Que las elecciones no se ganan ni se pierden, sino que se explican ya es casi un lugar común. Pero, en esa tendencia chilena al excepcionalismo, agregamos otra característica, la de las elecciones que no se festejan. Es verdad que celebraciones íntimas hubo –aunque bien íntimas hay que decir, porque se vio poco-, pero el hecho es que la tradicional Plaza Italia, histórico epicentro de los festejos estuvo allí, esa noche de domingo, virtualmente abandonada. Sólo una que otra bandera del En contra ondeó de la mano de algún simpatizante entusiasta. En tiempos de resultados sorpresivos, donde las encuestas deben salir a dar explicaciones, el 17/D careció de todo ello. ¿Será síntoma de que todo volvió a su cauce o sólo una simple anécdota en tiempos inciertos?

Suena más a lo segundo que a lo primero a la luz de lo que apunta Max Colodro , para quien lo sucedido es “un fracaso monumental del país”, un “desgaste y un deterioro enorme” que deja a Chile ante un “horizonte de incertidumbre jurídica”. Fue, según Colodro, “una travesía larga, dolorosa y ojalá pedagógica, que termina exactamente en el punto de partida”. Para él, el fracaso no es sólo “de los partidos y del sistema institucional”, sino “también e inevitablemente de la ciudadanía”. Para Javier Sajuria , en cambio, “son las élites chilenas las que están en deuda”. Y, el principal problema ahora, dice, no es el fracaso, sino que las “élites sean lo suficientemente humildes para escuchar el mensaje”, porque, hoy estamos “en un momento más complejo”.

Pero volviendo a lo de las celebraciones, lo decía también Daniel Matamala . El vacío de la plaza “resulta significativo”. “Nadie festejaba”, apunta, “porque no había nada que festejar”. Y después del domingo, “el proceso constituyente está muerto y sepultado”. Al final, parafraseando ese dramático poema de Carlos Pezoa Véliz sobre la muerte de un vagabundo, tras el fracaso del proceso “nadie dijo nada, nadie dijo nada”. Es, según Matamala, “un final inconcluso, muy chileno, ambiguo”. Y para él, el hecho que en la plaza la estatua de Baquedano ya no esté, pero sí su base hace “más elocuente el vacío”. Es un símbolo, dice, que “hace inocultable que algo falta, que hay un tema que como sociedad hemos dejado sin resolver”. Y eso deja “una exasperación contenida”.

Sea así o no, para Pablo Ortúzar , el hecho más evidente es que el domingo fue «el triunfo de nadie». Es como si nos hubiéramos vuelto un poema de Nicanor Parra. Nadie ganó, finalmente. Y para Ortúzar, si bien “la Constitución nunca fue ‘la madre de todas las batallas’”, como decían algunos, “su diseño político actual sí hace difícil construir acuerdos y mayorías”. Y si de esperanzas se trata, para él no hay muchas, porque “la función central de un cambio constitucional era construir una tregua entre las élites” que “permitiera discutir un nuevo pacto entre clases sociales”. Esa oportunidad “se perdió en medio de la lucha a muerte entre facciones elitarias”. Y peor aún, si ese acuerdo fue imposible en el proceso constitucional, ¿por qué se lograría en el diálogo informal?

La hora de las explicaciones

“En Chile tenemos una continuidad bien asombrosa de las tendencias políticas”, decía hace algunos meses Samuel Valenzuela en una entrevista a La Tercera . Lo comentaba también en mayo pasado en la revista  española Ctxt, Roberto Brodsky, al comparar el 38% del Apruebo con el histórico 36% que obtuvo Salvador Allende en 1970. Y lejos no estaban de la realidad. El domingo pasado, el 44,2% del A favor pareció rimar no sólo con el 44,1% que obtuvo Kast en 2021, sino también con la distribución del Sí y del No en el Plebiscito de 1988. Los votantes no serán los mismos, incluso entre elección y elección, pero las cifras están ahí. Algo querrán decir. Aunque es verdad que todavía hay un mundo inclasificable, ese que desde el 4/S está obligado a votar.

Pero más allá de las matemáticas, el hecho es que unos y otros están sacando conclusiones para darles sentido a esas cifras. Y eso puede causar confusión. Como escribe Ascanio Cavallo , “uno de los problemas más serios de las ciencias sociales se produce cuando los intelectuales confunden sus propias metáforas con la realidad”, o, se podría agregar, cuando los políticos interpretan las cifras según sus propias convicciones. Y para él, más allá de saber si el proceso concluido el domingo “tuvo su valor cívico” o “fue un mero desperdicio” –algo que sólo la historia dirá- lo que parece, por ahora claro, es que se produjo “un cierto recentramiento” político, “que sigue siendo representado por la Constitución que el gobierno de Lagos dotó de “un estándar democrático”.

