Madonna brindó uno de los espectáculos más grandes en la historia de su carrera, en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro. Esa locación aloja todos los fines de año, en la fiesta Réveillon, a un millón de personas, lo que indica que es una ciudad preparada para eventos de esta magnitud. Allí, Rod Stewart reunió a más de tres millones de personas en 1994, récord que jamás fue superado siquiera por Rolling Stones, que en 2006 tocaron frente a un millón doscientas mil personas.
Y el espectáculo de Madonna generó expectativas y atrajo el turismo: se estima que ciento cincuenta mil extranjeros llegaron a Río para estar en el concierto libre y gratuito. El alcalde Eduardo Baes, se mostró optimista, de cara a las críticas de quienes se oponen a este tipo de eventos multitudinarios en un espacio público como es la playa de Copacabana. “Río está listo para el mayor show de la década. Bienvenida, Madonna”, publicó en su cuenta de Instagram el mencionado funcionario. Otra se mostró entusiasmada con este show. “Éste será sin duda, uno de los mayores eventos internacionales de Río. Impulsará nuestra economía y atraerá turistas de Brasil, de América Latina y de todo el mundo”, afirmó la secretaria de Turismo de la ciudad, Daniela Maia.
El tópico acerca del costo-beneficio de estos espectáculos abierto al público sin costo de entrada es un detalle que también se menciona cuando una entidad estatal o municipal está involucrada en la financiación del mismo. Están quienes describen, por decirlo de algún modo, que hay un “derrame” económico en el financiamiento de estos shows. Y por otro lado están los que, como el presidente argentino actual, critica dicho financiamiento porque en su esquema teórico mental, es un solo un gasto, no una inversión. En el caso de este show gratuito de Madonna, el periodista Ancelmo Gois, del diario O’Globo, escribió que el cachet estimado del espectáculo es de US$ 3,3 millones, de los que 1,4 millones los aporta Banco Itaú –que así promociona sus cien años como entidad–, y US$ 1,9 millones, la municipalidad de Río de Janeiro.
A esto hay que sumarle el costo operativo que la ciudad despliega para que el show se desarrolla sin contratiempos. Algunos medios estiman ese costo en tres veces el cachet ya mencionado. Como contrapartida positiva, el “derrame económico” o efecto colateral de esta inversión estimó que la presencia de Madonna aportará al turismo de Río de Janeiro –hoteles, comercios varios, y demás servicios– unos US$ 57 millones. Cabe aclarar que Madonna llegó a Río el lunes 29 de abril y desde ese momento, la zona que rodea al Copacabana Palace está asediada de fans y los negocios de los alrededores, llenos de locales y turistas. Y el jueves por la noche, la playa se colmó porque ella subió al escenario para hacer prueba de sonido, caminar el escenario, e incluso probar la guitarra que usará esta noche. Como detalle de color, casi todo el ensayo lo hizo con dos pasamontañas, uno verde flúo y uno fucsia.
Familia en escena. Este show –Celebration Tour– marca la cuarta visita de Madonna en Río, en su historia profesional. Al recital que esta noche sacudirá a Río, le precedieron The Girlie Show, en 1993; Sticky and Sweet, en 2008; y MDNA, en 2012. El Celebration Tour, es un festejo a una carrera de cuatro décadas. Río es como una coda o un epílogo perfecto: la única presentación en América del Sur después de más de ochenta en ciudades de Estados Unidos, Europa y Ciudad de México. En cuanto al espectáculo propiamente dicho, tiene forma de retrospectiva, de muestra inmersiva que suma hitos y aportes culturales que Madonna hizo desde sus comienzos. Un momento que constituye algo más que un detalle es la participación de cuatro de sus seis hijos: David, Mercy, Stella y Estere (todos ellos son los adoptados en Malawi). Ellos no solamente la acompañan en la gira, sino que además participan activamente del espectáculo. Así se genera un lindo péndulo entre familia y arte: Mercy Gray se sube al piano para interpretar con Madonna, Bad Girl; David Banda canta a dúo en Mother and Father, y Stella y Esther bailan en canciones, como Don’t tell me.
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