Somos el animal social por antonomasia. No solo nos rodeamos de los nuestros, sino que, como especie, hemos sentido la necesidad de buscar a otros como nosotros. En el pasado, ello nos llevó más allá de desiertos y océanos, incluso a otros continentes. En el futuro, esa misma pulsión nos conducirá a visitar en persona otros planetas.

No sabemos qué animó a los Homo erectus a dejar África hace unos 2 millones de años y extenderse por Europa y Asia, pues solo contamos con el testimonio de sus huesos. Tampoco nos dejaron pistas los primeros Homo sapiens que hicieron lo mismo hace algo más de 100 000 años y que, de ese modo, dieron los primeros pasos hacia la conquista del globo. Pero lo que está claro es que ese afán de ir más allá ha ampliado enormemente nuestro conocimiento del mundo y sus habitantes. Del mismo modo, algunos científicos escudriñan las estrellas en busca de respuestas: ¿es la Tierra una rareza o la vida es un fenómeno común en el cosmos? Y de ser así, ¿cómo será la biología de esos organismos extraterrestres? ¿Se parecerá a la nuestra? Es más, ¿podrían existir en otros mundos seres inteligentes?

Algunos organismos también podrían haber medrado en Titán, donde se han detectado moléculas orgánicas complejas. Esta luna, la mayor de las de Saturno, posee una atmósfera muy densa y lagos y mares de metano y etano líquidos.
Algunos organismos también podrían haber medrado en Titán, donde se han detectado moléculas orgánicas complejas. AGE

No obstante, lo que suelen buscar los investigadores dista de lo que plantean muchas de las obras de ficción que abordan este asunto. Es cierto que lo ideal sería encontrar planetas parecidos a la Tierra donde se hubiera desarrollado algún tipo de forma de vida que lográsemos reconocer, pero su punto de partida no son los hipotéticos humanoides que pudieran habitarlos, sino los microorganismos. Al fin y al cabo, en nuestro mundo son prácticamente omnipresentes y algunos han logrado prosperar en entornos extremos, en los que el calor, el frío, la presión o la radiación mataría a prácticamente cualquier planta o animal.

En la búsqueda de vida, no todo vale

“Buscamos indicios de vida tal y como la conocemos por un tema de practicidad; es decir, aquella basada en el carbono, en moléculas orgánicas y cuyo disolvente sea el agua. Para que se dé, el requisito principal es que exista una superficie con este compuesto en estado líquido, donde pueda desarrollarse y evolucionar”, indica el astrónomo Ignasi Ribas, del Instituto de Ciencias del Espacio, perteneciente al CSIC.

“En el Sistema Solar, podríamos indagar en distintos entornos, bajo el hielo que cubre Europa, una de las lunas de Júpiter, o en algunos satélites de Saturno. Pero detectar vida allí de forma remota es ciertamente complicado —señala Ribas—. Es más, con las herramientas que tenemos a nuestra disposición y si asumimos que pudiera existir lejos de la Tierra, solo podríamos dar con ella desde aquí si estuviera implantada masivamente en un lugar; no si se limitase a ocupar un pequeño enclave o se hallara en el subsuelo”, aclara.

Tres de los siete mundos que giran en torno a la enana ultrafría TRAPPIST-1 se mueven en una región en la que podría existir agua líquida en su superficie. Incluso el más alejado está mucho más cerca de su estrella que Mercurio del Sol.
Tres de los siete mundos que giran en torno a la enana ultrafría TRAPPIST-1 se mueven en una región en la que podría existir agua líquida en su superficie. NASA / JPL-Caltech

Las dificultades que entraña esta búsqueda ha llevado a los expertos a centrarse en la localización de planetas capaces de brindar un hogar favorable a seres vivos semejantes a los que existen en nuestro mundo, es decir, en otras posibles Tierras.

Según los datos que maneja el Laboratorio de Habitabilidad Planetaria de la Universidad de Puerto Rico, en Arecibo, de los cerca de 4300 exoplanetas que hoy se conocen, solo 55 se encuentran en la zona habitable de sus sistema, esto es, a la distancia adecuada de su estrella como para que el agua perdure en su superficie en estado líquido. Entre ellos, apenas un par de decenas podrían cumplir los requisitos para albergar vida parecida a la terrestre. Y esto únicamente si nos limitamos a los citados microbios, y no a seres más complejos.

