La política exterior del Presidente Boric ha sido, hasta ahora, un apéndice de su política interior mezclada peligrosamente con la agenda internacional del Partido Comunista. Esto la ha vuelto en parte provinciana y en parte contraria a los intereses geopolíticos de Chile, atados al eje occidental dominante en la posguerra y no a sus enemigos.
En el caso de Israel, por mucho que se considere criminal la política militar de Netanyahu en Gaza, lo que debe priorizar Chile es no importar el conflicto. En primer lugar, porque hemos sido históricamente un espacio donde inmigrantes palestinos e israelíes han convivido pacíficamente. Y, en segundo lugar, porque nuestro sistema de defensa depende críticamente de tecnología israelí y ese interés estratégico no puede depender de la afinidad con el gobierno de turno en Israel. Dañar los intereses permanentes de Chile por asuntos contingentes, aunque sean graves, es una estupidez. Está bien que Chile aproveche las instancias multilaterales para fijar una postura firme frente a la guerra injusta y la violación de derechos humanos. Pero no lo está correr frívolamente con colores propios para posar de lindos frente al mundo al costo de degradar nuestra posición geopolítica.
Párrafo aparte merece el origen de la política persistente del gobierno de Boric en contra de Israel, que antecede al ataque terrorista de Hamas y la posterior ocupación Israelí de Gaza. No se trata de algún antisemitismo presidencial de raíz balcánica, como parecen temer algunos. Se trata, más bien, de una concesión del gobierno a la política exterior del Partido Comunista chileno. Todos los aliados extranjeros del PC son impresentables, y el único gusto que el gobierno puede ofrecerles es golpear a un aliado estratégico de Estados Unidos con un liderazgo impopular. Gusto validado por los hechos de Gaza.
En el caso del régimen venezolano, que parece haber auspiciado el secuestro y asesinato en Chile del disidente Ronald Ojeda, debería ya ser claro que estamos tratando con una dictadura militar con nexos tanto con el crimen organizado como con los regímenes antioccidentales (los amigos del PC ya mencionados, incluyendo a Irán), que hoy libran una guerra abierta contra el orden geopolítico de la posguerra. Chile, en ese mapa, es un enemigo. Y confiar en la palabra de Maduro, por lo mismo, es absurdo: está ganando tiempo y riéndose en la cara de todos los chilenos. Y si el temor a endurecer el trato con Venezuela es que no quieran recibir a sus propios delincuentes deportados, la solución es tan simple como endurecer el derecho penal del enemigo en Chile y sujetar a los criminales peligrosos de toda nacionalidad al trato que tendría un combatiente enemigo capturado y no un ciudadano. Nuevamente aquí pesa la política de alianzas internacionales de los comunistas chilenos: el Presidente Boric es bueno para las declaraciones sueltas contra Maduro, pero recula rápidamente bajo presión.
En el caso argentino, finalmente, Boric, que se jacta de ser un lector de historia nacional, debería saber que toda debilidad chilena ha sido y será explotada por el país ultravecino a su favor. Por eso era suicida el daño que nos hacía en este ámbito la primera propuesta constitucional que el Presidente y su gente apoyaron, pues debilitaba nuestra capacidad de defensa frente a los tres países fronterizos con los que siempre, desde la Independencia, hemos tenido una tensa relación. Tratar el asunto como si el problema fuera Milei es no entender nada. Al revés: el culebreo absurdo de la política exterior de Boric ha abierto la puerta a Milei para postularse como un mejor aliado estratégico en la región para Estados Unidos, a cambio de un rearme argentino y un consecuente refuerzo de sus intereses soberanos, incluyendo la Antártica, las Malvinas y, de seguro, los Campos de Hielo.
No es necesario ser “anticomunista” para constatar el daño profundo que tener al PC en el gobierno le ha hecho a la política exterior chilena. Tampoco es necesario ser un opositor furibundo al gobierno de Boric para ver que el poncho de las relaciones internacionales les ha quedado enorme. Y que por sus intersticios se van colando vientos que prometen tempestades.
Por Pablo Ortúzar para La Tercera
/psg