El problema de llamar a dialogar cuando no sabes dialogar es que ese llamado termina produciendo nulos resultados. El Presidente Gabriel Boric hizo carrera como líder estudiantil vociferante, primero, y, después, como legislador que gustaba más de denunciar y marchar que de entrar al espacio donde siempre se han producido los diálogos, la cocina política.
En semanas recientes, el país ha sido testigo uno de los escándalos políticos más curiosos en años recientes. La asistencia de varios ministros de Estado y legisladores a reuniones con empresarios en la casa del exalcalde Pablo Zalaquett, quien, si bien está inscrito como lobista, es un reconocido político de la plaza, se ha convertido en una suerte de imperdonable violación a los valores y principios éticos que presumiblemente guían al gobierno. Aunque muchos pensaron que después de los escándalos anteriores ya había quedado claro que nadie tiene superioridad moral en política, este nuevo escándalo demostró que muchos en el Frente Amplio siguen convencidos de que ellos llegaron con valores distintos a los que tradicionalmente ha tenido la clase política.
Carolina Tohá, la ministra del Interior, definió esas reuniones, con sensata y loable precisión, como oportunidades para que los ministros explicaran los objetivos del gobierno y dieran cuenta de los planes de reforma que tiene esta administración. Eso es lo mismo que, por cierto, hacen funcionarios de gobierno regularmente en reuniones con sindicatos, juntas de vecinos, colegios profesionales, periodistas y muchos otros stakeholders. Pero igual han arreciado las críticas a los ministros que participaron de esas cenas. Aunque tiene sentido que la oposición derechista fustigue al gobierno por hacer lo mismo que ellos siempre criticaron, es incomprensible que haya miembros del oficialismo que critiquen al gobierno por hacer algo que es esencial en la política, sentarse a conversar con aquellos que piensan diferente.
Por cierto, los argumentos que se han usado para calificar esas reuniones como instancias de lobby son débiles y mañosos. Si Zalaquett no estuviera inscrito como lobista (actividad a la que, por lo que indican los registros oficiales, hace tiempo no se dedica formalmente), esta cena sería el equivalente a cualquier encuentro en casa de algún político o líder de opinión a la que asisten personas influyentes del sector empresarial o del gobierno. Esas reuniones siempre han ocurrido y la prensa las ha reportado antes como lo que son, encuentros de camaradería y amistad cívica, no como encuentros soterrados de lobby.
Es cierto que muchos de los que asistieron a esas reuniones se comportaron como si hubieran hecho algo malo. También es verdad que muchos otros han aprovechado de apedrear a los asistentes para alejar la atención de los escándalos de corrupción, la crisis de delincuencia y los otros problemas que aquejan al país. Zalaquett se convirtió en un chivo expiatorio para una clase política que desesperadamente necesita una expiación.
El problema de fondo es que los talibanes de siempre creen que cualquier encuentro distendido en que se discuten visiones de país o lecturas sobre la realidad política es lobby. Pero el diálogo, el intercambio de visiones o la oportunidad de conocerse para construir amistad cívica no es lobby.
Lo peor de todo es que, la injustamente demonizada cocina política también se ve afectada por la insensatez de confundir cualquier encuentro entre personas en una actividad formal de lobby. Cuando la prensa, por ejemplo, dice que el gobierno busca hacer lobby con parlamentarios para avanzar un proyecto, se desvirtúa lo que es, en esencia, el acto de hacer política. La política es el arte de que gente que piensa muy distinto se ponga de acuerdo.
En sus llamados a dialogar hasta que duela, el Presidente Boric, tal vez sin saberlo, ha reivindicado la importancia de la cocina política. Pero Boric no acompaña sus palabras con actos concretos que muestren esa voluntad de negociar.
El Presidente no invita a los líderes de oposición a su casa a cenar para comenzar a forjar acuerdos sobre impuestos, pensiones, crecimiento o combate contra la delincuencia. Boric cree que las negociaciones sólo se pueden dar en comisiones del Congreso, pero en toda actividad económica, social y política, para que se construyan acuerdos y se firmen contratos, debe haber primero un proceso de construcción de confianzas. Si no hay confianza entre las partes en la mesa de negociación, será más difícil lograr acuerdos y se requerirá de onerosas condiciones que den garantías a los firmantes.
No cabe duda de que el país precisa de grandes acuerdos. Después de cuatro años de un fallido proceso constituyente, la clase política tiene la imperiosa necesidad de demostrar que puede ponerse de acuerdo en temas relevantes. Lamentablemente, el gobierno tiene el turno de mover pieza. Pero, partiendo desde el Presidente, el gobierno carece de experiencia negociando y no entiende la necesidad de construir confianzas con la contraparte. Aunque ha sido injustamente demonizada por años, la buena cocina política es lo que Chile necesita hoy para poder retomar el sendero del progreso y desarrollo.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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