Sobre pesimismo…
Siempre es bueno volver a los clásicos. A veces ayudan a iluminar en algo el presente. Pasa con Historia de dos Ciudades, porque como escribía Charles Dickens sobre los años de la Revolución Francesa, hoy también parece que fuera “el mejor de los tiempos, el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría y también la de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad… la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación”. Son tiempos desordenados, donde las certezas de ayer se diluyeron en la incertidumbre de hoy. Ni los sondeos ayudan a vislumbrar el futuro, como revelaron las primarias argentinas y la elección ecuatoriana. Las sorpresas están a la orden del día.
Vivimos entre el pesimismo y el malestar, como escriben Ascanio Cavallo y Óscar Contardo. Para el primero, a 17 meses de la llegada de Gabriel Boric al poder, “el pesimismo sigue siendo el clima dominante y hasta ha empeorado, según el índice que se mire”. Y ese “novo ordo millenium que la nueva generación debía inaugurar ha ingresado oscurecido por el abatimiento”. Y no se trata de una mera incidencia sentimental, apunta Cavallo, porque sus efectos no son ajenos a las duras realidades del poder. “Boric ya lo notó”. El pesimismo “desmoraliza…, aumenta la desconfianza, eriza las discusiones… arruina la fiesta”.
Y siguiendo con Contardo, también trastoca las lealtades. Y por eso el paralelo que hace con la novela de la escritora noruega Nina Lykke y esa “imagen elitista de cierto progresismo que ha cosechado un resentimiento muy real”. Aquellos supuestamente comprometidos con luchar por los más necesitados terminan desconectados y, como apunta Contardo, la ciudadanía acaba votando “por quienes prometen un desquite contundente”. Es como el voto de la venganza. Entre el discurso y los hechos parece haber un largo trecho. Y esa inconsistencia, según él, es “una de las causas para el veloz desplome del prestigio del Frente Amplio y en particular de RD”. Es verdad que “han tenido condiciones políticas adversas”, dice, pero no han cultivado ni siquiera “algo en qué creer”.
Nada es para siempre, ni siquiera las convicciones, parece ser la máxima para Max Colodro. Porque “si bien vivimos en un tiempo en que un Presidente de la República puede cambiar de opinión sobre cualquier cosa”, dice, lo que sorprende es que hasta “las supuestas convicciones en materia de DD.HH. pasen a ser también parte de lo que puede ser desechado”. Desde el “vamos por ti” de Boric contra Piñera –que según el primero tenía responsabilidades políticas en las violaciones de DD.HH.- hasta la invitación al exmandatario a integrar una comitiva oficial sin explicación alguna. “Si hemos llegado al punto en que incluso las violaciones a los DD.HH. terminan siendo parte del juego político”, apunta, “quiere decir que ya no queda nada”.
… Desorden
Y en este mundo desordenado, donde las certezas de algunos se desploman desde casi 10 mil metros de altura -como le sucedió a Yevgeny Prigozhin esta semana-, parece primar la rabia. Lo apunta Josefina Araos: “Desde hace un tiempo el castigo parece ser el único vínculo entre la política y la ciudadanía”. Y eso, según ella, quedó en evidencia “en la catarsis que ofrece Javier Milei a la frustrada sociedad argentina”, y demuestra que “el voto hoy es negativo”. Y de eso Chile no escapa. Según ella, más que péndulo, lo que hay “en el paso de Bachelet a Piñera, del casi triunfo de JAK a la elección de Boric, del éxito de la Lista del Pueblo a la hegemonía republicana” no es tanto “saltos ideológicos como un enojo que no logra ser canalizado”.
El problema de todo eso es que “el castigo es un vínculo político tan efectivo como precario”, apunta Araos. Olvídense de la estabilidad. Todo fluye. Ahí no hay “adhesión a un programa ni identificación ideológica”, sólo un “lazo circunstancial”. No es amor, sólo conveniencia, podría decir alguien. Y eso aumenta la distancia entre votantes y votados. “Cuando la fractura entre política y sociedad es tan profunda, no parece haber más alternativa que aferrarse a lo poco que queda”, apunta. Y la salida a ese círculo vicioso no es sencilla… los ejemplos están a la vista. Para Araos, “el mismo castigo puede dar algunas señales”, pero hay que saber interpretarlo y no usarlo en provecho propio, ese es el único “antídoto para los advenedizos que prometen cobrar venganza”.
