La vida está en otra parte
Tanto mirar a China nos olvidamos de India. Y no es que la segunda pese por estos días tanto como la primera en la economía mundial, pero lo cierto es que viene avanzando a paso firme. Arribó con éxito a ese mismo polo sur de la Luna donde Rusia fracasó; en Downing Street 10th gobierna un primer ministro heredero de su legado genético y cultural, y en Estados Unidos, la sorpresa del primer debate republicano no fue un latino ni un descendiente de chinos, sino Vivek Ramaswamy. Para no decir que en habitantes, la segunda ya superó a la primera y la próxima semana será sede del G20. Es sólo para estar atentos, porque a veces las cosas se nos pasan o, lo que es peor, como decía Eric Hoffer, “vemos sólo lo que queremos ver”. Y nos olvidamos del resto.
Y algo de eso hay en estos días por acá –eso de sólo ver lo que queremos ver-, a la luz de lo que plantea Pablo Ortúzar en su columna del domingo. Porque según él, “la insistencia del gobierno de monopolizar y capitalizar el relato sobre los 50 años del Golpe de Estado de 1973 ha arrastrado a nuestra élite política a una total dislocación respecto de la realidad del país”. Parafraseando a Milan Kundera, uno podría decir que “la vida está en otra parte” o al menos, los problemas de la gente son otros, según Ortúzar. “La clase universitaria que nos gobierna”, escribe, “ha radicalizado el fenómeno que se supone venía a superar (la desconexión, el ‘no verlo venir’ de las élites)”. Y si a eso sumamos los problemas de gestión, “el pasado no vendrá a salvarlos”, apunta.
Como esa novela de Stephen King sobre el asesinato de JFK (11/22/63), parece que la puerta al pasado sigue abierta. “El mundo terminó en 1973”, titulaba una columna en The New Stateman, Alex Hochuli. Y si bien su mirada es más global –aunque no obvía el golpe en Chile-, pareciera que el título resuena por acá. Cada país tiene su propio drama del que parece no poder escapar, le pasa a EE.UU. con el crimen de JFK, a Italia con la muerte de Aldo Moro y a Chile con el 11 de septiembre de 1973. El asunto es que a veces eso lo contamina todo, como apunta Max Colodro con trágica ironía: “Nada será nunca comparable a la tragedia que se vivió aquellos años; qué podría significar un par de casas inundadas o escuelas y templos consumidos por el fuego”.
Pero si del 11 de septiembre hablamos, para Iris Boeninger hay que tener claro que “el hilo de la historia no se puede ni debe cortar”. “Lo que pasó, pasó”, apunta, por lo que sólo queda “estar atentos a la no repetición”. No estamos en una competencia por quien tiene la razón, apunta –aunque a veces parece que ese es el juego- sino que se trata de “entender los dolores y fisuras que sufrieron muchos”. Por eso, para ella, “seguir navegando sumergidos en un torrente de diferentes interpretaciones o cortes de nuestra historia, nos llevará a seguir sin rumbo frente a los graves problemas que aquejan” a la gente. Es un asunto de perspectiva (ver lo que no vemos): “Miremos por un momento desde la eternidad el paso del tiempo y no querremos perder ni un minuto”.
Lecciones
Y si de golpe se nos apareció el pasado y precisamente el del Golpe, también en estos días el pasado se comenzó a replegar con la muerte de dos figuras emblemáticas de los últimos 40 años: Belisario Velasco y Guillermo Teillier. Hay algo simbólico en eso, dirán algunos. Pero más allá de las interpretaciones que la partida de ambos generaron y generarán de uno y otro lado –con polémica incluida por las declaraciones del presidente Boric sobre la muerte “digna” y la “cobarde”, que llevó a Cristián Valenzuela a escribir una dura columna sobre el mandatario que tituló Miseria, Cobardía, Hipocresía- también dio espacio para la revisión. Parafraseando el título del último libro de Ian McEwan, la vida siempre entrega “lecciones” para el que quiera usarlas.
