Francisco enfrenta algunas de las objeciones más estridentes a la autoridad papal en décadas, y en un lenguaje que habría sorprendido mucho a sus predecesores.

El cardenal alemán Gerhard Müller se burló de la nueva guía del Papa que permite a los sacerdotes bendecir a parejas del mismo sexo tildándola de “blasfemia”, y un sacerdote italiano fue sumariamente excomulgado tras referirse a Francisco en su homilía de Nochevieja como “antipapa usurpador” con una “mirada cadavérica hacia la nada”. El que aún conserva su título es el arzobispo italiano Carlo Maria Viganò, quien recientemente calificó al pontífice de “siervo de Satán” y anunció la creación de un seminario para formar sacerdotes “sin las desviaciones del papa Jorge Bergoglio”.

Francisco, en la audiencia general en el Vaticano. (AP/Andrew Medichini)
Francisco, en la audiencia general en el Vaticano. (AP/Andrew Medichini)Andrew Medichini – AP

Se trata de un resentimiento que se viene cocinando a fuego lento desde hace mucho tiempo: Francisco está enfrentado con los tradicionalistas disidentes de la Iglesia casi desde que fue elegido papa. Viganò, por ejemplo, ya había pedido anteriormente la renuncia de Francisco.

Todos esperaban que con la muerte del papa emérito Benedicto XVI cualquier confusión sobre la jerarquía dentro de la Ciudad del Vaticano quedara saldada. Sin embargo, un año después, las voces que cuestionan la autoridad de Francisco no han hecho más que recrudecer, al tiempo que las audaces medidas del Papa, de 87 años, para consolidar su legado provocaron una reacción más amplia dentro de la Iglesia.

Según los observadores vaticanos, Francisco está experimentando el nivel de cuestionamiento más feroz que ha sufrido un papa desde que Pablo VI reafirmó la prohibición de la Iglesia sobre el control de la natalidad por medios artificiales, en 1968. Pero las críticas actuales, para colmo, se ven amplificadas por los medios digitales y las redes sociales. Sin embargo, una diferencia aún más llamativa parece ser el abierto desdén que algunos clérigos muestran hacia el hombre que los católicos consideran Vicario de Cristo.

“Desde que gobierna Francisco se ve un nivel de disenso muy parecido al que vimos en 1968″, señala Austen Ivereigh, biógrafo del Papa. “Pero lo nuevo es la falta de respeto, la falta de deferencia a la autoridad papal, que en este pontificado se ha vuelto permisible como nunca antes”, agregó.

El tono que adquirió la oposición a Francisco “no tiene precedentes”, dice John Carr, exlobbista de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y fundador de la Iniciativa sobre Pensamiento Social y Vida Pública Católica de la Universidad de Georgetown. “Es una oposición tajante, acérrima, y tiene que ver con el poder: poder eclesiástico, económico y político”, dijo.

Nadie dijo que Juan Pablo II no fuera papa. Nadie dijo que Benedicto fuera ilegítimo. Todo esto es parte de un proyecto más amplio para socavar la credibilidad de Francisco”, añadió Carr.

La escalada retórica anti-Francisco no parece reflejar ni haber afectado su posición ante la opinión pública: su popularidad sigue siendo la envidia de los políticos de casi todos los países. Pero el aluvión de críticas representa un desafío directo a su papado y actualiza una vieja pregunta para la Iglesia Católica romana: ¿en qué punto puede decirse que alguien ha ido demasiado lejos en su crítica a un pontífice?

Bendiciones para las parejas del mismo sexo

El número de sacerdotes católicos que anunciaron a viva voz y orgullosamente su intención de ignorar la autoridad del Papa creció el mes pasado, cuando Francisco cambió los lineamientos del Vaticano y autorizó las bendiciones sacerdotales a parejas del mismo sexo y otras relaciones “irregulares”, siempre y cuando esas bendiciones no se confundan con la institución del matrimonio.

Las críticas al Vaticano se acentuaron tras el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, presidido por el cardenal Víctor "Tucho" Fernández, que autoriza las bendiciones a parejas del mismo sexo.
Las críticas al Vaticano se acentuaron tras el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, presidido por el cardenal Víctor «Tucho» Fernández, que autoriza las bendiciones a parejas del mismo sexo.

