Sergio Massa y Javier Milei son hoy protagonistas de la que debe ser la elección presidencial sudamericana que más expectación ha causado dentro y fuera de su país en las últimas décadas. Ambos candidatos a la primera magistratura de Argentina son desconcertantes. El primero es ministro de Economía, cartera que normalmente no es la más propicia para acceder a una presidencia —menos aún si los números indican una inflación del orden del 140% y aumento de la pobreza—, pero de todos modos pudo encabezar la primera vuelta electoral. El segundo es un político sin experiencia en administrar en el ámbito público, salvo la promoción de su propia imagen, pero que así y todo, se las ingenió para demoler a la derecha tradicional trasandina.
La política requiere que los discursos sean aceptados en un contexto dado, y eso va definiendo las razones por las cuales los votantes se van a dividir entre distintas opciones. Para ello se combinan tanto referencias puntuales a la realidad (p. ej. cesantía, inseguridad) como visiones de la sociedad que adquieren un carácter ya sea normativo (un deber-ser como individuos/-comunidad) o como proyecto de desarrollo de más largo plazo. Todo esto se inserta en tradiciones y familias políticas, las cuales se busca expandir, pero no abandonar. En eso, la política, es una lucha por imponer patrones narrativos para ganar electoral y culturalmente.
Respecto de Massa y de Milei se han dicho muchas cosas, todas ellas tendientes a crear imágenes. Del ministro de Economía: que es un kirchnerista, un arribista, un tránsfuga, etc. Del candidato de la Libertad Avanza: que es un ultraderechista, un loco, y, ahora último, un acomodaticio más. Lo anterior poco o nada aporta al análisis de lo que conceptual e históricamente representa cada uno, más allá de sus personajes. Indicar que Massa es peronista, sin definir qué forma de peronismo encarna y hasta dónde eso lo diferencia de Cristina Fernández y el kirchnerismo, es de poca utilidad. Lo mismo respecto de Milei: es relevante ir más allá de su parafernalia (la melena, las chaquetas de cuero y la imagen del león) para preguntarse sobre su verdadera novedad respecto de lo que ha sido la derecha argentina.
MASSA Y EL PERONISMO
No es posible hablar de la política argentina sin hacer referencia al peronismo. Tiene sus orígenes en los distintos movimientos posteriores a la Primera Guerra Mundial que van a cuestionar la dependencia económica de Argentina respecto del imperio británico. Intelectuales como Raúl Scalabrini Ortiz, José Luis Torres, Jorge del Río, Rodolfo Irazusta y su hermano Julio, entre otros, son parte de una camada de pensadores y periodistas que, más allá de las diferencias existentes entre sí, tuvieron en común una mirada de búsqueda de refuerzo de una identidad por medio del desarrollo nacional, y por eso fueron críticos de los intereses británicos (por ejemplo, del pacto Roca-Runciman), del proceder de la elite económica argentina (con el emblemático Grupo Bemberg, creadores de la cervecería Quilmes, acusados de fomentar la corrupción), las intervenciones que atentaban contra las instituciones de la república (como la de la Compañía Hispano-Americana de Electricidad, CHADE). Se había configurado así en Argentina un ámbito social y cultural propicio para la emergencia de un movimiento que buscase la regeneración del país por medio de un programa económico nacional-capitalista que incorporase tanto a los sectores más marginados de la sociedad como a la misma burguesía. Ideas similares circulaban en otros países escandinavos y europeos.
En ese contexto se desarrollan las demandas del sindicalismo argentino, representado por la Confederación General del Trabajo (CGT), contra lo que calificaban como una oligarquía aliada al capital extranjero, que sojuzgaba al pueblo y la nación. Por último, y de forma muy destacada, en las Fuerzas Armadas argentinas —especialmente, el Ejército— florece la idea del desarrollo de la industria nacional con el objeto de lograr una autarquía industrial que garantice la soberanía.
