Esta obra del gigante literario latinoamericano, Gabriel García Márquez, cuenta la historia de un asesinato que se va a cometer y todos saben y, como condena de tragedia griega, nadie puede evitar. Esta historia de ficción cuenta una gran verdad. Muchas veces se anuncia lo que ciertamente va a venir y hay quienes no quieren escuchar. Muchos creen que los círculos pueden ser cuadrados y van en contra de la realidad y luego hay que vivir con las consecuencias.
Chile ciertamente ha perdido competitividad. Ya no es el jaguar de Latinoamérica y de ser el ejemplo de “cómo hacerlo bien”, ahora es el ejemplo de cómo “farrearse la oportunidad”. De ser un país pobre y pequeño sumido en el socialismo y la intervención, cambió el modelo hacia la libertad económica. Fueron la apertura al comercio internacional, el permitir la participación de los privados en la economía -ampliando la competencia- y especialmente la creación del sistema de capitalización individual que permitió el ahorro y la profundidad del sistema financieros, las causas del éxito económico. El crecimiento no son simples números en un gráfico, son familias con nombres y apellido que mejoraron su nivel de vida en sólo una generación. “El milagro chileno” que administró la Concertación desde el retorno a la democracia y que hizo que Chile fuese el país con mayor movilidad social de toda la OECD.
Pero la evidencia no fue suficiente. El relato de la desigualdad caló profundamente en la generación de la abundancia que, sintiéndose “culpables” por lo recibido de sus padres, decidieron jugar a ser “revolucionarios de macetero”. La idea socialista de la justicia social entró con fuerza en todos los sectores.
En el primer gobierno de Sebastián Piñera se abrieron varias “cajas de Pandora” en materia tributaria y educacional, las que envalentonaron al segundo gobierno de Michelle Bachelet a presentar reformas nefastas en estas dos áreas. En nombre de una mejor educación sentaron las bases para reventar el sistema. Hoy, todo es mucho peor. En materia tributaria para supuestamente recaudar más, frenaron el dinamismo del país y el crecimiento. Las familias para seguir con la inercia con que venían debieron recurrir cada vez más a la deuda, lo que fue acumulando descontento.
Aquí aparecen los nietos de Michelle, los jóvenes de los movimientos estudiantiles que quieren cambiar todo, refundar el país. Hasta los viejos políticos hablaron de la necesidad de “una retroexcavadora”. Los “jóvenes soñadores de pulmones vírgenes” decidieron alentar una revolución. Llamaron a minar la institucionalidad y, con tal de terminar con su “enemigo teórico” -el “neoliberalismo”-, iniciaron una revolución cultural que conquistó los “corazones culposos” de una generación de mal agradecidos con sus padres, que pensó que el mundo nacía con ellos. Estuvieron dispuestos a quemar el país y a “meterle inestabilidad” para hacerse del poder.
Desde octubre de 2019 los capitales comenzaron a salir por falta de confianza. Gritaron para dañar el modelo económico por “los retiros”, aunque se les explicó con manzanas que esto causaría inflación y que la pérdida de profundidad del mercado de capitales encarecería los créditos y haría olvidar a las generaciones siguientes el sueño de la casa propia. No les importó, era parte del costo colateral de la transformación estructural.
Quisieron refundar el país en un proceso constituyente delirante de marxismo indigenista, identitario que celebraba decrecer e instauraba un totalitarismo. Chile rechazó la locura, pero el daño causado continúa. La incertidumbre país es total, frenaron la inversión y con ésta, el crecimiento. Esto trajo desempleo que va en aumento. Usaron el medio ambiente como modo de combatir el modelo y lograr el anhelado “decrecimiento” y han negado posibles inversiones por causas ambientales.
La permisología y el control estatal han “matado la gallina de los huevos de oro”. ¿Quién querría invertir en Chile? Tras pregonar el congelamiento de las tarifas eléctricas tras octubre del 2019 ahora deberán permitir que ese mercado se ajuste, con lo que no cumplirán las metas de inflación.
La cuenta la pagamos todos, esto era la crónica de una muerte anunciada de un país por el “sueño húmedo” de “revolucionarios de macetero”, que ciertamente han logrado un beneficio personal más allá del que sus méritos les habría permitido. “No hay plata” dice el ministro Marcel, pero contrataron 100.000 nuevos empleados públicos y para que alcance, quieren subir los impuestos y continuar propagando “el cáncer”. Hubo un asesinato-país y la cuenta de los platos rotos la paga usted.
Por Magdalena Merbilháa, periodista e historiadora, para El Líbero
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