Ahora que el país entra en la segunda mitad del año, hay más razones para estar pesimistas que optimistas sobre el futuro de Chile. En un contexto internacional plagado de incertidumbres y amenazas, el país es un barco a la deriva. El gobierno del Presidente Gabriel Boric nunca logró demostrar que podía tomar el timón y llevar al país a buen puerto.

Confundido, frustrado y sin muchas ideas para salir del estancamiento, el gobierno se ha dedicado más a fustigar y provocar a la oposición, cuyos votos necesita en el Congreso para sacar adelante sus reformas, que a buscar esos votos. Con poca muñeca política y mucha inmadura frustración porque la mayoría de la gente rechaza la gestión presidencial, el gobierno aparece amurrado y decidido a hablarle a su base más dura.

Con la campaña para contienda electoral de fines de octubre en ciernes, hay pocas razones para pensar que las cosas vayan a mejorar en las próximas semanas. Aunque siempre existió la sospecha de que este gobierno se terminó tempranamente en septiembre de 2022, cuando una amplia mayoría de las personas votó en contra del primer borrador constitucional, a 22 meses de esa histórica votación, los hechos han dejado en claro que después del golpe de knock out de ese plebiscito, el gobierno del Presidente Boric nunca logró volver a ponerse de pie. Lo único que ahora nos queda es esperar que se baje la cortina de este gobierno que ya está acabado.

Porque el tiempo es implacable, ya hemos pasado la mitad del año. 2024 pasará a la historia como un año con pocos logros legislativos y pocos avances que demuestren la capacidad del gobierno y de la oposición para ponerse de acuerdo en reformas que el país necesita y demanda.

Las reformas tributarias y de pensiones que anunció, con bombos y platillos, el gobierno del Presidente Boric cuando asumió en marzo de 2022, siguen estancadas en el legislativo. Si aprobar esas reformas era difícil cuando el gobierno estaba recién comenzando su periodo, y la aprobación presidencial era más alta, las posibilidades de que ahora pase cualquiera de esas reformas ahora son mucho menores. Es verdad que hay espacio para que avance una reforma tributaria razonable y para que se promulgue, finalmente, una reforma de pensiones que ayude a mejorar la situación de los jubilados en el largo plazo. Pero el gobierno obstinadamente insiste en impulsar versiones de ambas reformas que no tienen los votos para pasar y, por otro lado, La Moneda se niega a aceptar negociar un acuerdo razonable de reformas que sí pueden pasar.

Sin contar con los votos, el gobierno parece ahora más interesado en dar una pelea que va a perder que en lograr una victoria parcial que le permita demostrar que fue capaz de llevar al país por el sendero de las reformas graduales y consensuadas. Creyendo, equivocadamente, que la gente va a premiar en las urnas la lucha infructuosa por defender la propuesta original de reforma radical al sistema de pensiones y a los impuestos, el gobierno espera que una posible derrota de ambos proyectos polarice al país entre los buenos (ellos) y los malos (la oposición).

Pero el gobierno no entiende que la gente castiga al oficialismo siempre que no hay avances. En un país en que la gente cree que el sistema político es esencialmente presidencialista (cuando toda la evidencia muestra que el legislativo es muy poderosos y tiene una gran capacidad para obstruir las iniciativas del ejecutivo), la gente castiga al gobierno cuando no hay avances. Luego, si La Moneda espera que los votantes van a premiar su esfuerzo por pasar leyes que no tienen suficiente apoyo, la noche del domingo 27 de octubre de 2024, el oficialismo volverá a sentir ese trago amargo de una gran derrota electoral.

Es cierto que la derecha bien pudiera llevarse una sorpresa también en octubre. La derrota del oficialismo no significa, inevitablemente, una victoria para la oposición de derecha. Como ha ocurrido en otras elecciones en años recientes, los ganadores en octubre bien pudieran ser los independientes y los descolgados. El descontento popular es contra la élite política en su conjunto, no sélo contra el oficialismo. La voluntad de castigar a esa élite no se va a manifestar sólo en un golpe al oficialismo de centroizquierda. Bien pudiera ser que la gente termine castigando a aquellos que hoy ostentan el poder en sus comunas, independientemente de si son representantes de la coalición que gobierna el país o de la oposición de los partidos de derecha.

Sea como sea, y aunque todavía falten casi cuatro meses para la elección del 27 de octubre, hay pocas razones para esperar que los próximos meses nos entreguen sorpresas positivas que muestren la capacidad del gobierno para forjar acuerdos con la oposición, y la capacidad de la oposición para asumir el liderazgo que La Moneda es incapaz de asumir.

Si los seis primeros meses de este año estuvimos esperando señales de madurez por parte del oficialismo y de habilidad política por parte de la oposición, la segunda mitad del año tendremos que hacernos a la idea que los momentos de dulce que viva el país vendrán de cualquier parte, menos de la élite política que hoy nos gobierna.

Por Patricio Navia, sociólogo, cientista político y académico UDP, para El Líbero

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