Como comentaba Ribas, lo primero que buscan los cazadores de Tierras es si un mundo extrasolar rocoso puede albergar H₂O líquida. En el nuestro, la hipótesis más aceptada sostiene que los primeros organismos aparecieron después de la formación de los océanos, hace al menos 3600 millones de años. Este compuesto fue un ingrediente esencial para que se diesen las reacciones químicas necesarias que propiciaron tal cosa y se pusiera en marcha la maquinaria de la evolución.

Pero también es importante tener en cuenta otros aspectos. “Es preciso conocer igualmente cuál es la órbita ideal que debe seguir un planeta alrededor de su estrella, pues si se encuentra demasiado lejos o demasiado cerca de ella no reunirá las condiciones adecuadas”, indica Ribas. Y ello, además, sin olvidar que estamos hablando únicamente de posibilidades.

En ciertos enclaves del cosmos podría haber formas de vida basadas en compuestos de organosilicio, que utilizarían la oxidación del hierro como nutriente.
En ciertos enclaves del cosmos podría haber formas de vida basadas en compuestos de organosilicio, que utilizarían la oxidación del hierro como nutriente. Lei Chen / Yan Liang (BeautyOfScience) / Caltech

Hay ciertos datos que apuntan en esa dirección y se han hecho descubrimientos que así parecen avalarlo, pero aún no se ha comprobado de forma fehaciente que exista agua en estado líquido en algún exoplaneta.

“No nos ceñimos únicamente a buscar gemelos de la Tierra que se encuentren alrededor de una estrella como el Sol. Lo que tratamos de detectar son planetas rocosos en órbitas que podríamos denominar templadas. Ello incluye a aquellos cuyo astro rey sea mucho más frío que el nuestro”, comenta Ribas.

El planeta de Proxima Centauri

Pues bien, da la casualidad de que el sistema más cercano al Sol, a solo 4,22 años luz –unos 40 billones de kilómetros–, parece albergar un planeta potencialmente habitable. Este orbita alrededor de Próxima Centauri, una estrella que mantiene unas notables diferencias con la nuestra. “Es menos masiva y más fría”, nos explica la astrobióloga Ximena Abrevaya, investigadora del Instituto de Astronomía y Física del Espacio de la Universidad de Buenos Aires que, junto con otros expertos de esta institución y la Universidad de Graz, en Austria, estudia si la vida podría haber prendido cerca de ella, en unas condiciones aparentemente mucho más duras que las que se dan en la Tierra.

Próxima Centauri se hizo famosa en 2016, cuando fue anunciado el hallazgo del mencionado planeta, al que se denominó Próxima b. Este se encuentra en su zona de habitabilidad, pero como se trata de una estrella fría, esta región se halla mucho más cerca de ella que en el caso de nuestro sistema solar. Eso, a su vez, supone un problema, pues implica que la radiación que emana de Próxima Centauri incide en Próxima b con mayor intensidad que si se tratara del Sol y la Tierra. De hecho, sabemos que aquella es mucho más activa.

“Es un objeto de tipo M, esto es, una enana roja, la variedad de estrella más numerosa en nuestra galaxia”, señala Abrevaya. Por ello, la importancia de probar si existe vida en Próxima b radica también en que permitiría ampliar la búsqueda. No obstante, aún no sabemos si los planetas que puedan existir en las proximidades de las enanas rojas consiguen retener el agua y su atmósfera a lo largo de su evolución.

Próxima Centauri, una estrella situada a solo 4,22 años luz del Sol, posee un planeta en su zona de habitabilidad
Próxima Centauri, una estrella situada a solo 4,22 años luz del Sol, posee un planeta en su zona de habitabilidad ESO / M. Kornmesser

En un estudio publicado en la revista Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, Abrevaya y sus colaboradores advierten de que, aunque es posible que algunos microorganismos puedan sobrevivir allí en ciertas condiciones –sobre todo si el planeta conserva una cubierta de gases más o menos densa, formada por nitrógeno y dióxido de carbono–, en los mundos como Próxima b es fácil que las cosas se hayan torcido en algún momento.

Una de sus principales preocupaciones en este sentido son las fulguraciones solares. Estos fenómenos, que ocurren de forma repentina en la cromosfera de las estrellas, producen enormes cantidades de radiación electromagnética. A menudo, se relacionan con las llamadas eyecciones de masa coronal, una onda compuesta por radiación y partículas cargadas que surge de la estrella y, en determinadas condiciones, puede afectar muy negativamente a los planetas que alcance. En la Tierra, por ejemplo, cuando interactúa con la magnetosfera origina tormentas geomagnéticas y forma auroras. En los casos más graves, pueden quedar dañadas las instalaciones eléctricas y las comunicaciones, como en el evento Carrington, de 1859, que afectó al telégrafo.

