En una entrevista radial realizada el jueves 2 de mayo, el Presidente Gabriel Boric quiso distanciarse del discurso de violencia y odio contra Carabineros que caracterizó a muchos simpatizantes del estallido social de octubre de 2019. Sumándose a los que correctamente critican la imagen del perro matapacos como evidencia del discurso de odio que no se puede tolerar en una democracia, el Presidente Boric dijo: “Yo jamás festiné, ni me hizo ningún sentido esta imagen burda del perro aquel”. Pero al guardar cómplice silencio cuando sus aliados y compañeros de ruta festinaban con ese símbolo del odio y normalización de la violencia, Boric demostró falta de coraje moral. En vez de haber tenido la valentía para sumarse a las voces que denunciaban el discurso de odio enarbolado por muchos participantes en las marchas y simpatizantes del movimiento en la élite política e intelectual del país, Boric decidió guardar silencio y no explicitar lo que, hoy sabemos (si creemos que el Presidente está diciendo la verdad) era su rechazo a la normalización de la violencia contra los funcionarios públicos de la institución de Carabineros de Chile.
En 2013, en el último año de su primer gobierno, el Presidente Sebastián Piñera reflexionó sobre aquellos que fueron cómplices pasivos de la dictadura. Respondiendo a una pregunta sobre quiénes tenían responsabilidad por las violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura, Piñera dijo que “hubo muchos que fueron cómplices pasivos: que sabían y no hicieron nada o no quisieron saber y tampoco hicieron nada”. Esa falta de coraje moral que denunció Piñera todavía mancha la conciencia de muchos que no aprovecharon la oportunidad de hacer lo correcto y, en la medida de lo posible, denunciar y oponerse a las violaciones a los derechos humanos.
Para los que no vivimos esa etapa, a veces resulta incomprensible entender cómo hubo gente que, viendo lo que estaba pasando, miró para el otro lado para no enfrentar la incómoda verdad. Es cierto que el país vivía en dictadura y que la gente tenía miedo. Pero, como bien dijo Piñera, al no haber hecho nada para evitar la barbarie, muchos optaron por ser cómplices pasivos.
En 2019, el país vivía en democracia, por lo que denunciar la violencia y la normalización de la violencia no resultaba tan difícil. De hecho, muchos líderes de izquierda, incluido el entonces diputado Gabriel Boric, no trepidaron en denunciar el uso excesivo de la fuerza por parte de Carabineros y Fuerzas Armadas. Algunos incluso llegaron a denunciar que Carabineros toleraba, e incluso promovía, la violación sistemática de los derechos humanos. La candidata presidencial del Frente Amplio Beatriz Sánchez (hoy embajadora en México) se sumó a aquellos que, sin evidencia, denunciaban la existencia de un centro de torturas en la estación de Metro Baquedano. Está más que claro que, en 2019, se podía denunciar la violencia sin tener temor al tipo de represalias que podrían haber ocurrido durante la dictadura.
Pero si Boric entonces creyó que los homenajes al perro matapacos estaban fuera de lugar, el entonces diputado desperdició muchas oportunidades para denunciar ese símbolo de normalización de la violencia contra Carabineros. Si bien es verdad que Boric nunca celebró al perro matapacos, también es cierto que tampoco nunca criticó el uso de ese símbolo por parte de los manifestantes. Y tampoco hizo público su rechazo a normalizar la violencia contra Carabineros.
Por eso que sus declaraciones de ayer distanciándose de los que festinaron con esa imagen y símbolo de odio no exculpan al Presidente de la República. En el mejor de los casos, sólo demuestran que Boric actuó con la misma falta de coraje moral de aquellos que, en palabras de Piñera, fueron cómplices pasivos de la dictadura. En el caso de Boric, hay un agravante. El entonces diputado tenía fuero y un evidente liderazgo entre sus pares como para haber dicho algo. Pero Boric, si efectivamente estaba en desacuerdo con la normalización de la violencia contra Carabineros, prefirió guardar un cobarde silencio. Así, se convirtió en un cómplice pasivo del discurso de odio que caracterizó muchas de las actividades de los manifestantes de esas semanas.
Es bueno que Gabriel Boric madure, crezca, y aprenda de sus errores. Pero no es bueno que desconozca su responsabilidad en ayudar, con su silencio, a que muchos normalizaran la violencia contra la policía.
En las semanas posteriores al estallido, hubo muchos hechos de inaceptable violencia. La justicia debiera castigar severamente a los responsables de la violencia, hayan sido uniformados o civiles. Pero la memoria histórica de Chile no podrá olvidar que mientras algunos levantaron la voz para denunciar al perro matapacos como ejemplo de discurso de odio y normalización de la violencia contra la policía, Gabriel Boric se convirtió en un cómplice pasivo y dejó pasar muchas oportunidades para hacer lo correcto.
Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero
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