Según cifras oficiales, Chile se encuentra entre las naciones latinoamericanas con mayor prevalencia de enfermedades mentales. Así, los últimos monitoreos arrojan que casi el 20% de la población ha tenido síntomas asociados a estas patologías, alrededor del 13% muestra señales de depresión, más del 22% presenta cuadros de ansiedad y al menos el 30% ha consultado a un profesional del área, recibiendo recetas para un medicamento. Estas cifras son sólo una muestra de que la salud mental es un tema de preocupación en nuestro país y que su cuidado sigue siendo un desafío pendiente.
Si bien son varias las causas que explican este fenómeno, los expertos coinciden en que la pandemia y el actual contexto socioambiental está incidiendo fuertemente. “Todas las investigaciones dan cuenta de las lamentables cifras de salud mental en Chile, que incluso se agravaron post pandemia, por los largos períodos de confinamiento, pérdidas de seres queridos y cesantía, entre otras situaciones, que ésta implicó. Si a esto sumamos la actual crisis económica, política y medioambiental, los datos estadísticos no deberían extrañarnos”, asegura Viviana Tartakowsky, Directora de la Escuela de Psicología de la U. Bernardo O’Higgins (UBO). En este sentido, la académica comenta que los cuadros depresivos y ansiosos en la población infanto-juvenil, las ideas suicidas y la violencia en el trabajo y el lugar de estudio, son los problemas más frecuentes que además están impulsando un incremento en las licencias médicas.
En este contexto, una de las materias que ha concitado mayor atención en el último tiempo es la elevada tasa de suicidios que registra el país. Según datos de la OMS, somos el sexto a nivel regional con más suicidios, alcanzando 9 por cada 100.000 habitantes, muy por encima de la media latinoamericana que llega a de 6,2. Aunque a nivel internacional se ha destacado el compromiso de Chile por mejorar a nivel de salud pública, los especialistas consideran que aún no se le da el enfoque adecuado. “Dejando a un lado la menor disponibilidad de recursos post pandemia, la salud mental siempre ha sido el “pariente pobre” del área. No contamos con una política de salud integral, que armonice los diferentes ámbitos del ser humano y que garantice el acceso universal. No es raro, por ejemplo, que una mujer que no reciba su pensión de alimentos sufra de estrés, se deprima y bajen sus defensas, con todos los efectos que esto conlleva”, comenta Tartakowsky.
En cuanto a las proyecciones para mejorar este escenario, la Directora de Psicología de la UBO cree que lo fundamental es contar con políticas públicas adecuadas, que le tomen el peso a las investigaciones “y que visualicen los efectos de una mala salud mental en nuestra sociedad en general. Un adulto ansioso o depresivo no sólo es una persona enferma, sino que además será un será un trabajador menos satisfecho, más propenso a tener accidentes, que no podrá ejercer adecuadamente su rol de cuidados a la infancia y, a largo plazo, tendrá hijo/as con problemas de salud mental. Necesitamos una visión sistémica con urgencia”. En paralelo a esos cambios, hay ciertas conductas que conviene poner en práctica para mantener el bienestar. “Tenemos que promover el autocuidado y el co-cuidado, cultivando relaciones que nos sostengan emocionalmente. Del mismo modo, mantener un buen dormir, una alimentación saludable, regular los tiempos de pantallas y hacer actividad física, son hábitos recomendables, pues generan endorfinas, serotoninas y dopaminas, todas conocidas como hormonas de la felicidad y el bienestar”, aconseja Tartakowsky.
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