Próxima b, el exoplaneta más cercano a la Tierra, se encuentra en la zona de habitabilidad de Próxima Centauri, una enana roja situada a 4,22 años luz, más pequeña y fría que el astro rey.
Próxima b, el exoplaneta más cercano a la Tierra, se encuentra en la zona de habitabilidad de Próxima Centauri, una enana roja situada a 4,22 años luz, más pequeña y fría que el astro rey. PHL @ UPR Arecibo / NASA EPIC Team

En Próxima b nos encontramos así con dos problemas: su cercanía a su estrella –dista 7,5 millones de kilómetros de ella, mientras que nosotros estamos a unos 150 millones de kilómetros del Sol– y las citadas fulguraciones, que en Próxima Centauri son más frecuentes y, en ocasiones, de gran intensidad. “Superan con mucho los valores de radiación que podrían considerarse normales —sostiene Abrevaya—. Cuando tienen lugar, se emiten distintos tipos de radiación, pero, en nuestro ensayo, nos centramos en la ultravioleta (UV), ya que, en el caso de que alcance la superficie de un planeta puede dañar el ADN (ello depende de si posee atmósfera, así como de su composición y presión)”.

Sobrevivir en entornos extremos

Para determinar si algún microorganismo sería capaz de sobrevivir a las peores condiciones posibles en Próxima b, esta experta y sus colegas llevaron a cabo diversas pruebas con la arquea Haloferax volcanii, que habita en ambientes muy salinos –logra prosperar incluso en el mar Muerto– y es tolerante a altos niveles de radiación UV, y en la bacteria Pseudomonas aeruginosa, un patógeno ubicuo que puede infectarnos y ocasionarnos neumonía aquí en la Tierra.

En el laboratorio, los científicos sometieron a los microbios a una cantidad de radiación UV muy parecida a la que recibirían si se encontrasen totalmente expuestos en la superficie de Próxima b, esto es, en el peor escenario imaginable, en el que no contasen con una atmósfera que les proporcionara algún tipo de protección. Así, si resistían eso, sería razonable suponer que sus posibilidades de hacerlo aumentarían notablemente si ese mundo contara con una cubierta de gases.

“Los expusimos a la misma radiación UV que se registraría si hubiera tenido lugar una fulguración solar convencional –una dosis moderada– y también una superfulguración –en la que aquella es de mucha mayor intensidad–”, explica la astrobióloga. Y observaron que, independientemente del tipo de microorganismo, su tasa de supervivencia decrecía hasta alcanzar un límite inferior. “Ahí nos encontramos con una subpoblación de ellos que era capaz de prosperar incluso cuando recibían las mayores cantidades de radiación que utilizamos en el experimento”, añade. “Nuestro estudio sugiere que la vida puede desarrollarse en entornos altamente irradiados con radiación UV, en exoplanetas sometidos a condiciones que no se dan en la Tierra”, destaca su trabajo.

Así pues, podría decirse que, en definitiva, la búsqueda de vida extraterrestre consiste, sobre todo, en descartar todo aquello que impida que esta aparezca y evolucione.

Desde la superficie de TRAPPIST-1 e, un exoplaneta posiblemente habitable, el resto de mundos de su sistema, a 40 años luz, parecerían lunas, pero tienen el tamaño del nuestro.
Desde la superficie de TRAPPIST-1 e, un exoplaneta posiblemente habitable, el resto de mundos de su sistema, a 40 años luz, parecerían lunas, pero tienen el tamaño del nuestro. NASA-JPL / Caltech

Vida posible, más cerca de lo que creemos

Próxima b es uno de los pocos planetas conocidos parecidos al nuestro que podrían albergar vida. El sistema TRAPPIST-1, a 40 años luz, cuenta con tres situados en esa región propicia para que exista agua en estado líquido. Más cerca, a solo 12,5 años luz, Teegarden b y c giran en torno a la enana roja homónima, en una región donde igualmente podrían haber surgido seres vivos. Estos exoplanetas fueron descubiertos en 2019 tras años de mediciones, una iniciativa en la que jugó un papel destacado el observatorio de Calar Alto, en Almería.

De hecho, es posible que no haya que ir tan lejos para encontrar indicios biológicos en el cosmos. Los tubos de lava de la Luna, el subsuelo marciano, las dunas y mares de Titán, las nubes de Venus o los océanos subterráneos de Europa o Encélado son buenos lugares donde empezar a buscarlos, aunque en un primer momento las condiciones no parezcan las más adecuadas. Al fin y al cabo, como destacó Michael Crichton en su obra Parque Jurásico, “la vida se abre camino”.

/psg