El peronismo, entonces, se alzó encarnando esos anhelos, posteriormente de la llamada «década infame» (1930-1943), que se caracterizó por conjuntar dictadura, gobiernos civiles, conservadurismo reaccionario y corrupción. El proyecto económico nacional-popular de Juan Domingo Perón se posicionaba contra esa herencia, apropiándose del deseo de una mayor soberanía nacional y reformas sociales. Con el paso del tiempo, el peronismo sabrá acoger tanto vertientes de derecha, como de izquierda, nacionalistas y neoliberales (menemismo). Pero en su imaginario social, como una superestructura, descansa el proyecto nacional-popular y su forma de interpretar el desarrollo como nacional-capitalismo.
Un particularismo del kirchnerismo es que, junto al pragmatismo propio de la política, poseerá una comprensión agonal de ella, que correctamente se podría explicar en lo que el principal teórico del populismo en Argentina, Ernesto Laclau, sintetiza como interpelaciones democrático-populares de las instituciones establecidas. Esa característica se va a agudizar con Cristina Fernández, quien, de forma más radical que su marido, buscará generar una hegemonía —interna en el peronismo y externa en la sociedad— por medio de un despliegue territorial que implicará tanto a instituciones políticas formales como informales (p. ej. movimientos sociales afines).
En ese proceso, las referencias al «pueblo» conllevan una afirmación de los excluidos como si fuesen una plebe homogénea —como sinónimo de «verdadero pueblo»—, el cual por medio de sus demandas busca tensionar las instituciones democráticas representativas y determinar la demanda del capital industrial.
Sergio Massa, en sus orígenes un adherente al partido de centro-derecha de Álvaro Alsogaray, llegará al peronismo vía menemismo, pero evolucionará dentro de él hacia las posiciones más tradicionales. Se incorporará al proyecto de Néstor Kirchner una vez que Eduardo Duhalde lo designara como su sucesor. Luego, dará vida a su propio referente, el Frente Renovador (2013), el cual se planteaba como alternativa al kirchnerismo de Cristina. Como es muy conocido, posteriormente incorporará su agrupación al Frente de Todos y se sumará como ministro de Economía al gobierno de Alberto y Cristina Fernández, lo que marcó su reconciliación definitiva con el kirchnerismo; al menos, estratégicamente.
MILEI Y LA DERECHA
Tener un contexto de las derechas argentinas no es fácil. A la inversa del caso chileno o uruguayo, históricamente estas no se estructuraron en torno a partidos políticos. Desde la emergencia de la Liga Patriótica, su tendencia será eminentemente defensiva, acoplada a movimientos militares, con expresiones ultras significativas, más intensas y extensas que las contrapartes chilenas y uruguayas. En cierta forma, buena parte de su transcurso histórico está dado por el intento de construir un estado autoritario capaz de frenar los avances de los movimientos populares, pretensión acompañada de un relato nacionalista, conservador y, no pocas veces, católico- tradicionalista.
Por eso, buena parte de su participación política real ocurrió por medio de gobiernos militares-cívicos, donde los primeros aportaban la capacidad de coerción y los liderazgos visibles, mientras los segundos, la base ideológica y el soporte técnico. Dentro de ese grupo, es de importancia principal la figura del aristocrático economista de la última dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Los liberal-conservadores construirán sus propias mitologías. Una será la interpretación de la constitución de 1853 como una diseñada a imagen y semejanza de las naciones más prósperas de Europa y Norteamérica, y no por nada Martínez de Hoz citará a Domingo Sarmiento como uno de los grandes íconos argentinos. Los Martínez de Hoz, una de las familias de estancieros más prestigiosas del país, estará conectada desde fines del siglo XIX al Imperio Británico, económica y culturalmente, y en el caso de José Alfredo, con la elite financiera neoyorkina, incluido David Rockefeller. Interpretarán el modelo desarrollado a inicios del siglo XX entre la Sociedad Rural y los capitales británicos como uno que habría traído una prosperidad a la Argentina, que incluso la habría puesto por sobre Australia..
En esa mitología de un Dorado histórico perdido, la sociedad anterior al peronismo se caracterizaba por la iniciativa y esfuerzo individuales. El nacional-capitalismo habría destruido esa moral. El cambio de la política económica de industrialización por sustitución de importaciones produjo una economía corporativista, poco competitiva, con sindicatos que habrían obtenido para los trabajadores aumentos salariales y beneficios sociales desmesurados en relación con su productividad. En suma, una ruina económica y moral.
