A un mes de que se conmemore el quincuagésimo aniversario del quiebre de la democracia en Chile, el gobierno del Presidente Gabriel Boric parece obsesionado en avanzar por el camino de la autodestrucción y hacia la irrelevancia. Es evidente que el gobierno necesita un cambio de gabinete que le abra una oportunidad para empezar a salir del foso en el que cayó desde que reventaron los escándalos de los traspasos de recursos públicos a fundaciones asociadas a líderes del Frente Amplio. Pero también parece claro que, cual niño torpemente preso de una irracional terquedad, Boric se resiste a hacer lo que todo el mundo sabe igual terminará ocurriendo.
Lo que más sorprende de la crisis actual no es la naturaleza del escándalo. Este no es el primero y ciertamente no será el último caso de una coalición de gobierno que se ve involucrada en casos de corrupción. Aunque hay indicios de que pudo haber enriquecimiento personal y que varios de los involucrados no tuvieron ningún pudor para desviar recursos públicos hacia sus organizaciones y, potencialmente, sus bolsillos, también hay sospechas de que los recursos pudieron haber ido para financiar campañas y actividad política. Eso no justifica el mal uso de recursos públicos, pero también sería injusto aseverar que este es el primer gobierno en el que algunos meten mano para llevarse recursos públicos a la casa. Más bien, este escándalo muestra que el Estado benefactor y filantrópico sigue siendo un mito.
Cuando las cosas son de todos, no son de nadie y no faltan los aprovechadores y oportunistas que capturan rentas y convierten los recursos fiscales en un botín. En ese sentido, este escándalo ha ayudado a recordarle a la opinión pública que el ímpetu por fortalecer y hacer crecer al Estado a menudo lleva a más oportunidades para que los corruptos se apropien de los recursos que supuestamente debieran ir a ayudar a los que más los necesitan.
Tampoco sorprende que el gobierno haya querido salvar a sus figuras simbólicas y evitar tener que hacer un nuevo ajuste de gabinete. Cada vez que estalla un escándalo, el gobierno de turno busca minimizar los costos y proteger a sus líderes más importantes. En el excesivamente optimista diseño inicial de este gobierno, Giorgio Jackson iba a ser el líder de recambio que pudiera proyectar un gobierno del Frente Amplio más allá del cuatrienio de Boric. Es cierto que los gobiernos siempre sueñan en grande y buscan proyectarse más allá de su periodo (aunque ningún oficialismo ha logrado ganar la reelección en Chile desde que Lagos entregara la banda presidencial a Bachelet en marzo de 2006). Pero si el Frente Amplio quería potenciar la figura de Giorgio Jackson, Boric jamás debió nombrarlo como Ministro de la Secretaria General de la Presidencia. En sus 8 años como diputado, Jackson construyó una mala reputación como legislador. Nadie lo hubiera elegido como el mejor compañero en el legislativo. Nombrarlo para ser el encargado de negociar con los legisladores con los que nunca logró crear una buena relación siempre fue una mala idea. Al exponer a Jackson en un lugar tan complejo, Boric terminó sacrificando a su amigo y aliado al punto que ahora, aunque Jackson logre seguir en el gabinete, remediar el daño a su imagen será especialmente difícil. Jackson ha pasado de ser un líder a ser un meme.
Lo que realmente sorprende de este escándalo es la incapacidad del gobierno para darse cuenta de que mientras más torpemente se mueve, más se hunde en las arenas movedizas. Dos meses después de haberse destapado el escándalo, el gobierno está en una posición de mayor debilidad e incomodidad que cuando se inició el escándalo. Con su agenda legislativa estancada e infructuosamente pretendiendo ser víctima de una conspiración de la derecha, el gobierno hace perder la paciencia a sus aliados y a la opinión pública que ven acumularse la evidencia de corrupción y mal manejo de recursos públicos.
A estas alturas, los que apoyan al gobierno y quieren evitar su hundimiento definitivo claman por un cambio de gabinete. La oposición, en cambio, goza al ver al gobierno avanzar en su autodestructiva estrategia de resistirse a un cambio de gabinete. De seguir negando la realidad, el gobierno no solo se hundirá más profundamente en el foso, sino que la crisis se extenderá al agónico proceso constituyente y amenazará con dañar también al Socialismo Democrático, la única viga que mantiene parado al gobierno de Boric.
Aunque los cambios de gabinete son prerrogativa del Presidente, la obstinación de Boric por negarse a ver lo que todos los demás consideran obvio está poniendo en riesgo a su propia administración. Este gabinete puede pasar agosto, pero el costo de seguir manteniéndolo vivo con respirador artificial pronto comenzará a convertir a Boric en el Presidente más débil e inefectivo que ha gobernado Chile desde el retorno de la democracia en 1990.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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