Algunos clérigos dijeron que esa medida debió haberse tomado hace mucho, ya que pone en práctica las anteriores declaraciones de Francisco sobre una iglesia más inclusiva con sus fieles. La nueva guía “es un paso adelante”, escribió el cardenal Blase Cupich, de Chicago, “y está en consonancia no sólo con el deseo del papa Francisco de acompañar pastoralmente a las personas, sino también con el deseo de Jesús de estar presente siempre que alguien busque la gracia y el apoyo divinos”.

La Conferencia Episcopal de Estados Unidos -en ocasiones epicentro de las críticas a Francisco- reaccionó con moderación y dijo en un comunicado que el Papa simplemente estaba afirmando “que quienes no están a la altura de las exigencias plenas de la enseñanza moral de la Iglesia son, de todos modos, amados y apreciados por Dios”.

Sin embargo, incluso algunos obispos leales a Francisco parecían genuinamente confundidos sobre cómo el Vaticano podía apoyar las bendiciones entre personas del mismo sexo mientras sigue sosteniendo que las tendencias homosexuales son “intrínsecamente desordenadas” y que los actos homosexuales son inmorales. La postura del Vaticano es que el nuevo lineamiento marca una ampliación del papel de las bendiciones, y no una aceptación de la homosexualidad, y que esas bendiciones que se hacen en segundos de ninguna manera son una validación de las relaciones legales o sexuales de parejas del mismo sexo.

Y luego están quienes rechazaron la guía de plano. El jueves, las conferencias episcopales africanas emitieron una declaración conjunta dando fe de su lealtad a Francisco, pero aclarando que sus sacerdotes no podían llevar a cabo las bendiciones que él sugería “sin exponerse al escándalo”. Y en una carta en la que prohibían a sus sacerdotes obedecer el edicto del Vaticano, dos obispos de Kazajistán dijeron “respetuosamente” que el Papa no estaba “por el camino recto de acuerdo a las verdades del Evangelio”.

Crítica inusualmente pública

Según las normas de la iglesia, los sacerdotes pueden cuestionar al Papa, aunque de manera respetuosa y razonable.

Francisco ha mostrado una enorme tolerancia hacia la disidencia, pero su paciencia podría estar agotándose. En los últimos meses, uno de sus críticos, el obispo Joseph Strickland de Tyler, de Texas, fue apartado de su diócesis. Y otro, el cardenal Raymond Burke, que frecuentemente hablaba en conferencias conservadoras donde se criticaba a Francisco, perdió su jubilación y su departamento en Roma.

“Tanto en el caso de Strickland como de Burke, lo más sorprendente es que Francisco haya tardado tanto en hacerlo”, apunta Ivereigh. “Ningún Papa anterior lo habría tolerado”. agregó.

El papa Pablo VI fue duramente cuestionado en 1968 por su documento sobre la anticoncepción
El papa Pablo VI fue duramente cuestionado en 1968 por su documento sobre la anticoncepciónArchivo

El fallo sobre anticoncepción de Pablo VI en 1968 “fue la última vez que hubo un desacuerdo tan fuerte con algo emanado del Vaticano”, apunta el reverendo Thomas Reese, politólogo y veterano periodista, autor de varios libros sobre el funcionamiento interno de la Iglesia Católica. “Pero los obispos no criticaron tan públicamente a Pablo VI como algunos lo están haciendo con el papa Francisco”, señala.

“Estoy pasmado ante las críticas a Francisco por parte de los conservadores”, dice John McGreevy, historiador del catolicismo y rector de la Universidad de Notre Dame. La naturaleza extremadamente pública de estas críticas al papa son algo totalmente nuevo. Como factores que contribuyeron a esta situación, McGreevy apunta a un entorno mediático transformado, que proporciona una plataforma de difusión para críticos abiertos como Strickland o Viganò, así como habilita el surgimiento de impulsos populistas en todo el mundo.

“Los ataques a la institución son símbolo de un populismo al que uno creía que el catolicismo era inmune, por ser la institución burocrática por excelencia”, señala el historiador.

Escrito para The Washington Post por Anthony Faiola, Michelle Boorstein y Stefano Pitrelli

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