El desprestigio moral, económico y político que dejara la dictadura argentina, va a significar que la derecha en democracia se vea obligada a organizarse en un partido político. Se organizará partidariamente en torno al proyecto del PRO (fuerza eje de Juntos por el Cambio), el cual se estructura discursivamente como la antítesis del kirchnerismo. Serán liderados por Mauricio Macri, un heredero y armador de equipos, y se van a alinear con la tradición liberal-conservadora, a la que le agregarán un fuerte énfasis en el management (definida por ellos como «una pasión por hacer» y un discurso regenerador. Ha sido el partido político más exitoso generado por la zona de Barrio Norte de Buenos Aires. No solamente han dominado la ciudad, sino que supieron generar una coalición «antiperonista» que fue capaz de derrotarlos electoralmente, evitar el síndrome de De la Rúa (a pesar de una muy discreta gestión macrista) e, incluso, que Macri perdiera la reelección con un halo de dignidad.
Durante buena parte del gobierno de Alberto Fernández, todo parecía indicar que volverían al poder, pero una dura pugna interna, sumada a la irrupción de Javier Milei, sepultaron sus posibilidades.
Javier Milei, presenta rupturas con lo que era, hasta ahora, el devenir del PRO, pero tiene una continuidad obvia con el imaginario de la derecha liberal-conservadora que se reflejó en el antiguo programa de Martínez de Hoz. Esas similitudes no dicen relación con tal o cual política económica puntual. Tampoco con que uno sea un economista neoclásico y, el otro, uno informado por la Escuela Austríaca y Murray Rothbard. Se trata, más bien, de una mirada respecto del nacional-capitalismo; de una sociedad plagada de derechos inmerecidos, poco productiva, opuesta al emprendimiento y a la modernidad económica: la idea de un cambio radical para recuperar esa Argentina de la prosperidad que el estatismo y peronismo habrían arruinado. Esa inspiración es común a ambas experiencias. Curiosamente, Rothbard, uno de los gurús intelectuales de Milei, cuando defendía el populismo paleolibertario poseía respecto de la sociedad norteamericana un diagnóstico similar.
Algunas consideraciones finales: la elección argentina que concluirá el próximo domingo 19 de noviembre es reflejo de una larga pugna entre el peronismo (que no es sinónimo de la izquierda) con la derecha. El desprestigio de la última dictadura (1976-1983) y la incapacidad de haber generado en ese período un partido de derecha competitivo (como en el caso chileno lo fue la Unión Demócrata Independiente) significó para la derecha argentina una suerte de «pausa» en esa disputa. Luego, Carlos Menem, en su momento de gloria logró un extraño e inusual consenso entre peronismo y derecha. Pero el fracaso económico de Alfonsín y De la Rúa, que debilitó a los radicales como opción «antiperonista», y el repudio del peronismo a la era Menem hará que la derecha busque renacer y combatir a su enemigo de siempre, por sus medios, dentro de las reglas de la democracia.
El descontento con la gestión de Macri de parte de sus propios votantes [VOMMARO 2019] y la agudización del deterioro económico bajo Alberto Fernández abrirán paso a que la derecha vuelva a radicalizarse, pero ahora por otros medios, dentro del sistema y tensionando al máximo las instituciones. El populismo libertario de Milei es un episodio más de un largo antagonismo.
Es por eso que la promesa de Massa de «superar la grieta» es solo retórica. Lo suyo aspira a —en la lógica histórica de lo nacional-popular del peronismo— adquirir un sello propio, que lo distancie del kirchnerismo, sin llegar a ser un nuevo Menem.
El día 19 de noviembre, el electorado de derecha probablemente de forma abrumadora se inclinará por Javier Milei, tal como el escorpión de la fábula de Esopo (está en su naturaleza). Pero Massa ha demostrado que es una suerte de Bruce Willis de los peronistas, duro de matar; un maquillador de muertos que seguramente logrará unir a su alrededor a aquellos que desprecian lo que simboliza el antiperonismo radical.
La grieta tiene raíces históricas muy profundas.
/escrito por Gonzalo Bustamante para Ciper 16