El sacrificio
Un caso de “desarrollo frustrado”. El Presidente Gabriel Boric deslizó el concepto en el discurso pronunciado tras el cambio de gabinete. “En muchos casos ese desarrollo frustrado” (el de Chile, se entiende) “se debe a falta de acuerdos y generosidad”, dijo. No era la primera vez que citaba la idea acuñada por Aníbal Pinto allá por 1959 en un libro ya clásico. Se refirió a él –en ese caso citando directamente el texto- durante su primera Enade, cuando aún era Presidente electo. Y en esa ocasión junto a Pinto también citó un poema de Enrique Lihn. Algunos dirán que eso resume al mandatario, su permanente y difícil equilibrio entre el realismo económico y la emoción poética –a veces incluso lo que escribe con una mano lo termina borrando con la otra.
Y algo de eso hubo el miércoles pasado en su tercer cambio de gabinete en menos de 1 año y medio de gobierno. Es “el laberinto” del presidente, como sugiere Juan Ignacio Brito, “el permanente ir y venir retórico” del mandatario. Uno que “ratifica que la incertidumbre política que rodea al actual gobierno no proviene especialmente de un equipo ministerial al que (…) le ha costado cuajar” sino que, el origen de los “inconvenientes del gobierno de Gabriel Boric es él mismo”. “Acaso soy yo maestro”, uno podría decir parafraseando al Nuevo Testamento. Y según Brito, la respuesta es un tajante “sí”. Para él, “si no quiere seguir dilapidando el tiempo, Boric necesita tomar una decisión que hasta ahora ha eludido… definirse”. Queda por ver si lo hará.
Lo cierto es que tiene aires de mitología o, mejor dicho, de tragedia griega, todo lo sucedido en los últimos días – incluso de algo bíblico, podrán sugerir algunos. A veces, como escribe Daniel Matamala, para poder seguir el camino debe “ofrecerse un sacrificio”. Y el gobierno lo ofreció, no en el cambio de gabinete del miércoles, sino antes, el viernes de la semana pasada con la renuncia de Giorgio Jackson. Para Boric “era un dilema irresoluble”, como el poema de Rubén Darío, apunta Matamala, ese que dice que “si me lo quitas me muero, si me lo dejas, me matas”. Pero Jackson se había vuelto “el símbolo de la desilusión con la nueva generación política”. Y debía “morir en acción”. Pero no será una muerte definitiva. Ya lo decía Churchill, en política esas no existen.
Aunque, según el director ejecutivo de la Fundación Chile 21, Daniel Grimaldi, algo deberá sacar en limpio el ex ministro del trance de los últimos días. “Como enseñan los clásicos del pensamiento político”, dice, “no tener adversarios en política es signo de irrelevancia, pero tener más adversarios que aliados es signo de necedad e inmadurez”. Y esa, para él, es “la lección que el joven ministro tendrá que aprender” para “volver a la política más preparado”. Pero al margen de que la aprenda o no, para Grimaldi, la salida de Jackson no es más que el cierre simbólico de un siglo, uno que, según él, tendrá pocos efectos en un gobierno que “ya estaba débil”. Tiene más de show que de consecuencias concretas, apunta y, poco contribuye al prestigio de la política.
Realidades alteradas
Dicen que por donde pecas, pagas. Hay algo de eso en la política chilena. Lo hubo antes y lo hay ahora. Vivimos, como escribe Ascanio Cavallo, en una sociedad de la sospecha, donde algunos de los que contribuyeron a construirla, hoy sufren las consecuencias. Confía y serás digno de confianza dice un viejo refrán chino. Pero poco de eso hay por acá –aunque sería bueno tenerlo en cuenta en el inicio de las negociaciones entre Chile Vamos y el gobierno. Y en esto la historia de las acusaciones constitucionales han ayudado a alimentar el ambiente actual, cuyo clímax, recuerda Cavallo, fue “el segundo libelo contra el Presidente Sebastián Piñera, cuando un diputado batió el récord de 15 horas y un minuto de intervención para esperar” que llegara Jackson a votar.
