La victoria del Rechazo el 4 de septiembre de 2022 hizo que muchos sintieran que el país esquivó una flecha envenenada que, de haber dado en el blanco, habría causado estragos y daños irreparables al futuro de la República. Por eso, es comprensible que se recuerde la abrumadora victoria del Rechazo con alegría y con una sensación de alivio. Pero sería irresponsable conmemorar el día que los chilenos rechazaron esa propuesta de Constitución maximalista sin pensar en las razones que llevaron al estallido social y al proceso constituyente.

El mejor homenaje que podemos hacer a la victoria del Rechazo es indagar en las causas del estallido social y trabajar arduamente para corregirlas. Sólo así podremos evitar que el país vuelva a ese peligroso camino que nos dejó al borde del precipicio con el primer proceso constituyente.

Igual como aquellos que insisten en que no se puede entender la brutalidad del golpe militar y el irreparable legado de violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura sin tener en cuenta lo que hizo el gobierno de la Unidad Popular, no se puede entender el estallido social sin analizar los logros y fracasos de los 30 años de lo que bien pudiera llamarse la República Concertacionista. Las fortalezas y debilidades de los cuatro gobiernos de la Concertación, el gobierno de la Nueva Mayoría, y los dos gobiernos de Piñera ayudan a entender las causas del estallido social y las razones por las que la clase política torpemente optó por promover un proceso constituyente para intentar calmar la molestia y el descontento popular.

Si bien esos 30 años de gobiernos pragmáticos, moderados y reformistas estuvieron llenos de importantes logros en desarrollo económico, reducción de la pobreza, mayor inclusión social, globalización y expansión de oportunidades y servicios, también hubo evidentes fallas que fueron acumulando malestar e insatisfacción popular. Una estructura insuficiente de derechos de consumidores alimentó esa sensación prevalente de que en Chile había mucho abuso. Los múltiples casos de colusión y la bien fundada sospecha de que las élites no enfrentaban la misma severidad de la justicia que el resto de los chilenos alimentó el descontento popular y la percepción de que, en Chile, estaba mal pelado el chancho.

Aunque la desigualdad de ingresos se redujo marginalmente -un gran mérito, dado que en la mayoría de los países del mundo la desigualdad aumentó- no puede ocultar el hecho de que en Chile la desigualdad se manifiesta también en muchas otras dimensiones. En Chile, el lugar en que uno nace es un factor demasiado determinante del lugar que ocuparán las personas durante el resto de sus vidas. Si bien Chile tiene una economía de mercado, la ausencia de competencia y meritocracia en múltiples dimensiones, incluida la educación y el mercado laboral, siguen haciendo que nuestro país parezca una sociedad de castas. El colegio al que asisten los chilenos importa mucho más que los méritos individuales, la capacidad, o el esfuerzo que hagan las personas para obtener movilidad social. Además de que esa sociedad de castas genera descontento y comprensible malestar, la ausencia de meritocracia en el país también limita nuestra capacidad de innovación, creatividad y desarrollo.

Huelga decir que la respuesta que dio el gobierno del Presidente Sebastián Piñera a ese descontento popular fue equivocada. Los chilenos no querían ni un nuevo país ni tampoco un nuevo modelo. La gente quería que el país funcionara de igual forma para todos y que el modelo se aplicara bien, sin favorecer a los que tienen más. La evidencia de que el problema de Chile no era su Constitución, sino que no existía una cancha pareja para todos y que las oportunidades no se repartían de forma justa, quedó plasmada en la aplastante victoria del Rechazo el 4 de septiembre de 2022.

Pero el hecho de que los chilenos hayan rechazado esa Constitución maximalista y refundacional no significa que la gente esté ahora satisfecha o que se haya terminado el malestar. La gente quiere un país que funcione bien para todos y una economía de mercado competitiva en que se respeten los derechos de los consumidores. Cuatro años después del estallido social, la gente siente que la élite no sólo ha fallado en dar respuesta a sus demandas. La gente sospecha que la élite ha usado tácticas dilatorias y que no tiene interés en responder adecuadamente a las demandas populares. Ese descontento alimenta el malestar ciudadano y explica por qué hay tanta gente que quiere votar En Contra en el plebiscito de diciembre sin siquiera saber todavía qué es lo que dice el nuevo texto.

El pueblo de Chile es razonable, sensato y responsable. Ya lo demostró el 4 de septiembre de 2022. Pero la paciencia de la gente también se agota. Eso quedó meridianamente plasmado en el estallido social de 2019. La mala noticia es que la gente está molesta. Pero la buena noticia es que sabemos cuáles son las causas de la molestia y qué se puede hacer para remediarla. Todavía hay tiempo para enmendar rumbo y hacernos cargos de las causas del descontento popular. Esa sería la mejor forma de recordar y homenajear la victoria del Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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