Y para Ascanio Cavallo, al menos en el caso de Belisario Velasco, lecciones entregó… y algunas que resuenan en la actualidad. Fue el primer funcionario de la democracia y el último de la dictadura, porque lo nombró Pinochet. Y como apunta Cavallo, “alguien con vocación de profeta se habría horrorizado de ser nombrado por el capitán general”, pero no Velasco. “Él sabía”, apunta, “que en los hombres que anteponen la vocación de profeta habita también la vocación de no ser seres humanos”. Y también sabía, escribe Cavallo, que “la política como la vida no está hecha de momentos infinitos ni totales (…) sino de sucesos cambiantes, volátiles hasta reversibles” y “que tener la razón una vez no significa quedársela para siempre”. Era un realista… o un político.
“Un hombre de Estado” incluso, sugiere Cavallo. Tanto como Teillier fue un hombre de partido –el comunista en este caso-. O un “estratega”, según apunta Nicolás Vergara, con “habilidad para convertir cualquier contingencia por negativa que fuera en una oportunidad política”. Y más allá de su pasado militar en el PC que “está acompañado de una dosis de sangre”, el gran logró de Teillier, escribe, “fue lograr con un éxito arrollador sobre ponderar al PC en la política chilena, pero sobre todo en la Izquierda, aquella que se ubica más allá del socialismo democrático”. ¿Cómo lo logró?, se pregunta, “muy simple, trabajando, leyendo y, sobre todo, haciendo ‘concesiones estratégicas’ que luego cobró con intereses, reajustes y costas”. Simplemente, política.
Lecciones, a fin de cuenta, que entrega la historia reciente y que sirven en tiempos ansiosos –o “eléctricos”, citando al Presidente-. Tiempos donde, según Javier Sajuria, el camino para salir adelante está en la “bondad”, en especial en una época en que la “polarización afectiva” convierte diferencias políticas en diferencias personales. Y es verdad, apunta, que “la bondad tiene mala fama en una sociedad exitista” y “huele a acuerdos entre amigos, a cocina política”. Pero para Sajuria, no tiene por qué ser así. “Existe un camino en que la bondad no sea simplemente un acuerdo entre élites que comparten un pasado común sino una actitud en la que promovamos el diálogo a todo nivel”. Falta más buena fe, dice. Es un asunto de confianza… y buen política.
Tiempos frágiles
La revista británica The Economist recordaba esta semana que más de la mitad de la población mundial vive en países que el próximo año enfrentarán elecciones. Ahí está India, Estados Unidos, Indonesia y México entre otros. Y en tiempos cambiantes como los actuales, donde predecir al electorado parece imposible todo puede suceder. Como apuntaba The Economist, serán, además, las primeras en una era donde la Inteligencia Artificial está ampliamente disponible. Y ésta, según Yuval Harari –en una columna en la misma revista británica- decía que las herramientas generadas por la IA cambiarán la historia, “entre otras cosas, convenciéndonos de votar por determinados políticos”. Y en esto, más que el pasado, lo que se nos vino encima parece ser el futuro.
Y si de futuro se trata, al menos el que se vislumbra a corto plazo con el proceso constitucional no se ve fácil. Nada de mirar al futuro con visión de largo plazo, pese a que, como escribía César Barros, en la discusión de una Constitución no deben existir “líneas rojas”, “más aún en temas que pueden ir cambiando en el tiempo a través de la legislación”. Según Barros, “harían bien los consejeros en leer cómo se redactó la Constitución de Estados Unidos en el siglo XVIII, para unir al país y cómo dejaron de lado todo aquello que no era indispensable” –nada de rodeo y cueca. Pero por acá no hay Jefferson, Adams ni Franklin. Más bien, sino, como apuntaba Joaquín Trujillo, funciona “el orden de las patotas, que es en realidad desorden que no deja ni maleza a su paso”.
Para Diana Aurenque lo que falta en esta era de “hiperexposición del individuo”, donde éste “parece no vivir para sí no a través de la imagen que proyecta”, es aprovechar esa lógica de la imagen y la etiqueta, para recuperar las formas de tratarse entre las personas. Así, dice, la política podría reconectar mejor con su propia era y “en vez de obstinar la discusión en torno a correctos o incorrectos morales”, concordar una “etiqueta común” que “sin moralizar le devuelva solemnidad y poder simbólico a la política”. Dejar de lado finalmente la era de la inquisición entre “la tiranía de lo políticamente correcto (la izquierda) y lo políticamente incorrecto (los populismos y la ultraderecha)”. Terminar finalmente, dirán algunos, con esa política convertida en religión.
Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias
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