Hay una suerte de «revancha de Lagos», parafraseando el título del último libro de Moisés Naím, aunque en este caso, más que el intento por recuperar el poder absoluto, del que habla Naím, hay una suerte de reivindicación de los 30 años. No todo era tan malo. Pero como hay que mirar al futuro y no al pasado, dicen, para Hugo Herrera lo que falta ahora es encontrar “un nuevo proyecto existencial”. Vivimos, apunta, en un mundo donde “el actual orden se desploma y aún no nace uno nuevo”. Y, peor aún, dice, “los responsables de producirlo no están a la vista”. “Se termina una etapa política en Chile”, agrega Lucía Dammert y para iniciar una nueva “el desafío de involucrar a las mayorías es clave para evitar un mayor divorcio entre la política y los ciudadanos”.

Sea así o no, para Juan Ignacio Brito , todo fue un engaño. “El fracaso del proceso constitucional”, dice, “es también el de una clase política que, desde el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, intentó pasar gato por libre”. Pero, “después del rechazo de dos proyectos de signo distinto” quedó claro “que la opinión pública se dio cuenta que una Constitución ya reformada 31 veces no es el problema”. Es hora de “hacerse cargo de las demandas de la gente”, apunta y entender que “hoy sólo cabe construir a partir de la carta vigente”, todo lo demás, “como diría Ricardo Lagos, uno de sus padres fundadores, es música”. Porque, como apunta Daniel Grimaldi , “estamos dilapidando un capital importante que poseía Chile: la seriedad de sus elites y la capacidad de generar consensos”.

Las reglas (olvidadas) de la política

Pero para hacerse cargo de los problemas de la gente, uno podría decir, hay que solucionar primero la falla de origen, la incapacidad de ponerse de acuerdo. Lo decía Charles de Gaulle hace más de 50 años sobre Francia, “cómo uno puede gobernar un país que tiene 246 diferentes tipos de quesos”, y la ironía se puede aplicar también por acá, cambiando eso sí la palabra queso por partido. Es verdad que no son 246, pero sí más de 20 y eso ya es un problema, y no menor. La ironía de todo eso, porque la historia siempre ofrece algo de eso, es que fue justamente un acuerdo el que llevó al país donde está hoy, ese del 15 de noviembre de 2019 con el que se buscó descomprimir la crisis. Fue “un ejercicio de madurez política”, como dice Paula Walker , pero desde entonces “nunca tuvimos humo blanco”.

Y aquí estamos, con una política, como apunta Natalia Piergentili, que “no está pudiendo ponerse de acuerdo”. Un problema de legitimidad, sugiere, al menos para la ciudadanía. Y para recuperarla se requiere “dejar de lado las estridencias a las que nos tiene acostumbrados el Parlamento” y ponerse “metas y plazos que permitan por fin llegar va respuestas que hagan sentido” a la gente. Quizá sería recomendable leer –o releer, para quienes ya lo olvidaron- ese clásico de los 80, Elogio de la Traición de Denis Jeambar e Yves Roucaute, que no es otra cosa que un manual para hacer política. Porque ésta –la política-, apunta Piergentili, “no puede seguir haciéndose desde los maximalismos” y “las sacadas de cuenta”. Para eso están los Reality Show.

Será culpa de la tradición desorejada que recuerda Joaquín Trujillo en su columna, esa que hace referencia a que la primera persona del viejo mundo que llegó a Chile fue un fugitivo español y su “gran detalle” es que “no tenía orejas”. Pero como agrega Trujillo, “el desorejado nada tiene de sordo (…), escucha y computa” pero “luego luce su ausencia de orejas para dejar flotando la duda”. ¿Será eso lo que prima por estos días? ¿O más bien una versión criolla del dilema del prisionero que recuerda en su columna Guillermo Larraín? Sea una cosa u otra, el hecho, como agrega Larraín, es que “hay que crear las condiciones para la cooperación”. No hay otra opción en esta tierra de nadie. Vale recordar al viejo Bismarck: «La política es el arte de lo posible».

Boletín semanal de Opinión de La Tercera por Juan Paulo Iglesias

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