Cuando hay elecciones parlamentarias o municipales se suele decir que determinadas comunas, distritos o circunscripciones son “la madre de todas las batallas”. Habitualmente son dos las razones que llevan a esa categoría: el tamaño del territorio electoral o el simbolismo político que representan.

Eso permite hablar, por ejemplo, de las victorias de los senadores por la Región Metropolitana o de quién resulte elegido como alcalde de Santiago. Con ello, una derrota puede mostrar una cara victoriosa -Jaime Guzmán en 1989, pese a la clara superioridad de la Concertación de Partidos por la Democracia- o alguna victoria puntual en medio de una derrota mayor en las municipales. La situación se volverá a repetir este 2024 en las elecciones de alcaldes, concejales y gobernadores. Me parece que dos realidades serán especialmente visibles. Primero, la elección de gobernador en la Región Metropolitana y la eventualidad de derrotar al oficialista Claudio Orrego, quien ostenta actualmente el cargo. Segundo, las candidaturas a alcalde en los municipios que generan más opinión pública o que tienen una atracción política mayor, como pueden ser -por distintas razones- Santiago, Maipú, Providencia, Ñuñoa, Viña del Mar, Valparaíso y Concepción. A ellas se van a sumar otras comunas que han adquirido notoriedad electoral y política, como es el caso de Las Condes, producto de la irrupción de Marcela Cubillos y la declinación de su candidatura por parte de la actual alcaldesa Daniela Peñaloza.

Es indudable que esos casos son relevantes desde el punto de vista electoral, representan en conjunto millones de votos y pueden ser una muestra del estado de la opinión pública al momento de los comicios. Sin embargo, sería un error sacar conclusiones solamente a partir de ellos, por muy mediáticos que sean esos lugares. Las elecciones municipales -por cierto, también las de gobernadores- son de carácter nacional, y podrán servir para hacer un análisis muy completo, en sí mismo y en relación con los futuros comicios presidenciales de 2025.

Todas las elecciones están vinculadas, y así se podrá observar con el paso de los meses. De esta manera, es necesario estar atentos a la evaluación que existe y que habrá sobre el gobierno y sus alcaldes y gobernadores, y será preciso leer con atención la eventual recuperación de Chile Vamos y el crecimiento que debería experimentar Republicanos. Además será necesario analizar las elecciones más disputadas o más esperadas, que podrían mover el tablero y provocar un cambio político. Un triunfo sólido de Claudio Orrego -ahora con más votos de apoyo en la izquierda que en la derecha- podría ubicarlo nuevamente en la lista de presidenciables, más aún si logra elegirse con dos o dos millones y medio de votos; igual cosa podría ocurrir con una victoria contundente de Marcela Cubillos en Las Condes o de Tomás Vodanovic en Maipú. Por ello, es necesario considerar que falta mucho para las elecciones presidenciales y que puede correr todavía agua bajo el puente. Debemos recordar que en abril de 2021, el año de los comicios que llevaron a Gabriel Boric a La Moneda, los dos candidatos que disputarían la segunda vuelta eran Joaquin Lavín y Daniel Jadue, y ninguno de ellos siquiera estuvo en la papeleta de noviembre y diciembre.

Por lo mismo, todos los análisis que se hagan tienen el problema del sesgo temporal, faltando todavía un largo tiempo para la hora de las definiciones. Ello no obsta a que las municipales tengan cierta “carga predictiva” de las presidenciales, de ahí su doble interés. En octubre habrá una evaluación presente de las comunas y regiones y una proyección a un año plazo de los comicios presidenciales, con lecturas que deben considerar varias dimensiones: en primer lugar, la correlación de fuerzas entre en gobierno y la oposición; luego la fortaleza de los partidos de Chile Vamos y de Republicanos, y en la izquierda entre el Frente Amplio, el Partido Comunista y lo que puede quedar de la vieja Concertación; finalmente, la fuerza de algunas figuras principales.

La madre de todas las batallas -como muchos advierten y como aparece de telón de fondo- es la elección presidencial de 2025. No obstante, sería un error suponer que se trata simplemente de ganar dichos comicios, pues eso ocurrirá de todas maneras: alguien triunfará, en primera o segunda vuelta, y en marzo de 2026 habrá un nuevo Presidente de la República en el país. El problema es otro, más profundo y dramático: se trata de la necesaria y urgente recuperación de Chile, que implica la reconstrucción del descompuesto tejido social; de poner en marcha las energías para el desarrollo económico; de reorganizar seriamente la estructura y las condiciones del poder político y volver a ser una sociedad de oportunidades para los habitantes de esta tierra. Todo esto es más difícil, por cuanto Chile es un país muy dañado, desgastado entre la violencia y la delincuencia, con proyectos constituyentes fracasados y una revolución de octubre de 2019, cuyas consecuencias tuvieron alto costo.

Como suele ocurrir en Chile, la discusión está centrada en los nombres: los candidatos a alcaldes, quienes ocuparán los cargos, los presidenciables y muchos otros temas contingentes. Pero no está ahí el problema, sino en el contenido, en el proyecto político, que es considerablemente más relevante que un programa de gobierno. La lucha electoral ha comenzado, pero ya se viene la madre de todas las batallas.

Por Alejandro San Francisco, académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública, para El Líbero

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