La Vía Láctea, una galaxia en espiral con alrededor de 200.000 millones de estrellas, sigue encerrando el gran enigma cósmico al que jamás nos hemos enfrentado: ¿con ese número de sistemas estelares y las estimaciones más conservadoras de vida extraterrestre, por qué seguimos estando solos? La respuesta, como expone el canal científico Kurzgesagt con una lógica aplastante, es económica. La galaxia puede estar llena de miles de civilizaciones interestelares, pero la Tierra está en el lugar equivocado para que merezca la pena llegar aquí.

La paradoja de Fermi desafía esta idea pero la solución a la pregunta del genio de la física está ilustrada por lo que pasó en el sur del Océano Pacífico hace miles de años, cuando los primeros exploradores polinesios demostraron cómo las poblaciones exploran y se extienden sobre grandes distancias, saltando de isla en isla, evitando zonas y colonizando otras por motivos económicos.

Una océano terrestre para entender el océano galáctico

Para comprender los desafíos de la expansión interestelar, considera cómo estos navegantes se embarcaron en desafiantes viajes a través de vastas e impredecibles superficies marinas, utilizando sólo herramientas de navegación primitivas para encontrar y establecerse en islas distantes. Este escenario histórico sería paralelo al viaje de posibles civilizaciones alienígenas a través del gran ‘Océano Galáctico’.

El espacio, al igual que la mar, es vasto, cruel, oscuro, lleno de peligros que pueden barrer tus naves de la existencia en segundos. Al igual que los polinesios encontraron islas con diferentes grados de hospitalidad, los exploradores alienígenas podrían encontrarse con planetas que van desde rocas estériles hasta mundos azules exuberantes similares a la Tierra. Las distancias entre estas «islas», como los miles de archipiélagos del Pacífico, son inmensas.

Limitaciones tecnológicas y el coste de los viajes espaciales

Como la exploración oceánica para los polinesios primitivos, las hazañas tecnológicas necesarias para realizar los viajes interestelares más básicos son monumentales. Hoy, la nave espacial más rápida jamás construida por los humanos tardaría unos 75.000 años en llegar a nuestro vecino estelar más cercano, Próxima Centauri. Pero, para adaptarse a la analogía polinesia, imagina civilizaciones que viajen al 10% de la velocidad de la luz. Los requisitos energéticos para estos viajes están ahora más allá de nuestra comprensión actual de la tecnología de propulsión. Mantener la vida en una nave espacial durante milenios plantea desafíos increíbles en términos de gestión de recursos y habitabilidad.

Estos retos tecnológicos y prácticos sugieren que, a pesar del alto número de planetas existentes, una civilización capaz de realizar una conquista galáctica o colonización generalizada sigue sin ser vista por una razón meramente económica, como los polinesios evitaron o abandonaron algunas islas y archipiélagos. El esfuerzo no merece la pena y, como la vida y cualquier especie natural, una civilización siempre busca el camino más rentable y fácil para garantizar su supervivencia y expansión.

El reto económico y práctico de la colonización galáctica

Así, la economía de los viajes espaciales y la colonización refleja los mismos retos a los que se enfrentan los proyectos de infraestructura más ambiciosos de la Tierra, pero a escala astronómica. Para nosotros, el coste del envío de sondas no tripuladas a estrellas distantes es ahora mismo prohibitivo. Establecer una colonia es totalmente imposible. Para civilizaciones más avanzadas del tipo 2 en la escala Kardashev, sería posible pero el coste seguiría siendo enorme. Sólo lo harían si el retorno de la inversión merece la pena.

Piensa ahora que, igual que los polinesios se encontraron con cientos de islas imposibles o difíciles de habitar, muchos exoplanetas podrían ser simplemente demasiado hostiles o sin recursos suficientes para justificar la inversión para colonizarlos, lo que incluye la terraformación. Esta perspectiva económica explica por qué las civilizaciones avanzadas centrarán sus esfuerzos en los mejores candidatos, con recursos disponibles localmente para realizar una colonización galáctica expansiva.

Además, las vastas distancias entre las estrellas introducirían no sólo desafíos técnicos, sino profundos desafíos sociales y políticos. Gobernar una civilización extendida sobre años luz sería similar a administrar un imperio donde los mensajes y edictos tardan décadas en viajar desde el centro hasta la periferia. En tales condiciones, es probable que la cohesión política y la unidad social desaparezca, algo que tiene un paralelo claro en la divergencia observada en las comunidades humanas aisladas a lo largo de la historia. En el caso interestelar, a no ser que encontremos otro tipo de física que no conocemos, toda comunicación estaría limitada por la velocidad de la luz. Esta fragmentación podría conducir a una galaxia donde las civilizaciones son inherentemente inestables, transitorias o desconectadas, al igual que la naturaleza cambiante y efímera de los primeros asentamientos humanos.

La analogía de Pitcairn

El vídeo de ‘In a nutshell’ apunta de forma acertada al ejemplo de las islas Pitcairn. Estas islas remotas fueron colonizadas por los polinesios y más tarde por los amotinados del HMS Bounty. A pesar del éxito inicial, las poblaciones de las islas se volvieron insostenibles debido a su aislamiento y recursos limitados, lo que llevó a su eventual abandono.

Este patrón histórico podría ser común a otros lugares del universo y otras civilizaciones, resultando en una expansión inicial seguida de un largo declive a medida que las presiones ambientales y el aislamiento afecten las nuevas colonias. Tal escenario indicaría que muchas civilizaciones, incluso si alguna vez prosperaron, podrían haberse desvanecido en la oscuridad, dejando poco rastro de su existencia.

La Tierra está en una zona inhóspita del océano galáctico

La situación de la Tierra en la Vía Láctea podría así ser comparable a la de una isla remota en el vasto océano del espacio, posiblemente pasada por alto por los exploradores galácticos que estarían concentrados en archipiélagos estelares más cercanos y con una mayor concentración de mundos fácilmente habitables.

Otra posibilidad es que nuestra percepción de nuestra soledad como evidencia de nuestra singularidad puede reflejar una condición galáctica común de otras civilizaciones dispersas y aisladas. De esa manera, esperar bulliciosos imperios galácticos no sería lógico. En vez de eso, las civilizaciones interestelares estarían distribuidas en un número limitado de asentamientos duramente ganados, al igual que las comunidades insulares aisladas del Pacífico.

Así que el silencio de la Paradoja de Fermi no señalaría una ausencia de compañeros cósmicos sino más bien un eco de los inmensos desafíos a los que nos enfrentamos todos. Igual que los polinesios que poblaron selectivamente las islas del Pacífico, navegando por mares formidables y a veces encontrándose con el éxito o la desesperación, lo mismo podría suceder con las civilizaciones a través del gran océano de la Vía Láctea. ¿Estamos solos? No. Pero en lugar de imaginar una red de tráfico interestelar al estilo de las películas de ciencia ficción, quizás deberíamos esperar un mosaico de civilizaciones, cada una lidiando con sus propios desafíos de supervivencia y expansión, concentrada en sí misma con contactos casuales y espontáneos.

Es una perspectiva que no cierra la puerta a la posibilidad de que algún día nos encontremos con otra civilización —o una de sus sondas exploradoras en busca de archipiélagos fértiles y fáciles de colonizar— sino que sencillamente recalibra nuestras expectativas de acuerdo con las duras realidades de las distancias cósmicas como en su día descubrieron los polinesios.

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