La transversalidad es la capacidad -transformada en virtud- de un político de convocar tras suyo a electores que no necesariamente adhieren a sus principios ideológicos o a los del partido en el que milita. La aptitud de irrumpir más allá de los límites de la ideología partidaria -o de la gran frontera que divide a los sectores políticos, típicamente la izquierda y la derecha-, para sumar adhesiones de ciudadanos neutrales, o incluso del bando contrario, es el atributo de más alto valor que se puede exhibir en la competencia política. Y es que la transversalidad proporciona la masa de votos adicionales a los “propios” que permite asegurar la mayoría para ganar una elección.

Dotado de esa valiosa cualidad, un político gozará de una ventaja inestimable para hacerse elegir en una contienda electoral, por una alcaldía o por un sillón parlamentario, y mucho más por el sillón presidencial en La Moneda. En este último caso, la masa de votantes neutrales o desafectados con las ideologías -que sirvieron tradicionalmente para distinguir los límites entre la izquierda y la derecha- es ahora de magnitudes insospechadas. El voto obligatorio no hizo otra cosa que incrementarla extraordinariamente, sumando los sufragios no sólo de los electores desafectados con las ideologías, sino que con la política misma -la razón por la que no votaban cuando el acto de hacerlo era voluntario. Podrían ser más de tres millones de votos adicionales en la próxima elección presidencial -de los 8.364.534 que sufragaron en segunda vuelta de la elección presidencial que dio por ganador al Presidente Boric.

No son muchos los políticos que pueden vanagloriarse de poseer la cualidad de la transversalidad. Quién hizo de esta su mejor virtud política fue Sebastián Piñera, haciéndose elegir en dos ocasiones para la presidencia de la nación. Para lograrlo, sobre todo la segunda vez cuando rozó el 55% de la votación total, es altamente probable que haya sido sobre la base de una transversalidad que le habría permitido sumar electores que tradicionalmente no votan por la derecha (aunque esto no es completamente seguro tratándose de una elección con voto voluntario -la participación en esa segunda vuelta fue apenas del 49% del padrón electoral).

Entre los personajes políticos que asoman con posibilidades para participar competitivamente en la próxima elección presidencial sólo Evelyn Matthei parece estar mostrando niveles significativos de transversalidad. Los resultados de algunas encuestas indican que la alcaldesa podría estar recibiendo el apoyo de sectores asociados al centro político que no han votado antes por la derecha. Incluso, podría ser que -inéditamente- lo estuviera recibiendo de sectores de centroizquierda, que otrora votaron por la Concertación. De ser esto efectivo, Matthei gozaría en exclusiva de una ventaja electoral relevante que ningún otro candidato -de los que se vislumbran hasta ahora que podrían participar en esa elección- estaría en condiciones de alcanzar en el año y cuatro meses que resta para la primera vuelta en noviembre de 2025.

Para capitalizar de esta virtud y transformarla en una ventaja política incontrarrestable en la carrera presidencial, la alcaldesa deberá dar pasos más temprano que tarde en esa dirección -seguramente después de las elecciones de octubre-, algo que sus eventuales competidores no podrían replicar ni cercanamente. Enfrentar una elección con voto obligatorio gozando de semejante posicionamiento transversal convertiría la próxima contienda presidencial en una de las más predecibles desde que Michelle Bachelet triunfara en su segunda carrera por el sillón de O’Higgins en 2013, con un 62% de la votación. Sólo un acontecimiento impredecible podría modificar esta vez el rumbo que podría llevar por segunda vez a una mujer a ocupar la más alta magistratura de la nación.

Por Claudio Hohmann, ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones, para El Líbero

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