Contrariando lo que todos aprendimos durante la pandemia, el gobierno se ha negado a aislar a los afectados por el escándalo del caso «transferencias a fundaciones». En vez de circunscribir el problema y limitar su impacto, la actitud del gobierno del Presidente Gabriel Boric ha permitido que el escándalo se ramifique hacia otras reparticiones públicas.
Si bien inicialmente el daño se pudo haber limitado a los ministerios de Vivienda y Desarrollo Social, a estas alturas de la crisis, parece no haber ministerio que no haya sido salpicado por la compleja trama de asignaciones abultadas e injustificadas a fundaciones asociadas al oficialismo y, en particular, al Frente Amplio.
Después de haberse caído estrepitosamente de la cima de superioridad moral en la que se había injustificadamente encumbrado, el gobierno ahora parece obstinado en creer que es demasiado especial como para tener que seguir el mismo camino que normalmente siguen los gobiernos para superar las crisis. Pero tal como fue un error pretender ser más puro y probo que el resto de la clase política, también es erróneo creer que las dinámicas que aplican normalmente en la política no aplicarán a este gobierno.
Lamentablemente, este inexperto, pero no tan joven, gobierno se niega a aprender lecciones de la historia. Para Boric y su círculo cercano, la historia es un fetiche para recordar, idealizar y conmemorar, no un libro de texto del que aprender. Pero si el gobierno revisara los escándalos de corrupción que azotaron a gobiernos anteriores, aprendería que siempre debe haber un chivo expiatorio que sea apropiado para la profundidad del escándalo y el daño causado. La historia también le permitiría a Boric saber que a menudo el problema está más en los esfuerzos por encubrir el escándalo más que en el escándalo en sí.
La voz de la experiencia llamaría a tratar de cortar por lo más sano de una buena vez. Un profundo cambio de gabinete sería mucho mejor que seguir con este desangre permanente que inmoviliza al gobierno y pone freno a importantes prioridades que la ciudanía demanda. Pero como Boric, desde el día uno, siempre privilegió las amistades en los nombramientos a posiciones clave de su administración, el Presidente que jamás logró titularse de abogado ahora tampoco parece capaz de darse cuenta de que, para poder empezar a salir del foso en que se encuentra, primero necesitará sacrificar a su amigo Giorgio Jackson. Aunque es evidente a estas alturas que Jackson le ha hecho más mal que bien al proyecto refundacional del gobierno de Boric, el Presidente parece incapaz de entender que las urgencias sociales requieren la salida de Jackson del gabinete.
Pero si nos regimos por lo que ha sido el gobierno de Boric hasta ahora, el camino más probable parece ser el de los tropiezos constantes, la multiplicidad de errores no forzados y el voluntarismo irresponsable e insensato que ha llevado al gobierno a dos aplastantes derrotas electorales en menos de 18 meses en el poder.
De haber cortado por lo sano cuando ya se hizo evidente que Jackson no podría seguir en el gobierno, Boric tal vez hubiera tenido tiempo de reiniciar su administración y prepararse para conmemorar dignamente el quincuagésimo aniversario del doloroso quiebre de la democracia en 1973. Al demorarse tanto en cumplir con su deber político, Boric ha teñido a las conmemoraciones del aniversario del golpe de un impúdico color a corrupción que enloda la trayectoria política de la izquierda democrática del país.
Esa torpe excusa de que Boric sabe que debe cambiar el gabinete, pero no quiere hacerlo mientras la derecha más dura lo presiona a hacerlo equivale a reconocer que la música la pone la derecha y no su propio gobierno. Como Boric necesita retomar el control de la agenda con celeridad, debe demostrar que es capaz de hacer lo que es necesario independientemente de lo que diga o deje de decir la oposición.
Ya parece evidente que Boric no será el Presidente profundamente transformador que aspiraba a ser. Boric ya no pudo enterrar la Constitución de Pinochet y remplazarla por una de su agrado. Cada día es más difícil que el Mandatario deje un país mejor del que recibió cuando asumió el poder. Pero si quiere construir un legado que permita que la historia lo muestre como un buen Presidente -y no como el periodo menos exitoso desde el retorno de la democracia- el inexperto y obstinado Presidente deberá finalmente atreverse a cortar por lo sano y resetear su gobierno con un cambio de gabinete que refleje la complejidad del momento por el que pasa el país y la profunda crisis por la que atraviesa su gobierno.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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