resulta abrumador por la cantidad de mutaciones a la vista, para nuestro país y para el mundo”, apuntaba Óscar Contardo. Y eso alimenta una incertidumbre mundial, “que cobra un tono propio en cada lugar”. En Chile, dice, “es el de una oposición que despliega todas las herramientas a su disposición para mantener al gobierno sin espacio” y “un oficialismo que ha debido tragarse sus propios discursos de épica juvenil”. Porque para Contardo, “la generación en el poder está envejeciendo mal”. Es como si hubiera perdido “el talento para ascultar el rumor de la calle” y dejó que “las grandes palabras de rebeldía las agite ahora un grupo distinto al habitual”.
Perdieron, según Contardo, la brújula para descifrar lo que mueve a la población. El asunto del “capitalismo” es un buen ejemplo. “No es el momento de invocar la aspiración” de superarlo, apunta, “cuando ni siquiera hay capacidad de impedir un robo absurdo en una repartición del Estado”. Como tampoco, “de hablar de Estado de bienestar” cuando para una gran mayoría es un misterio “en qué consiste tal cosa”. Hay un exceso de ambición… O quizá es un problema de confusión conceptual. Eso, al menos, sugiere Daniel Matamala, para quien es bueno recordar que “el capitalismo no es enemigo del Estado de bienestar” sino “la condición necesaria para su existencia”. Debemos arreglarlo, apunta, no derrocarlo.
Quizá, en lo que al capitalismo se refiere, todo radica en un problema de “contexto situacional”, como apunta Magdalena Browne el lunes pasado, que, algunos dirán, no es otra cosa que saber “ubicarse”. Porque si bien, dice, “Boric ha logrado ejercer su presidencia en sus propios términos”, el “punto crítico es lograr calibrar esa forma tan boriciana de habitar el cargo”. Y aquí, apunta Browne, “ese estilo funciona en ciertos momentos” y “en otros debe menguarse”. “La entrevista en la BBC era la ocasión para esto último”, agrega, porque “debía estar supeditada a los intereses de la gira, atraer inversiones” -y dejar de lado sus sueños presidenciales. Como ha dicho el propio mandatario, “muchas veces uno debe adaptarse al cargo”.
Del dicho al hecho…
“Palabras, palabras, palabras…”, como esa vieja canción. Eso es lo que ha abundado por estos días. Algunas sirven para sugerir lo que no es, como cuando se habla de “pacto”, sin haber pactado nada. Otras, terminan enardeciendo el ambiente, como recordar la vieja frase del “gobierno de mierda” a la que hizo referencia el ex ministro Osvaldo Andrade. El hecho es que todo ello revela un clima algo crispado por estos días y no sólo entre gobierno y oposición sino también dentro del mismo oficialismo. Con los comentarios críticos de algunos de sus dirigentes, apunta Cristián Valenzuela, pareciera que el PS busca desmarcarse de lo malo de esta administración. Pero, “¿se puede ser oposición y gobierno a la vez?”. La pregunta está en el aire.
Y más allá de la respuesta, el hecho es que eso poco contribuye a contener el peligroso descontento de la población con la democracia, que recordaba esta semana en su columna Yanira Zuñiga, citando a Michael Sandel. Porque según ella, a la luz de los resultados de la encuesta CEP “pareciera que la sociedad chilena está embarcada en un carro que conduce a un destino tan incierto como peligroso, cuyo combustible es la desconfianza y la indignación con la democracia y sus instituciones”. Transitamos por tierras movedizas y no sólo aquí, sino en el mundo. Falta algo de civismo, apunta Zuñiga. Pero este “no emerge espontáneamente”, requiere “cultivarse” para poder “recuperar el sentido de comunidad”. Habrá que ver si es posible.
Pero mientras el civismo sigue pendiente, la desinformación está a la orden del día, ya sea para cuestionar el concepto que inspira la recientemente creada comisión por el gobierno, y al que apunta Juan Ignacio Brito, como también para relevar el problema, como hace Javier Sajuria. Para el primero, “la inmensa mayoría de lo que circula en redes” no es desinformación, sino “a menudo una discusión desagradable llena de imprecisiones”, porque no hay una mente maestra orquestando “campañas de noticias falsas”. Sin embargo, para Sajuria, Brito se equivoca al poner “el punto en la cantidad de desinformación, cuando el verdadero desafío es conocer qué tipo de desinformación es la que abunda”. ¿Será un problema de palabras o simple desinformación? La verdad es que en este mundo en “ebullición”, tal vez eso sea lo de menos.
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Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
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