Nuestro hígado es un órgano maravilloso. Debido a que, biológicamente hablando, nos protege autodestruyéndose, es el único de nuestro organismo capaz de regenerarse. Del mismo modo, a causa de esto, también es el único que podemos donar parcialmente y recuperar en un futuro (tanto receptor como donante) íntegramente.

Además, es un órgano (como la inmensa mayor parte de ellos) absolutamente esencial y sin el que no podemos vivir ni unas horas. El daño que le podemos causar puede limitar en gran medida su buen funcionamiento, lo que puede provocar enfermedades muy serias e, incluso, la muerte.

Puesto que se trata del encargado de metabolizar y eliminar gran parte de las sustancias tóxicas que entran en nuestro cuerpo, el hígado es la parte de nuestro organismo que más daño sufre por nuestra actividad diaria. Si queremos mantenerlo en buen estado durante el mayor tiempo posible, es muy importante eliminar los factores fundamentales que suponen una amenaza para él:

1. Alcohol en exceso

El etanol, tóxico para nuestro organismo, se metaboliza en el hígado. Esta sustancia, en cantidades moderadas, no supone ningún problema para este órgano, pudiéndose recuperar con rapidez. El problema, como con tantas cosas en nuestra vida, viene por el consumo excesivo.

Cuando se alcanzan estos extremos de consumo, el hígado empieza a acumular grasa. Esto se debe a que los lípidos (en su variedad de triglicéridos) son un subproducto del proceso de metabolización. Esas grasas, de ser demasiadas, se acumulan en el propio hígado, produciendo hígado graso alcohólico, que puede evolucionar a cirrosis, hepatitis alcohólica y fallo hepático.

2. Una mala (y excesiva) alimentación

Lo que nos metemos entre pecho y espalda tiene una repercusión en nuestra salud. En efecto, la calidad y cantidad de nuestra dieta afecta, y mucho, a lo que pasa en nuestro cuerpo. Dado que una inmensa mayor parte de los nutrientes (tanto los buenos como los malos) son metabolizados por el hígado, y los peores pueden acumularse en él.

Este es el caso (al igual que ocurre con los triglicéridos formados por el consumo de alcohol) de las grasas, que pueden provocarnos un hígado graso no alcohólico. Este es un inmenso problema a nivel mundial. Como explican desde los National Institutes of Health de EEUU, en 1990 se calculaba que había, en todo el mundo, 391,2 millones de casos. En 2017, esa cifra se disparó hasta los 882,1 millones. Esta progresión ha continuado y supone un serio riesgo de salud.

Como tantas veces antes, ser comedido en nuestras ingestas y llevar una dieta saludable es absolutamente esencial para mantener una buena salud hepática.

3. Estar encerrado en casa

No suponía un problema (para esto) hasta hace relativamente poco, cuando diversos estudios descubrieron que la carencia de vitamina D (que podemos ingerir, pero que producimos mayoritariamente en nuestra piel gracias al efecto de los rayos solares) contribuye a producir enfermedades hepáticas.

La relación causa-efecto todavía genera dudas, por lo que, aunque sabemos que existe correlación, no tenemos claro si ambos hechos (la enfermedad hepática y la carencia de vitamina D) están causados por otro factor o uno provoca el otro.

4. Relaciones sexuales de riesgo

Son una mala idea (salvo en casos muy específicos) para multitud de cosas. Las enfermedades de transmisión sexual son infecciones muy serias que, sin el tratamiento adecuado (y en ocasiones, como ocurre con el VIH, incluso con el tratamiento), pueden poner en serio peligro tanto la vida como nuestro bienestar.

Una de ellas, de las más peligrosas, es la hepatitis B, producida por un virus que, si se complica, puede provocar daño hepático, fallo hepático y, por último, la muerte. Además, como si eso fuera poco, la infección por hepatitis B es una de las principales causas del desarrollo de cánceres hepáticos, que, a nivel global, supone la segunda causa de muerte relacionada con el cáncer.

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