En esto parece haber algo de esas Sátiras de Juvenal citadas por Daniel Matamala. “El pueblo” perdió “su interés en la política”, decía el poeta romano, y “sólo desea dos cosas con avidez: pan y circo”. Y según Matamala, la figura de Javier Milei en Argentina encarna eso. “A un pueblo harto de la corrupción y la ineficiencia de los políticos, les ofrece en cambio un cóctel de entretención, rabia, paranoia y crueldad”. Y a la luz de las encuestas, le está dando resultado, ya se acerca al 40%. “Como decía Juvenal”, escribe Matamala, “un pueblo que ha perdido toda fe en la política puede lanzarse gustoso a los brazos de un demagogo”. Sirve como señal de alerta.
Y en este mundo de descontentos y demagogos, para Carlos Meléndez las normas “de la política están implosionando”. Ya nada es como era. “Una de las reglas claves de la democracia”, por ejemplo, era “el voto”, dice, pero “se está rompiendo”. El voto dejó de ser “un vínculo positivo y duradero”. Ya “no se elige, se descarta”. Se vota contra y no por. Y aquí, según Meléndez, no importa si es contra uno (el correísmo en Ecuador o Sandra Torres en Guatemala) o contra todos (peronistas y macristas en Argentina), es “contra” y basta. El asunto es que es un voto que como “no endosa mandato” no funciona “para la democracia, tal como la hemos concebido hasta ahora”. El juego cambió y algunos lo entendieron.
…Y desconoexión
Y en este nuevo juego, donde las lealtades son efímeras y las confianzas escasas, prima a veces ese viejo refrán sobre la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio. Y, de paso, aumenta la desconexión entre política y ciudadanía. La primera parece estar viviendo su propia versión de Regreso al futuro, que para ser más preciso parece ser regreso al pasado. (Algo de eso hubo incluso por estos días con las lluvias, que nos retrajeron a otras épocas). Pero volviendo a lo anterior, como ha insistido Ascanio Cavallo, citando a Marx, la historia se está repitiendo, pero esta vez como comedia. Y un nuevo capítulo de ello se vivió el martes en la Cámara de Diputados, por un lado, con la lectura del acuerdo de agosto del 73 contra Allende y, por otro, con el intento de rechazarlo. Es “el juego” de la política.
Y en todo esto, parece haber algo de lo que plantea Pablo Ortúzar el domingo pasado, eso de usar el Golpe como mercancía. Vivimos en la sociedad del espectáculo, y el Golpe y la dictadura han entrado también en esa lógica. Pero siendo así las cosas, es casi “imposible”, según él, que no se termine escribiendo “un guion pobre, obvio y simplón”. De profundidad, nada, solo “incontinencia simbólica” y “referencias superficiales”. Para una generación que desprecia las formas, pareciera que no hay nada que se oponga a esa mercantilización banal, apunta. Pero hay alternativas, como la de valorar “la sobriedad anónima de las formas” y esa “fomedad chilena que pensamos que era atraso”, pero que en realidad “era civilización”.
Falta entender mejor la historia, como decía hace algún tiempo Enrique Krauze a este diario. O, para el caso, la Unidad Popular, según Sebastián Edwards. Porque, según él, eso está pendiente. Saber, por ejemplo, “qué factores explican la crisis económica de la UP”. ¿Intervencionismo externo o incapacidades internas? Para Edwards, “la principal explicación es que tanto en lo económico como en lo político la UP fue extremadamente ingenua” y su “programa económico buscaba crear un círculo virtuoso, casi mágico”, qué terminó generando todo lo contrario. Lo paradójico, dice, es que “era predecible y no debiera haber sorprendido ni a economista ni a políticos”. Pero quizá el triunfo enceguece o, como decía George Orwell, “la realidad” termina existiendo “sólo en la mente humana”.
Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
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