Es eso de la ley de Newton, a toda acción le sigue una reacción. Y algunos podrán decir que hoy estamos sufriendo las reacciones de las acciones de ayer. Es un continuo. Y para ser honesto, como dice Cavallo, “las sospechas circundan a la política por varias décadas” y “en todo el mundo”, y “se han potenciado con las redes digitales”. Algo de eso escribió el historiador Niall Ferguson en La Torre y la Plaza. Pero volviendo a la sospecha, para Cavallo, en las sociedades donde ella prima “cuentan las coincidencias, no los hechos” y eso fue lo que volvió al ex ministro Jackson en sospechoso… demasiadas coincidencias. Pero al final, dice, al igual que Grimaldi, nada cambiará demasiado con su salida, sólo que “las estelas de la sospecha seguirán estirándose”.
Y si antes, como escribía hace un par de semana Max Colodro, llegó el fin de la Edad de la Inocencia, ahora la actual generación en el poder enfrenta el réquiem de sus sueños. El problema dice Colodro es que sigue habiendo un desajuste entre discurso y realidad. “Escuchar a Jackson en su despedida de Palacio”, apunta, “solo volvió a confirmar que el verdadero abismo en que se encuentran las fuerzas de gobierno no es exclusivamente político, sino algo más complejo…: un desajuste basal que les impide ver cosas tan obvias como la magnitud de una derrota política”. Es una “negación de la negación”, escribe. Parecen, dice, “adolescentes taimados que fueron descubiertos in fraganti y todavía se sienten con la credibilidad para hacer alguna exigencia”.
Hay algo generacional en el asunto, no cabe duda. Lo decía tras el estallido Carlos Peña y el propio Cavallo, y el tema sigue rondando en la salida de Giorgio Jackson. Al final, como apunta Jorge Navarrete en una entrevista de Claudia Álamo, el “alfil” se sacrificó no sólo por el gobierno, sino también por su generación. Y “el rol que ahora le queda a Camila Vallejo como la última mohicana, la última sobreviviente de ese triunvirato (Boric, Jackson, Vallejo), es un gesto también para (esa) generación”. Así, el gobierno “expía sus culpas y salda sus cuentas”, dice Navarrete. Y también envía una señal a los otros, “los hermanos mayores” (llámese Socialismo Democrático), que no van a poder seguir disculpándose en las tonteras y descuidos de los más jóvenes”.
Y Argentina… ¿también cambió?
Desde el 18 de octubre der 2019 dicen que Chile cambió y que después, el 7 de mayo pasado, volvió a cambiar. Para que decir Estados Unidos, que también ha venido cambiando de la mano de Trump primero y de Biden después. O Colombia, con el primer gobierno de izquierda de su historia. Son tiempos inciertos y cambiantes… “interesantes”, como reza el viejo proverbio chino. Y a esta lista, que parece no agotarse, se sumó el domingo pasado Argentina, con el triunfo de Javier Milei en las primarias y el inédito tercer lugar de la coalición peronista. El peronismo ya no es lo que era. “¿Se acerca el fin del peronismo?”, se preguntaba hace unos meses en Clarín Eduardo Van der Kooy. Y los resultados del domingo, si bien no lo sepultan, sí lo golpean y duro.
“Para el peronismo es una humillación histórica pasar de ser la mayoría blindada del país, al tercero en un país de tercios”, escribía Ignacio Fidanza el martes pasado en La Tercera. Pero más allá de la derrota del hasta ahora actor excluyente de la política transandina, sorprendió el triunfo de Milei. Al final, para el director de La Política Online, lo sucedido se puede resumir en una sola frase, “el outsider ganó y todo el resto perdió”. Y ganó porque, según Fidanza, fue “el único que supo capitalizar la bronca de una sociedad frustrada y cautivó el voto rebelde natural de los jóvenes”. Aquí también hay un asunto generacional, aunque en este caso, la generación joven se inclina en otra dirección. Paralelos hay, dirán algunos, porque es un voto anti- establishment.
“La rebeldía se volvió de derecha”, como el título del libro de Pablo Stefanoni. Sobre eso hay debate, pero en estos tiempos líquidos –citando a Bauman- hay cosas que no dejan de sorprender, como que en Italia el libro más vendido en estos días sea El Mundo al contario, del general Roberto Vannacci, que no es otra cosa que un manifiesto en defensa de lo que considera “el sentido común”. ¿Suena conocido? Es la contracara de ese otro libro citado por Yanira Zuñiga, Extreme reaction de Lenka Bustikova, que cuestiona a esa extrema derecha que, según ella, se opone frontalmente a las políticas que cambian el status quo. Un mundo sin consensos, dividido entre amigos y enemigos, como escribía Diana Aurenque. Ahí estamos, al menos por ahora..
Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
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