El Presidente de la República ha preferido centrar su atención -en uno de sus últimos posteos en X- en el anticomunismo visceral, que según él, hoy padecemos, a decir algo -un juicio moral, al menos, una señal de mínima empatía- sobre un crimen abyecto y siniestro a un disidente de la dictadura de Maduro, ocurrido en nuestro propio país.
Un asesinato precedido de una desaparición y cuyo móvil final está todavía lejos de ser esclarecido, pero que ha levantado voces de alerta, por el alto profesionalismo demostrado en el secuestro, sobre la posible presencia de la contrainteligencia venezolana en Chile.
Según nuestro Presidente, Chile no está enfermo de violencia, narcotráfico, ni está en riesgo su soberanía, no, el problema que de verdad le preocupa y desvela es el anticomunismo. Después de esa desafortunada declaración (una más a las que nos tiene ya acostumbrados), ni tonta ni perezosa, la vocera del Gobierno y militante del Partido Comunista ha acusado a quienes han osado criticar a su Partido, de “haberse quedado pegados en la Guerra Fría”.
Quienes -y somos muchos- vemos con preocupación los vínculos entre el Partido Comunista y Venezuela- seríamos anticomunistas viscerales pegados en la Guerra Fría: tomemos nota.
El Presidente se ha sumado a la vieja práctica del PC de hacerse la víctima, cuando es blanco de las legítimas críticas surgidas por sus acciones y gestos condescendientes con dictaduras de nuestro continente.
Y, como guinda de la torta, el embajador de Venezuela ha participado el pasado domingo en un acto conmemorativo del mismo Partido Comunista y sólo nos falta que este sea condecorado por un Partido que no ha dudado en hacerle venias a un régimen totalitario que ha provocado la peor catástrofe humanitaria de nuestro continente, con millones de venezolanos huyendo de la miseria y la tiranía.
Pero no, señores. Antes que preocuparse por la soberanía de Chile y de que en Chile se hagan desaparecer disidentes de dictaduras, lo que de verdad debe preocuparnos es el anticomunismo visceral. El Presidente debería saber que la inmensa mayoría de los chilenos padece hoy ese anticomunismo visceral y que ese anticomunismo visceral ayudó a que él mismo le ganara la primaria de su sector a un precandidato presidencial comunista. ¡Y hay que ver de lo que no hemos salvado gracias a ese anticomunismo visceral!
Qué bueno que un pueblo como el nuestro padezca de esa enfermedad contagiosa: si el pueblo venezolano o el pueblo cubano se hubieran enfermado de ella, no estarían hoy en el abismo en que están, reducidos a la indignidad, sin pan (en Cuba hoy día falta pan) y sin libertad. Porque el comunismo en nuestro continente ni siquiera ha podido ofrecer, al menos, el pan a cambio de la libertad, sino que le ha quitado ambas a los pueblos que, ilusos, se dejaron embrujar por las promesas de un paraíso en la tierra.
Cuesta creer que un Partido se enorgullezca de seguir llamándose Comunista, después de los millones de muertos, de los Gulags, después de Pol Pot, de Stalin, y también de Lenin y de Corea del Norte. Un Partido cuyos militantes gozan de todas las libertades y derechos propios de una democracia como la nuestra, derechos a los que no tienen derecho, en cambio, los ciudadanos que viven en Cuba, Nicaragua y Venezuela. No importa: ellos son ciudadanos de segunda.
Un Partido que enarbola la causa de los derechos humanos, pero para el cual no existen violaciones de derechos humanos en los países donde gobiernan sus dictadores “amigos”. No importa: las víctimas sólo están en un lado, el propio.
Cuando era niño, escuché este viejo dicho: “Cuando llueve en Moscú, los comunistas salen con paraguas a la calle”. Hoy debiera ser adaptado a los nuevos tiempos y decir: “Cuando el periódico Gramma (el único diario permitido en Cuba) da instrucciones estratégicas, el secretario general del Partido Comunista chileno sale a hacer declaraciones que riman con esas instrucciones estratégicas”.
Porque este es un Partido Comunista que se cubanizó y que también se chavizó. Y por eso la vulnerabilidad de Chile es hoy muy grande: tenemos un Partido de esas características, con fuerte presencia en el aparato del Estado, con cargos en el ministerio de Defensa, a cargo de la Educación, con asesores del Ministerio del Interior que viajan periódicamente a Cuba (¿de vacaciones o a reportarse al “Gran Hermano”?) o sea, al parecer: tenemos al enemigo adentro.
Este ha sido un Partido siempre dispuesto a tener un pie en la calle (y los dos si es necesario, como fue en octubre del 2019), un Partido para la cual la democracia no es el fin, sino el medio, un Partido que quiso deconstruir y refundar la nación chilena en una Convención en la que tuvo un rol protagónico, un Partido que privilegia sus intereses internacionales o bolivarianos por sobre los intereses de Chile, un Partido que tiene un ascendiente sobre el Presidente de la República que sorprende y preocupa (no sabemos bien si le teme o le admira), un Partido cuyo secretario general sale a decir “que no hay nada que diga que esto tiene que ver con una intromisión de Venezuela” cuando apenas se está en el comienzo de una investigación compleja. ¿No hay nada? ¿Acaso el dictador Maduro no ha ordenado ya antes secuestros a disidentes de su régimen, en otros países?
Como puede verse, este un Partido que sale a defender los intereses de Venezuela antes que el embajador de Venezuela. Un Partido que cultiva la impasividad y el desparpajo, según sea necesario a sus intereses. Que usa el lenguaje a su antojo como lo hacía Lenin, quien enseñó los secretos de la propaganda para instalar mentiras y ocultar verdades. Un Partido que funa y cancela a los que piensan distinto ahí donde tiene poder (universidades, sindicatos, etc.). Un Partido del que sabemos poco y debiéramos empezar a saber más, o caeremos en la ingenuidad de aquellas naciones que no estuvieron alerta cuando había que estarlo y se dieron cuenta de la trampa cuando ya era demasiado tarde.
Sí, tiene razón el Presidente: el anticomunismo de muchos de nosotros a estas alturas es visceral: nace de una reacción muy íntima cuando los individuos sienten que puede estar en juego su sagrada libertad. Es casi un mecanismo de defensa a las pulsiones totalitarias, a las prácticas totalitarias (el asesinato por encargo, por ejemplo), una reacción instintiva que surge en nosotros ante todo tipo de totalitarismos o fanatismos, fascistas, comunistas o de cualquier signo.
El asesinato del exteniente Ojeda ha levantado todas las alarmas y debiera activar nuestra inmunidad antitotalitaria. Eso es signo de sanidad republicana. El anticomunismo visceral tiene fundamentos en la realidad, no es una respuesta caprichosa y sectaria ante un Partido inocente, con impecables credenciales democráticas, no es una pataleta de derechistas intransigentes, significa que el país todavía guarda reservas morales y políticas.
¡Por eso, anticomunistas viscerales de Chile, uníos! Antes de que sea demasiado tarde.
Los saluda, Cristián Warnken.
/Carta publicada en el sitio web de Radio Pauta