Desde que en Chile se entregó la Constitución como quien entrega “las joyas de la corona” nadie ha estado mejor. Han sido “tiempos peores”, la nación está fragmentada y dolida. La unión no ha llegado y la polarización ha primado. Pero Chile ha aprendido bastante, no por nada se dice que a “palos se aprende” y los que perdieron todo han sido los de extrema izquierda.
Cuando esto inició tras la revolución de octubre de 2019, en la que la izquierda radical estuvo dispuesta a quemarlo todo para derrocar a un gobierno democráticamente electo, Chile quedó en shock. Extremaron la violencia hasta obligar al fatídico y cobarde “Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución”. Entonces muchos hablaban del poder mágico de las constituciones como elemento transformador de la realidad. Chile sería un país nórdico con sólo lograr un nuevo “pacto social”. Hoy, con dos procesos constitucionales fracasados a cuesta, ya la ciudadanía sabe que eso no era verdad. De hecho, parece que los únicos cuerdos eran los de ese 22% que veían que el problema no era la Constitución, sino las leyes y los políticos. Es decidor que hoy quienes incitaron visceralmente a un cambio constitucional, hayan defendido quedarse con la Constitución vigente. Esa que llamaban “de los cuatro generales”, que, tras la historia vivida, hoy reconocen como “la de Lagos”. La verdad es que la izquierda hoy no tiene piso moral alguno y debiera pagar la cuenta completa de los daños sociales y materiales vividos a causa de la inestabilidad que ellos mismos “le metieron al sistema”.
El domingo ganaron todos quienes entienden que el modelo de libertad y subsidiaridad le ha dado a Chile los mejores años de su historia. Se ha revindicado el modelo, el libre mercado, el libre emprendimiento y la participación de los privados en la prestación de los servicios sociales. La noción que es el individuo y los cuerpos intermedios los que constituyen la sociedad y que el Estado debe estar cuando el mundo privado no puede hacerlo. Perdió culturalmente la izquierda radical, esa que buscó, a toda costa y sin medir los costos, transformar el modelo. Esa que gritaba que el neoliberalismo había nacido en Chile y que moriría en Chile. El domingo se afirmó que Chile quiere más libertad y más mercado. Que los chilenos entienden que este modelo les ha permitido surgir y además ha visto cómo los “luchadores sociales”, al llegar al poder, se han dedicado a robar y enriquecerse, incluso usando los recursos destinados a los más pobres.
Ha vuelto el eje a la cordura y se inicia una nueva etapa. En estos cuatro años y a palos hemos aprendido que la Constitución está para defendernos a nosotros del Estado. Que el Estado no somos todos, porque si fuese así, no se necesitaría Constitución alguna. Lo “políticamente correcto” en el discurso ha demostrado ser mentira y la “superioridad moral”, esa que decía que “para ser buena persona hay que ser de izquierda”, ya que se auto arrogaban el monopolio de la conciencia social, no era tal.
Dios sabe cómo hace las cosas, dejó que Gabriel Boric y compañía se hicieran del poder, lo que ha demostrado, no solo incapacidad, falta de experiencia, sino también falta de probidad e intereses personales. El mito construido, el relato de la bondad de la generación revoltosa, se cayó por sus propias obras y su profunda soberbia. Hoy ellos no celebran. Ellos perdieron, “lo perdieron todo” como dijo De Gregorio. Ha quedado enterrado el deseo refundacional. Se acabó la quimera y se les quitó el piso a los oportunistas ideologizados.
Hoy esperamos vigilantes para que su tiempo termine y podamos seguir enderezando el país. Mientras tanto, seguimos trabajando para que la verdad prime y que la libertad permita que Chile vuelva a crecer y ser ejemplo para la región y para el mundo. Hoy con la frente en alto defendemos las ideas y las recetas que han funcionado en Chile y el mundo y decimos no a las ideas que han fracasado siempre. No al marxismo refundacional, no al nuevo modelo. Chile aprendió a palos.
El gobierno no celebra, ha quedado la Constitución vigente, esa de “Pinochet”, pero ya sin ilegitimidad de origen. Ahora hay que evitar que puedan reformarla, sabemos que eso es lo que buscan. Hay que cuidar el texto y las Leyes Orgánicas Constitucionales. Para eso, el quiebre de la derecha no puede perpetuarse. Esta batalla no termina hoy, en política no hay muertos, el futuro debemos enfrentarlo unidos, sin unión no hay fuerza. Sabemos que insistirán en su proyecto fracasado, siempre lo hacen… no son democráticos y nunca lo han sido.
Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero
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